Este 50 a 2 no es el resultado de un partido de baloncesto o de cualquier otra competición deportiva, es la cantidad de mujeres y hombres que han participado en algunas de las dos escuelas de familia que he implementado hasta el momento en 2023. Evidentemente, el número 50 corresponde a mujeres y el 2 corresponde a hombres. No pretendo, con esta percepción sesgada de la realidad o a través de mi micromundo, establecer un dogma sobre la baja implicación de los hombres en las funciones familiares de crianza y educación. Aún así, en mis más de 20 años de experiencia, en las mal llamadas escuelas de familias deberían llamarse escuelas de madres, el número de hombres que participaron en este tipo de iniciativas nunca superó el 20%, manteniéndose inmóvil la brecha de género en este largo período.

Como educador este y otros datos me generan una reflexión, las funciones de crianza y la educativa son quizás, junto con la de manutención, las más importantes en el primer ciclo de la vida de los hijos e hijas. Que estas funciones recaigan de una manera tan significativa en las madres, por un lado, limita la posibilidad de brindar al menor de un modelo educativo y de crianza amplio, compartido, diverso, mixto y adaptado a los tiempos. Y por otro lado, desde la visión de la parentalidad positiva puede que muchos padres no encuentren la satisfacción paternal, a tenor de no estar activos en los procesos de crianza, de madurez o educación de sus hijos, y como consecuencia de esa ausencia en la crianza, no se sienten tan conectados o vinculados con ellos y van perdiendo, en cierto modo, su rol positivo dentro del núcleo familiar.

Pero como educador, como padre y también como hombre lo que especialmente me preocupa es la sobrecarga que sufren las mujeres cuando la función de crianza y educativa no está compensada, ellas tienen que arrastrar una carga añadida a su proceso de desarrollo personal. Incluso llegando a ser un factor determinante que incide en su estado emocional. Volviendo a las bases de la parentalidad positiva, esta se basa tanto en el desarrollo familiar como en el desarrollo personal de los progenitores. Los padres y madres también necesitan su propio tiempo y espacio individual. Que muchas mujeres tengan esta sobrecarga de crianza y educación provoca que renuncien, limiten y sacrifiquen su propio tiempo e incluso sus propios sueños. Esto es algo que se tiene que reivindicar y no ocultar. La coeducación familiar no solo es un derecho de los menores, es un deber de responsabilidad de ambos géneros.

Como profesional invito a los padres, a que sean ellos los que después cuenten en casa los contenidos que se tratan en las escuelas de familia y no pongan la excusa de que ella después se lo explica. Por una educación compartida que brinde igualdad verdadera en el núcleo familiar. Si no lo haces simplemente es machismo!
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