"Me encanta esa gente que te alegra la mañana, la tarde o la noche solo con una sonrisa o con un gesto amable. " | Pixabay

Me priva la gente que huele a feliz. Así de claro. Así de directo. Me encanta esa gente que te alegra la mañana, la tarde o la noche solo con una sonrisa o con un gesto amable. Esa gente que te hace reconciliarte con la humanidad demostrándote que hay otra manera de afrontar la vida, que no todo es negativo, y que a pesar de que a veces cueste mucho siempre hay una excusa para ir por la vida con el buen rollo colgado de la mochila.

Dice mi admirado Víctor Küppers que el valor de una persona es la suma de conocimiento y habilidades multiplicado por la actitud, porque esta última multiplica la suma de ambos y establece la diferencia entre un crack y un chusquero. Totalmente de acuerdo y si no, varios ejemplos que lo demuestran. Cada mañana antes de entrar al trabajo a las ocho de la mañana paso por el Harinus de la calle Felipe II y cuando me acerco a la barra, los camareros me esperan con una sonrisa enorme y ya saben lo que voy a pedir. A los pocos segundos se oye aquello de un café con leche largo de café para llevar y rápidamente lo tengo en mis manos calentito, bien servido y lo que es mejor, con una sensación de satisfacción enorme que me empuja a empezar el día con más ganas.

No es el único ejemplo. Estos días se me ha roto el patinete y en el sitio donde lo he llevado a arreglar, una conocida tienda y taller que está en la avenida de Sant Josep, su dueño Mauro no solo me lo ha dejado como nuevo con un precio realmente irrisorio para lo que es Ibiza sino que lo ha hecho con el valor añadido, según me dijo con una sonrisa, «de haberle quitado la mala onda con la que venía».    Y el último. Hace apenas unos días vino a la radio un conocido músico, amigo y casi de la familia, que no solo nos regaló unos minutos inolvidables hablando de la trayectoria de su grupo y de sus propios conciertos y atreviéndose a cantar con nosotros en directo a riesgo de que pudiéramos acabar con su vocación, sino que tuvo el detalle de regalarnos una púa para mi hijo. Un detalle que nunca olvidaré y con el que llegué al medio día con el optimismo subido.

Ellos son grandes personas y por supuesto grandes trabajadores, de esos que siempre querría tener en mi equipo, porque más allá de su profesionalidad que está fuera de toda duda, consiguen que se cumpla aquella especie de dogma de que si tú sonríes el mundo entero sonríe que yo llevo tatuado en mi muñeca derecha. Son personas vitamina de las que habla en sus libros y sus podcast Marian Rojas Estapé y que, desgraciadamente, cada vez son más difícil encontrar porque nuestra sociedad parece empeñada en ponernos a prueba, con zancadillas, malas noticias, malas vibraciones, malas caras y sobre todo una falta alarmante de humanidad en el que ayudar y pensar en los demás casi se ha convertido en un acto de fe solo apto para los más valientes.

Además, es cierto que los periodistas tenemos buena parte de culpa con las informaciones que siempre nos hablan de lo malo porque en estos días parece que vende más lo negativo que un acto positivo, y que estos son cada vez más difíciles de encontrar, pero me niego a darme por vencido. No, de ninguna manera. También caben las noticias positivas, otra forma de entender la actualidad, lejos de revanchismos y malos rollos, y con un punto de optimismo que permita a los lectores empezar el día con optimismo y con una sonrisa. Con la misma que la empiezo yo cuando me levanto y me encuentro con la cara de mi madre para darme los buenos días y me regala una palabra amable y su ya tradicional «vamos a por el día que seguro que va a ser genial» siendo el mayor ejemplo de optimismo que me he encontrado nunca a pesar de que ha habido momentos en los que la vida no ha sido demasiado amable con ella. Una persona que me demuestra que si ella puede ver la vida con alegría yo que, no le llego a la altura de sus zapatos ni he vivido tanto, no tengo más remedio que seguir su ejemplo.

Porque al final, nos guste o no, todo está interrelacionado, somos parte de una red mucho más amplia de lo que nos pensamos, gotas de agua dentro de una gran océano, granos de arena en un enorme desierto, y yo sin esta gente positiva y alegre no soy nada. Si sonrío es por ellos, ni más ni menos. Así que a todos, gracias. A los unos por lo uno y a los otros por lo otro.