No echo de menos cubrir unas elecciones, pero les confieso que sentí cierto gusanillo reptándome por las tripas el pasado domingo mientras veía y escuchaba las desconexiones de mis compañeros de gremio en teles y radios locales durante el recuento de votos. Como ya les avancé el domingo pasado, voté por correo porque ese día tenía un vuelo, por lo que no pisé ningún colegio ni pude palpar el latido de la realidad que poco a poco iban desgranando. Al final, el defecto profesional te lleva siempre a analizar cómo comunicarías tú una noticia o qué pregunta le harías a cada entrevistado. En cierto modo, y mientras sacaba de paseo una sonrisa ácida, me pareció estar asistiendo a la final de un mundial de fútbol, sin sentirme de ningún país y lamentando o celebrando cada gol mal encajado, cada disparo a puerta certero y cada tarjeta roja. Un duelo entre vencedores y vencidos. Intenté sacar de paseo cierta sensación de limpieza, escrutando el trabajo bien hecho de cada equipo o la valía de cada jugador, en vez de enarbolar un escudo u otro sin capacidad de crítica, evaluando quién merecía realmente besar aquellas copas o ahogarse en ellas. Después sentí alegría por el triunfo de algunos amigos a los que aprecio y tristeza por otros a quienes respeto y agradezco su trabajo y esfuerzo. ¿Acaso no aplaudimos con igual fuerza en aquel mítico partido de 2010 a Casillas y a Piqué a pesar de ser rivales? ¿Importó entonces que uno fuese del Madrid y otro del Barça ante su calidad técnica?
En los pueblos tendemos a votar a las personas y no a los partidos y la mayoría de los ciudadanos no somos hooligan de un color u otro, algo que parecen no entender quienes buscan inocularnos mensajes de miedo o promesas vanas durante meses. Los políticos son personas, personas con sueños y con inseguridades, personas al fin al cabo con los mismos sentimientos de alegría o de decepción, de ilusión y de derrota que los demás, y esa noche y las que le han sucedido hemos podido empatizar con sus lágrimas, con sus sonrisas o con sus rictus serios de responsabilidad ante lo que se les viene encima.
Cuando parecía que todo había acabado y que respiraríamos tranquilos, leyendo noticias sobre otros temas que pudiesen trascender a nuestro interés, un anuncio mañanero, como un café torcido, nos relató que esa misma tarde volvería una particular liga en la que tendríamos que escuchar de nuevo todo lo que ofrecen hacer por nosotros quienes, teniendo capacidad para haber ejecutado esos mismos compromisos, no han sido capaces de cumplir. Así, el ruido ha vuelto a aparecer en nuestras casas, perseguido por las descalificaciones y por un mismo mensaje de desconfianza. «Cuidado con el Lobo» gritan con furia unos y otros, y llega un momento en el que nos ha asustado tantas veces este particular Pedro, que no solamente ya no nos alerta, sino que hasta nos provoca cierta risa o vergüenza al ver cómo acusa a su contrario de pactar con la extrema derecha o de serlo él mismo, mientras abraza sin pudor a la otra cara de la moneda: la extrema izquierda, aliándose con los terroristas que sembraron un pánico real en nuestro país y que sesgaron vidas sin ponerse colorado. Y no, les juro que este no es otro artículo de opinión sesgado y conducido para malear voluntades, sino el resultado de mi propia indignación y la respuesta a cada ofensa. Porque cuando en sus discursos vencedores o vencidos afirman que lo han hecho todo bien, sin capacidad de autocrítica, cuando ofenden a las personas que han dirigido sus votos criticando su torpeza o ignorancia, nos insultan a todos. Cuando un partido gana unas elecciones debe gobernar para todos, no solamente para los que le han escogido, tiene la obligación de gestionar nuestros impuestos con respeto, con conocimiento y con cordura, de empatizar con cada persona y, sobre todas las cosas, de respetar nuestras opiniones, libertades y dinero, porque de nuestros sueldos es de lo que comen todos ellos.
Había prometido no volver a escribir sobre política, mantenerme ajena, intentar ser una pluma amable que desgranase letras sobre materias más interesantes para quienes ya están cansados de escuchar la misma música y ya lo ven, al final no he podido hacerlo, porque este país lo dirigimos todos y no solamente los que saltan al campo y porque nos merecemos un país mejor gobernado por hombres y mujeres decentes, leales y buenos.