Los partidos de izquierdas han coincidido en calificar como muy mala noticia para los ciudadanos de Baleares los resultados de las elecciones que han dictaminado su salida de todas las instituciones, en una ocurrente pirueta mediante la que pretenden extender al conjunto de la sociedad su particular desastre. Otra coincidencia es la de considerar una «ola reaccionaria» el cambio de ciclo político que Pedro Sánchez quiere rematar con la convocatoria de elecciones generales en menos de dos meses.

Tanto la presidenta ya en funciones, Francina Armengol, como sus socios han utilizado profusamente esas explicaciones a pesar de que conllevan un profundo desprecio por la decisión de los votantes. A la excandidata de Més a la Alcaldía de Palma, Neus Truyol, sólo le faltó llamar directamente estúpidos o imbéciles a los electores por no haberle mostrado un apoyo más explícito. Podría pensarse que se trataba de salidas de tono producto del mal perder pero cuando el mismísimo presidente del Gobierno desarrollaba idéntico guión –oleada reaccionaria, alarma por la «derecha extrema y la extrema derecha»– las descalificaciones adquieren la dimensión de discurso político que, aunque cutre, parece fundamentar por ahora la estrategia electoral socialista. Pedro Sánchez hizo su alegato ante sus diputados y senadores, cuyos enfervorecidos aplausos a la norcoreana mueven a la ternura al comprobar su entusiasmo, pese a que muchos de ellos deberán buscarse un trabajo en pleno verano.

De no ser un narcisista enfermo del poder el domingo por la noche Sánchez habría anunciado la inmediata convocatoria de un congreso extraordinario de su partido para elegir a otro candidato que al menos pudiera intentar salvar la cara del PSOE al término de la legislatura. Tampoco se habría erigido en alfa y omega de la campaña electoral. Pero no. En lugar de analizar sus errores –desde el indulto a los independentistas catalanes, la supresión del delito de sedición, la reforma del de malversación y leyes como la del ‘solo sí es sí’, la ley trans, la ley de los animalistas hasta sus pactos siniestros con Bildu y ERC que fructificaron en la ley de vivienda, entre otras insensateces–, la coda a tanta sinrazón ha sido la convocatoria de elecciones generales. Solo en Baleares se ha calculado en un millar el número de personas que se quedan sin despacho, sueldo y privilegios. A los cesantes, el sátrapa les exige ahora que se vuelquen en su campaña con vehemencia, sin apenas tiempo para recuperar el resuello y hacerse a la idea de que los días de vino y rosas han terminado. Aunque Francina Armengol vaya a encabezar la lista socialista al Congreso, la suya será una candidatura de perdedores. Como tantas otras.   

Aun y las dudas que pueda suscitar el voto por correo, a la vista de recientes experiencias, y aunque la fecha elegida parezca incentivar la abstención y el uso masivo del voto adelantado, el espantajo de la derecha y la extrema derecha termina por ser ridículo. Si no funcionó ni en Andalucía ni en Madrid y se ha demostrado inservible en las elecciones del domingo pasado, se acrecienta la convicción de que la agonía y su consecuencia son inevitables. Y sin un consejo de ministros para repartir dádivas. Las suyas seguirán siendo candidaturas de perdedores.