Juan Antonio Ferrer está al mando de la tercera generación de esta familia de hoteleros.

Uno de los referentes de Formentera, el Hotel Cala Saona, está al mando de la tercera generación de una familia que lleva décadas dedicada al sector hotelero.

Pese a su éxito, fruto del esfuerzo y del trabajo, Ferrer considera que su familia sigue manteniendo la tradicionalidad y las costumbres de cualquier otra en la isla.

El Hotel Cala Saona es una de las señas de identidad del turismo en Formentera. Sus inicios tuvieron lugar en los años 50, como un humilde hostal, pero con el tiempo se ha ido adaptando hasta convertirse en un referente de la isla.

Juan Antonio Ferrer y sus dos hermanas son quienes llevan actualmente las riendas del negocio. Son ya la tercera generación de una familia que, desde hace décadas, no se ha separado ni un instante de este sector y parece que el futuro tomará el mismo camino.

Ferrer considera que su abuelo fue un visionario y que su padre supo aprovechar muy bien las oportunidades que heredó. También confía en que la cuarta generación está preparada para continuar el legado.

Charlamos con él y conocemos en profundidad la historia empresarial de su familia, cuyos inicios tienen lugar en la Formentera de los años 20, con la construcción de la Fonda Platé, hasta llegar al crecimiento de 2018, con Sa Pedrera, en es Pujols.

Sus negocios provienen de una extensa tradición familiar. ¿Cuáles fueron los inicios por parte de su abuelo y su evolución?
—Mi abuelo en su juventud se movió por la costa mediterránea francesa, trabajó en el Ritz de Barcelona e incluso en la Casa Real de Mónaco. Había visto los inicios del turismo de sol y playa, tenía sus conocimientos y pensó que este tipo de proyectos podrían funcionar aquí.
Después de recorrer Argentina y con el dinero que consiguió construyó la Fonda Platé, un establecimiento emblemático de esta isla, con ocho habitaciones y un restaurante. Posteriormente, en 1954 compró un pequeño solar e inició el proyecto de lo que sería más adelante el Hotel Cala Saona.

¿Qué ocurre cuando su padre toma las riendas del negocio?
—Con el cambio de generación, mi padre aprovechó la oportunidad para hacer crecer el establecimiento, pasando de ser un hostal de dos estrellas a un hotel de 3 estrellas. Ya en los 2000 se produce un nuevo cambio de generación, la tercera, donde entramos en juego mis hermanas y yo, y empezamos a remodelar establecimientos, entre ellos el Hotel Cala Saona que es el más importante del que disponemos y que ahora cuenta con cuatro estrellas. Viendo los resultados, decidimos emprender un nuevo proyecto en es Pujols, que es Sa Pedrera. Son apartamientos turísticos, pero disponen de los mismos servicios que un hotel. Está en una ubicación a las afueras d’es Pujols, en pleno bosque, cerca del parque natural y de algunas de las mejores playas que tenemos.


Camino ya de la cuarta generación…
—Suelen decir que la primera generación es la que ve la oportunidad, la segunda la que la hace crecer y la tercera la que se la carga. En este caso, espero que no sea así. Pienso que nosotros estamos consolidando el negocio y adaptándonos. Por ejemplo ahora tengo dos sobrinas y un sobrino en la empresa. Mi sobrino, siguiendo los pasos de mi abuelo, se ha preparado bien en el mundo de la cocina, ha estado aprendiendo en establecimientos de renombre y escuelas reputadas de toda España. Al fin y al cabo esto es lo más importante: ver otros sitios, como trabajan y hacen las cosas, aprender y posteriormente trasladarlo a la empresa familiar.

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¿Cómo ha vivido este crecimiento desde dentro de su propia familia?
—No ha habido grandes cambios. Mi familia ha sido siempre una familia tradicional de esta isla y sigue siéndolo a día de hoy. Esta isla si algo tiene es que la gente nos tratamos de forma muy igualitaria. Esto nunca ha dejado de ser nuestra casa, es donde nos hemos criado y es lo que hemos visto toda la vida.
Cuando te dedicas a una actividad como esta, el esfuerzo y el trabajo tienen unos frutos. Pero aquí verás que estos frutos están reinvertidos en las infraestructuras. Esto forma parte del secreto de estar actualizado. Si te dedicas a reinvertir en mejorar tu producto obtendrás unos frutos. Si no lo haces te vas quedando obsoleto, fuera del mercado.

El Hotel Cala Saona es una marca consolidada y uno de los alojamientos más reconocidos de Formentera. ¿Cómo se ha conseguido?
—Nuestros establecimientos son puramente familiares. Somos una empresa familiar, compuesta por todos sus miembros.
Mi abuelo fue un visionario, porque vio esta posibilidad y la supo aprovechar en Cala Saona. El Hotel Cala Saona es el más visible, está en un lugar emblemático y es un hotel con carisma y personalidad. Y ha ido evolucionando en función del turismo de cada momento. Es un tipo de establecimiento muy pequeño, fácil de llenar y más cuando se hacen las cosas bien y al gusto de los visitantes.

