Aaron Keydar en la Sala Ajuntament Vell. | Toni Ruiz

El trabajo de Aaron Keydar (Jerusalén, 15 enero 1943) con maderas de olivo, almendro, pino o enebro es impresionante. Observar una de sus esculturas es dejarse perder en cada una de las líneas labradas a mano y que acaban por crear una extraordinaria imagen abstracta o realista. Sin embargo, el artista resta mérito a su talento cuando afirma que «la escultura estaba ahí dentro porque yo solo escucho a la madera». Además, su vida no es menos interesante que su obra y conversar con él, es una gozada. La exposición retrospectiva de sus cincuenta años de trabajo y vida en Formentera se puede visitar en Sala Ajuntament Vell hasta el próximo 27 de agosto.

* Cuéntenos su historia de amor con Formentera ¿Cuándo llega usted a la isla?

—Descubrí en Formentera la auténtica libertad en 1971. Yo soy israelita y eso es un punto negro en la vida aunque no tengo la culpa de haber nacido en un país violento, en guerra permanente y siempre en conflicto. Pero es mi realidad. Cuando descubrí Formentera, me sentí feliz y tanto que me enganchó que aquí sigo.

* Usted luchó en la Guerra de los 6 días con Israel ¿Eso es lo que le trajo aquí?

—Después de la guerra, de estar obligado a coger un arma y disparar, me sentí engañado por mi país. Desde que nací me inculcaron que debíamos defender nuestro país de aquellos que querían echarnos, pero la guerra me hizo darme cuenta de que realmente lo único que había detrás de todo, eran intereses económicos y de poder. Sentí asco de mí mismo y de lo que había hecho y no quería seguir formando parte de un país opresivo, que utiliza la religión para controlar a otros pueblos.

* Usted tenía un espléndido futuro; era arquitecto y «huyó» a Londres. Alguien le invitó a pasar dos días en Formentera y lleva aquí más de 50 años. ¿Qué pasó?

—No había turistas, no había obsesión por ganar dinero y estábamos de fiesta todo el tiempo. Nadie tenía ni coche ni moto, si había una fiesta en Porto Salé y yo vivía en es Cap, la fiesta era para dos o tres días, no para unas horas. Y de allí te ibas otros dos a tres días a otra fiesta en Sant Ferran y seguías hasta la Mola. Esa era nuestra vida. Cada uno aportaba lo que podía y todos teníamos nuestro instrumento musical.

* ¿Y se podía sobrevivir?

—Sin duda. En aquel tiempo podías pasar todo el mes, pagando el alquiler, comida, bebida y drogas. La mayoría habíamos venido del extranjero, de países como Inglaterra, América o Alemania, y con el dinero que teníamos, podíamos vivir aquí hasta 5 años.

* ¿Y la vivienda?

—Igual. Había un montón de casas vacías y con medio millón de pesetas, podría haber comprado mi casa, pero nunca me interesó. Ese es uno de mis grandes errores.

* Pero el dinero siempre se acaba y usted acaba descubriendo casualmente su pasión por la escultura como forma de ganarse la vida…

—Primero empecé para disfrutar y luego me di cuenta que tenía la oportunidad de venderlo y vivir de ello. Mi primera exposición fue cinco años después de haber empezado a esculpir. Una aventura extraordinaria, fue en Milán y hasta allí llevé las esculturas en coche, envueltas en mantas, primero en la Joven Dolores, después hasta Barcelona en barco y hasta Italia en coche. Vendí 8 esculturas, toda la ciudad estaba hablando de aquel escultor israelí que venía de Formentera, la verdad es que flipé bastante.

* ¿Y a su regreso?

—Volví a la isla con millones de liras, me había convertido en era un rico italiano. Y después me invitaron a exponer en Alemania, de nuevo en Italia y fue entonces cuando me di cuenta que este era mi oficio.

* Usted usa madera de la isla…

—Si, raíces o tronco, depende de lo que encuentro. Lo importante es que sea una madera dura que se pueda trabajar. Siempre hay algo dentro de ella porque es la madera quien tiene la escultura. Yo solo la trabajo pero nunca con una idea preconcebida. Hay que escuchar y ver lo que la naturaleza ha puesto en tus manos.

* Se dedica también a la docencia desde hace muchos años y son muchos los alumnos de Formentera que han seguido su estela…

—Sí, es fantástico. Disfruto mucho con cada nuevo curso y me hace feliz ver como los alumnos gozan. Al principio es muy desconcertante porque yo solo les invito a limpiar la pieza y a observar que hay allí dentro, hasta que lo ven y entonces empieza el disfrute.

* Su escultura de la Posidonia que podemos ver en la rotonda del hospital, le sacó de la madera por primera vez. ¿Fue muy complicado?

—Técnicamente si, nunca había trabajado con metal ni con unas dimensiones tan grandes. Además, en Formentera no disponemos de las herramientas para un trabajo de ese tipo. Tuve que echar mano de un ingeniero y afortunadamente el herrero fue enormemente creativo porque para plasmar la posidonia que está en movimiento había que curvar el metal. Finalmente lo hicimos empujando el hierro contra la pared con un tractor y fue una experiencia sensacional.