Juan Torres, Juanito Font, ante la tienda que abrió su abuelo hace 122 años. | Toni Planells

Juan Torres, Juanito Font, (Ibiza, 1966) representa a la tercera generación al frente de la que asegura es la tienda más veterana del barrio de la Marina: Comestibles C’an Font, que su abuelo abrió como lechería hace casi 122 años.

¿Desde cuándo lleva en esta tienda?
— Toda la vida. Yo nací aquí.

Un negocio familiar de los de antes.
— Sí, la tienda la abrió mi abuelo, Toni Torres, Font, el 24 de abril de 1900. Es la tienda más antigua de todo Vila, entonces era una lechería, la Lechería Font, y se vendía leche, yogur y el queso que hacía él mismo. Tenía sus payeses a los que iba a buscar la leche cada día y la vendía aquí. Mis padres, Juanito y Luisa, ya lo hicieron tienda hace unos 50 años, y ahora estoy yo.

Habrá cambiado mucho todo esto desde entonces.
— Claro, éste fue de los primeros negocios que se abrieron, después fueron abriendo todo tipo de negocios. [Señala con el dedo los distintos locales que rodean su negocio]. Esto de aquí era una fonda, aquí donde pone vado era la pastelería, allí estaba la bodega de vino, que lo vendían a granel, allá el bar Trofeo, la sastrería, la zapatería, donde vendían lotería y las quinielas, la relojería... Justo allí estaba la gallinera, donde vendían caracoles a granel y pollos vivos. Tú entrabas, le pedías ese pollo y allí mismo te lo mataban y desplumaban. Entonces, esto era vida de barrio, ahora mismo no hay nada. Mira [vuelve a señalar con el dedo, ahora a la calle Manuel Sorà] igual que había la calle de las farmacias, que todavía sigue, antes esto era la calle de las carnicerías. Había cinco, ahora no hay ni una.

¿También había calle de las lecherías?, ¿había más?
— No, como tal no había calle de las lecherías pero había más, claro. Estaba la de Bonet en es carrer d’Enmig, también estaba la de La Bomba y otra más que no recuerdo.

¿Cree que volverá a vivir esa vida de barrio?
— No.

¿Y qué futuro le ve al barrio?
— El único futuro que le veo a esto es el turismo. Vida de seis meses.

Pero eso es el presente.
— Sí, hace años que la Marina está muerta.

¿Por qué ha muerto?
— Por culpa de los empresarios, que cuando llega el 30 de octubre todo el mundo se marcha de aquí. No es culpa ni del Ayuntamiento ni del alcalde: es culpa de estos que solo quieren comer bistec de ternera todo el año y no les gusta la ensalada; si en invierno no hay para carne hay que aguantar comiendo ensalada. Si los empresarios no quieren tener abierto, nadie va a venir hasta aquí para ver puertas cerradas.

Pero usted resiste aquí. ¿Vive de la tienda?
— Sí, la tienda nos mantiene a toda la familia: a mí, a mi mujer a mis hijos y a mis tres nietos.

¿Cuál es su clientela?
— En invierno la gente de por aquí, del barrio. En verano hay bastante turista.

Desde la lechería Font de su abuelo hasta hoy en día, el barrio ha superado etapas muy distintas. ¿La época más dura del ‘caballo’ fue la peor?
— Esto sigue igual, se sigue vendiendo droga como siempre. Esto no ha cambiado nada.

¿Es un barrio peligroso?
— No.

¿No ha tenido ningún problema de seguridad nunca?
— No. Aquí siempre nos han respetado mucho. Durante la época de la que me hablas estaba mi madre y siempre la respetaron, igual que nosotros siempre hemos respetado a todo el mundo. Nadie se mete con nosotros y nosotros no nos metemos con nadie.

En la puerta tiene un cartel que anuncia que tienen el mejor ‘flaó’ de la isla.
— Sí, lo sigue haciendo mi madre, a sus 82 años, tal como se ha hecho toda la vida: con su leche de cabra, su hierbabuena y sus huevos payeses.

¿Ha trabajado siempre aquí?
— No, he hecho otras cosas, tuve el bar La Paloma, en Platja d’en Bossa durante muchos años.

¿Por qué ese nombre, La Paloma?
— Por mi afición a la paloma mensajera. Igual que mi padre, yo he sido colombófilo desde que nací.

Una afición cada vez menos popular.
— Sí, ahora mismo en el club de Vila somos unos 25, échale que seremos 80 en toda la isla como mucho y todos viejos. A los jóvenes ya no les interesa llenarse de mierda de paloma y es normal. Pero yo sigo criando cada año unos 120 pichones para acabar perdiendo 100 [se encoge de hombros], cada año es igual. Cuando los llevas a la Península cada año se acaban perdiendo más. Esto antes no pasaba: la paloma que llevabas a competir desde la Península te duraba cuatro o cinco años antes de retirarla, pero ahora te duran como mucho dos años antes de perderse. No sabemos exactamente por qué, probablemente por los halcones, hay muchos, al Consell le dio por soltar parejas de halcones, pero no pensaron que tienen que comer.