De todas las creaciones de Maya (el mundo de ilusiones en que jugamos, según el hinduismo), la mujer es la forma suprema. Desde mi punto de vista católico pagano, estoy completamente de acuerdo. Las apsaras, ninfas, diosas, náyades, ondinas, hadas, sirenas, sherezades, musas de todas las mitologías y religiones demuestran que, en el arte y la leyenda, el Eterno Femenino, la Gran Diosa, Gaia, rige el mundo; como Shakti activa la energía danzarina de Shiva, como la amantísima María es la Madre de Dios, como el Buda que se representa de forma femenina: Kwan Yin en China, Kannon en Japón. Por algo materia viene de mater.

Y si la mujer es la forma suprema, ¿por qué tanto puritano se rasga las vestiduras con su representación desnuda? Aún recuerdo cómo, justo antes del virus inexplicado, tanto en Roma como en la sede parisina de Unesco decidieron cubrir las bellísimas esculturas con una manta para no ofender la vista del ayatolá Rohani. Y eso que el iraní dijo después que no había exigido tales medidas profilácticas. El velo queda para la sensual Persia.

Savonarola acecha a la vuelta de la esquina y los iconoclastas surgen por doquier, especialmente en la pesadilla castradora de la    muy estúpida corrección política, que pretende reeducarnos con censura moralista. En la hedonista Ibiza los progres denuncian el cartel de una rubia en bikini a la que ofrecen platos de gastronomía isleña, y los conservadores se hacen eco. Ignoro dónde está la ofensa del anuncio, pero el celo político la encuentra sexista. Se ve que tienen poca calle y menos playa. Cosas del péndulo histérico: del biquini al burka.