El mundo avanza que es una barbaridad. Hace poco leía un artículo de algún compañero tanto o más friki que un servidor, que hablaba sobre los excusados en el país del sol naciente y lo complicado que puede ser para un ‘refinado’ occidental el simple hecho de intentar evacuar el delicioso sushi saboreado horas antes cuando se encierra en una futurista letrina llena de botones e instrucciones y sin papel de ese con relieves estampados que usamos después de…

Pero bien, no nos vayamos por las ramas que hoy no estamos para hablar de inventos nuevos y sí de inventos antiguos, que son los que podemos encontrar en el Museu Etnogràfic de Formentera. «Colección museográfica», me corrige amablemente Jaume Escandell, que sabe de lo que se habla, puesto que no en vano es el Técnico del Área de Cultura y Patrimonio del Consell Insular de Formentera. «Es una muestra muy representativa de las formas de vida, herramientas y utensilios que se utilizaban en la Formentera pre turística». La colección contiene desde piezas datadas del siglo XIX e incluso del XVIII, hasta las más modernas de los años cincuenta o sesenta del pasado siglo XX, «que es cuando Formentera y las Pitiusas en general experimentan unos cambios importantes a nivel económico y social y diríamos que las formas de vida cambian mucho». Y es que con la llegada de los turistas, se pasa de un sistema agrario a ‘otra cosa’.

El campo se queda en segundo término y la gente se olvida de las jornadas infinitas de sol a sol para recoger el maná que brota de las manos y bolsillos de los ‘rostros pálidos’ llegados de tierras sin alma ni calor, pero si con sueldos excelentes para compensar en viajes a nuestras cálidas islas. La gente se olvida de arar, y se olvida el arado directamente en medio del sembrado, y aquí es donde entra en juego Vicent Costa, «hice un poco de expedición por aquí i por allí, recorriendo Formentera buscando piezas antiguas que estaban tiradas dentro de un corral o abandonadas y me fui haciendo un mapa de donde estaban las cosas que me interesaban y después las compré casi todas». Cual hormiguita pues, Vicent fue amasando una cada vez más numerosa colección de enseres y útiles que pedían ser mostrados al gran público. «Hacía ya años que iba detrás de esa idea. Estaba en la junta directiva de la Sociedad Deportiva Formentera y Can Carles era nuestro local social. Allí es donde se inauguró la colección el 4 de julio del 1993.

Ahí estuvo unos cinco o seis años y luego la pasamos a los locales de Sant Francesc donde está actualmente».
Se trataba de recuperar la memoria de las generaciones que vivieron o en muchos casos subsistieron antes de la llegada de ‘los visitantes’. «Creo que nuestras raíces se han de conservar y tener un poco de memoria de lo que había sido Formentera, ¡y que no tengamos que volver a ello!», bromea Vicent, aunque con un cierto deje de fatalismo post crisis económica aún sin verdes brotes.

Subsistencia

«Antes, sobretodo en el XVIII y el XIX, prácticamente todo, desde los tejidos a las casas con todos sus elementos, se hacía aquí con los materiales que se encontraban en la isla. Era un sistema de subsistencia», nos comenta Jaume, que recalca el interés de la colección tanto para los no pocos turistas y usuarios del Imserso que asoman por la puerta del local, como para los alumnos de unas escuelas locales que con alguna que otra visita pueden llegar a aprender que el ser humano existía antes del teléfono móvil.

Aquí reza otro tipo de tecnología, antigua, con solera y personalidad, «son unas piezas que casi todas hablan por ellas solas, tienen algo especial y todas y cada una están hechas con mucho sacrificio» nos confiesa Vicent. «Algunas de ellas, sobre todo por su gran tamaño, supusieron un ingente trabajo para una gente y una época donde no había los adelantos tecnológicos ni las herramientas y maquinaria que hay hoy en día».

Todo se reparte en diversas ‘áreas temáticas’, de manera que tenemos una parte dedicada a la mar, otra a las labores de la tierra y su cultivo, la elaboración del pan y del vino, el trabajo del herrero y del carpintero, el tratamiento de fibras vegetales como el lino, el cáñamo, la pita o el esparto, la cocina y finalmente la casa de jeure, es decir el hogar tradicional; con los vestidos, la cama, los baúles, el tocador, una especie de cama y demás cotidianidades. Aún y así, la colección no se da por acabada, porqué el tiempo pasa y «dentro de 20 años, o cincuenta, lo de ahora será antiguo y al lado de las azadas tendremos una vitrina con los teléfonos y las tablets de ahora, así que el museo irá creciendo, seguro» nos predice Vicent, que poco después nos muestra la joya de la corona, un molí de sang, molino antaño tirado por mulas o asnos –de ahí le viene el nombre-, que ha rehecho el mismo con las mismas herramientas que se usaron cuando se fabricó «a golpe de martillo y con mucha paciencia, pues estuve cuatro o cinco meses para restaurarlo y dejarlo como nuevo». Se lo adquirió a unos holandeses en Cala Saona, «más bien fue un intercambio. Ellos tenían un molino de sacar agua antiguo y yo me ofrecí a rehabilitarlo a cambio de quedarme con esta pieza…».

Este fontanero, electricista y picapedrero, que empezó trabajando de camarero posa feliz junto a su molí de sang, una pieza que aún no forma parte de la exposición, pero que espera el momento para unirse a una colección que, si todo va bien, dentro de unos años se podrá visitar en la casa de Can Ramon, ahora en fase de estudio para ser rehabilitada, y acoger el futuro, esta vez sí, Museu Etnogràfic de Formentera.