¿Cómo definiría su propuesta para reconocer la diferencia respecto al resto de establecimientos de Formentera?
—Se puede diferenciar de muchas maneras. Su primera diferencia y la más importante es la ubicación. El Hotel Cala Saona tiene una ubicación idílica, podríamos hablar de que tenemos la mejor puesta de sol de esta isla. Tras esto, el equipo humano, desde cualquier miembro de mi familia a toda la gente que está trabajando. Trabajando para los clientes, siempre con la inquietud de escucharlos y saber lo que quieren. Hay que escuchar, enfocar y adaptarse a sus necesidades, siempre que sea viable y vaya en relación a lo que queremos en esta isla.

La oferta gastronómica es un punto fuerte en los tiempos que corren. ¿Cierto?
—Ahora, por ejemplo, estamos apostando por las experiencias gastronómicas, siempre teniendo una mirada hacia la cocina local, con platos de toda la vida, sobre todo los que tienen que ver con el mar. La gente está dispuesta a pagar para tener una experiencia gastronómica, que forme parte del conjunto de experiencias y hay que estar a la altura de las circunstancias. Esto involucra, además de un producto de calidad y unas instalaciones, sobre todo un buen equipo humano.


¿Cómo se dirige un buque como este ante una oferta masiva dentro del sector turístico?
—Tanto las Islas Baleares como Formentera en particular tenemos multitud de competidores. La tendencia es la de hacer cada vez más escapadas y más cortas a lo largo del año. Todo eso es bueno y que haya competencia también. Lo que sí provoca es que tengas que estar al día, que siempre tengas que estar en una constante evolución, adaptándote al gusto de estos clientes y poder ofrecer un producto de calidad. Esa calidad que ellos esperan y buscan en esta isla.

¿A qué público diría que se dirige su oferta?
Tenemos clientes de todas las nacionalidades y también un número importante de clientes nacionales. Suele ser gente de un perfil medio alto. Mantener unas instalaciones y ofrecer unos servicios muy concretos cuesta un dinero y se tiene que cobrar; esto no deja de ser un negocio. En este sentido, claro, la gente tiene que estar dispuesta a pagar estos precios, que realmente son precios altos. Es la tendencia dentro del paquete que se vende.

¿Es Formentera una isla de alto standing?
—Formentera es un territorio muy limitado, con un número de alojamientos muy limitado. Tiene unas características propias, como puede ser el alojamiento en viviendas turísticas y el número de plazas que representan apartamentos y hoteles no es la mayoría. Por estas circunstancias no podemos centrarnos en un turismo de élite, porque no tenemos las características que requiere este tipo de visitante, como sitios más ostentosos que sí tiene Ibiza. Buscamos un turismo de calidad que pueda entender lo que significa venir a esta isla, que tenga contacto con la identidad de la isla y con el medio natural. Nos tenemos que centrar en el carácter isleño de Formentera y con gente que entienda esta idiosincrasia.

¿Hasta qué punto es clave el trabajo del sector hotelero en el crecimiento de Formentera?
—El equipo humano es un componente importante, sino el que más. Pero aquí ha intervenido tanto el sector privado como el sector público; va en sintonía. Por una parte tenemos el trabajo de las administraciones y por la otra los esfuerzos de cada empresa privada en este sentido. A día de hoy se realiza, hay buena sintonía. Lo que mueve la economía de esta isla es el turismo, por lo tanto tenemos que cuidar esta industria.

¿Qué papel han jugado los formenterers como trabajadores del sector?
—Recuerdo una época en la que todos los trabajadores eran de la isla. Cada vez más empezó a venir gente de la Península y ahora ya tenemos gente de todas partes, desde el norte de áfrica a países sudamericanos o países del este. Por ejemplo, muchos italianos que venían de turistas antes ahora son parte del mismo equipo. Lo cierto es que cada vez hay menos formenterers. Si nos referimos a gente de toda la vida de la isla, resulta curioso, pero cada vez hay menos gente que elija su futuro en este mundo. Los que lo hacen, lo hacen en su propia casa y no en otros sitios.

Parece que las temporadas turísticas cada vez están menos definidas. ¿Qué valoración haría de esta tendencia?
—Aquí el factor principal es el clima. Llevamos dos noviembres muy buenos y este año pasado, que decidimos abrir en noviembre, el tiempo fue un desastre. Haces la apuesta, miras de conservar todo el personal para ofrecer los mismos servicios y entonces resulta que no hay demanda por miedo a que el tiempo no acompañe y eso es un desastre. Yo diría, francamente, que en la mayoría de establecimientos de esta isla se puede trabajar de mayo a mediados de octubre. Ir más allá lo veo muy complicado. Nuestro producto se basa en sol y playa. Pese a que quisiésemos añadir otras actividades deportivas, culturales o ecológicas siempre complementarán al sol y playa.
Si no hace buen tiempo para ir a la playa la gente no vendrá a esta isla en cantidades suficientes para mantener establecimientos como los nuestros.