Ángel Parra, ayer, en Formentera. | Marta Vázquez

El compositor, cantante y escritor chileno, Ángel Parra, hijo de la gran Violeta Parra, ofrece hoy en Formentera un homenaje a su madre con un recital y la proyección del documental Violeta en Ginebra, 1963, en la Plaza de Sant Francesc a las 22.00 horas. Parra, que llegó por primera vez a Formentera en 1979 y no dejó de venir cada verano para «disfrutar de su mar, sus playas, sus estrellas y su gente», ha estado ausente los dos últimos años.

—¿Qué pasó que no venía?

—Ha sido un tiempo difícil, con algunos problemas de salud pero como dice la canción de mi madre, «viva la ciencia y la sabiduría» que me ha permitido salir adelante. Dos años sin venir a Formentera es mucho, pero me salvé; el demonio no quiere saber nada conmigo.

—Si no pudo Pinochet no creo que pueda nada ni nadie...

—Algo de eso hay. O quizás soy como un gato con siete vidas.

—Esta noche presenta en Formentera Violeta en Ginebra, 1963, una obra única...

—Sí, y demuestra que los latinoamericanos sufrimos de mala memoria y no hay vocación de eternizar los grandes valores. Mi madre conoció a muchos cineastas en Chile y a ninguno se le ocurrió grabar un documental hasta que los suizos registraron 18 minutos de imágenes en los que Violeta canta, explica su pintura, sus tapices y hasta baila sola una cueca. Después de un intenso trabajo con mi hermana Isabel el documental formará parte de lo que se exhibirá en el museo dedicado a ella y que se inaugurará en Santiago de Chile el 4 de octubre, día de su cumpleaños.

—Creo recordar que en una entrevista que le hice hace siete años el museo estaba a punto de inaugurarse, ¿las cosas de palacio van despacio?

—Sí. Ahora lo confirmó la presidenta, Michelle Bachelet en su última visita a Francia hace un mes. Además me comunicó que Cultura ya prepara los actos que se llevarán a cabo con motivo del centenario del nacimiento de mi madre en 2017.

—Con respecto a su faceta de escritor. Está teniendo mucho éxito...

—Bueno, mi literatura está dirigida a contar a las nuevas generaciones lo que hemos vivido con un toque de humor, a pesar del dolor de muchas de esas situaciones.

—Ya va por su sexta novela ¿no?

—Sí, la última se llama Bienvenido al paraíso y salió hace dos años en Chile y ahora en Francia. En este caso hablo del emigrado que vuelve a su tierra después de 30 años y no reconoce el país y su familia no lo reconoce a él. Es alguien que se da cuenta de que haber vivido fuera tres décadas le permitió crear un espacio profesional, sentimental, físico y real diferente. Por ello, su país de origen solo se limita a eso, al lugar de origen.

—¿Cualquier tiempo pasado fue mejor?

—No quiero ser de aquellos que lo dicen pero te lo digo a ti, que somos amigos, fue mejor (risas). La novela cuenta el drama de los exiliados sean del continente que sean.

—Esa situación de exiliado se produjo a raíz de la dictadura de Augusto Pinochet. Usted fue uno de los miles de prisioneros del Estadio Nacional de Santiago de Chile y fue víctima de torturas. Con el paso de los años, ¿qué conclusión saca de lo vivido?

—Creo que mi generación, que quedó marcada definitivamente, ha hecho que los jóvenes chilenos de ahora digan «no estoy ni ahí». Pero no es culpa de ellos ser ignorantes, son los mayores los que no han querido enseñarles la historia. Dicen que si la historia oficial la escriben los que ganan es porque hay otra historia y la tienen que reflejar los escritores, cantantes, pintores, cineastas o actores para dejar legado y que en lo posible no se vuelva repetir nunca más. Pero el hombre es el único animal que siempre tropieza con la misma piedra. Si sales vivo de los apretones que te da la vida es maravilloso, pero son miles y miles los camaradas que pueblan nuestros cementerios.