Eva trabajando en su negocio de comida preparada. | Toni Planells

Eva Boned (Ibiza, 1974) lleva más de una década sirviendo simpatía y comida preparada en Es Fornell, un negocio que puso en marcha tras haber dedicado su vida profesional a la hostelería en distintos restaurantes y hoteles. Entre ellos el de su familia, en pleno corazón de Corona.

— ¿De qué casa es usted?
— Yo soy de Can Cosmi, de Corona. Pero la verdad es que me crié y crecí en Vila, en la calle Aragón, encima de lo que era Can Cabrit. A Corona íbamos todos los fines de semana. No estoy segura de si soy una coronera de Vila o una vilera de Corona (ríe). Lo que está claro es que estoy muy orgullosa de ser ibicenca y me duele muchísimo ver lo que han hecho los políticos con la isla con tanta carretera y tanto caos. Deberíamos aprender mucho de Formentera, si no cabe más gente, ¡pues no caben más!

— ¿Qué hacía una coronera con pedigrí como usted en Vila?
— Es que mi abuelo Toni, que era taxista, tenía a uno de sus hijos, Toni, estudiando en el Seminario y a dos hijas, María y Catalina, en las monjas. En esos tiempos las conexiones en Ibiza no eran como ahora, así que se compró un piso en Vila dónde dormían los cuatro. Mi abuela María, en cambio, se quedaba en Corona con sus otros dos hijos, Pep (mi padre) y Juanito. Ya sabes: Pep, Toni, Joan i s’ase, un a cada casa aunque en casa lo que teníamos era una sumera (ríe).

— Pero entonces su padre no estaba en Vila con su padre...
— No, mi padre se quedó con el piso cuando se casó, por eso yo crecí allí. Tengo recuerdos de cuando jugaba a las canicas en la calle y patinábamos    cuando no había tanta circulación. Fui al colegio en Sa Bodega y después estuve cinco años para hacer los tres cursos del BUP en Blancadona (ríe). Cuando terminé ya me puse a trabajar, primero en el Dos Lunas, ocho años allí, de noche con los famosillos. Me harté de la noche y me fui a trabajar a los hoteles. De esta manera estuve unos cinco años entre Andorra, República Dominicana o Canarias.

— También trabajó con la familia...
— Así es. Cuando volví de trabajar fuera fui a Can Cosmi una temporada para ayudarles a buscar camareros. Terminé trabajando allí durante ocho años. ¡Y mira que todos me decían que no trabajara con la familia!, pero ya te digo que jamás tuve ningún problema con eso. Estuve trabajando allí hasta que tuve a mis hijos, Jackie y Albert. Ya me lo decía mi abuela, «con el primero a lo mejor lo puedes llevar, pero con dos imposible». Si es que mi abuela veía más con un ojo que tú y yo juntos con cinco (ríe). Para que te hagas una idea, antes de que él o yo lo supiéramos, mi abuela ya le estaba diciendo a mi tía que Santi quería ligar conmigo. A los dos días ya estábamos juntos y a día de hoy sigue siendo mi pareja y mi compañero en la tienda.

— ¿Sus abuelos ya tenían la tienda de Can Cosmi de la familia?
— Mi abuela hacía hierbas ibicencas y bordaba pañuelos para los primeros turistas, aquellos que llegaban perdidos a Corona. Se ganaba la vida así. La tienda y el bar, que estaba dentro de la tienda, la montaron más adelante, que con los pañuelos bordados y el trabajo de taxista no daba. Siempre contaban que para construirla iban con el carro al broll a buscar el agua, ¡imagínate el tiempo y el trabajo que significaría hacer eso en esos tiempos!. Pero entonces era distinto, había un sentido de comunidad con el que los vecinos se ayudaban unos a otros

— ¿Le hubiera gustado vivir esos tiempos de Corona que no vivió?
— Sí. Por eso de que la gente del pueblo se juntara para ayudarse los unos o a los otros cuando lo necesitaban, pero también por el valor que tenía entonces la palabra. Me gustaría que la palabra siguiera teniendo ese valor. Si yo doy mi palabra, no hay nada más sagrado. Pero hoy en día hay que firmar mil papeles cuando antes con la palabra y un apretón de manos quedaba todo claro. Además Corona tenía algo especial, era dónde se refugiaban los ‘exiliados’ de otros pueblos (ríe), pero también de otros países, sobre todo los que se escondieron allí en la época de Vietnam. Conozco a un par que todavía andan por ahí. También me acuerdo de un ‘exiliado’ de Sant Joan, le llamaban Caixalins y era un auténtico cabronazo que se ve que nadie lo quería allí. Para que veas lo de ayudarse unos a los otros y lo del significado de comunidad: uno le dejó un corralito para que se lo arreglara y estuviera allí, mi abuela le preparaba comida, y entre todos le echaron una mano (¡y mira que era cabrón!). El día que murió, el pueblo se enteró enseguida. En otro lugar o en otros tiempos (como en estos), el pobre hombre se hubiera podrido antes de que nadie le echara de menos.

— ¿Qué recuerdos tiene de esa niña que iba a pasar los fines de semana a Corona con sus abuelos?
— ¡Muchos! (ríe), sin ir más lejos recuerdo cómo me divertía cuando me paseaba por el pueblo sentada en el maletero abierto de su taxi, un Seat 124 como el de ‘El Vaquilla’. Si ahora te pillan haciendo eso, ¡imagínate!.

— ¿Conducía como ‘El Vaquilla’?
— ¡Cuando iba yo en el maletero no!, pero sí que conducía muy rápido. Con 85 años tendrías que haberlo visto como bajaba Ses Marrades a todo gas. Era un máquina. Eso sí, jamás tuvo ningún accidente.

— ¿Cómo están sus abuelos?
— El mes que viene hará un año que nos dejó mi abuela. Mi abuelo tiene ya 98 años, hace poco le operaron de la cadera y ahora es él quién va siempre en taxi. A veces se le va un poco la cabeza y dice el precio en pesetas.

— ¿Ya no conduce?
— No. A los 86 años (creo), un día que había ido a hacer la compra para el restaurante se le fue la cabeza. Durante un rato no sabía ni quién era ni dónde estaba. Cuando volvió en si, cogió las llaves del coche y se las dio a sus hijos y dijo «no quiero matar ni hacer daño a nadie, tampoco hacerme daño yo».

— ¿A qué se dedicaba su padre?
— Mi padre no quiso saber nada del negocio familiar, era todo un pieza, y trabajaba en las barcas de Sant Antoni. Cuando el puerto estaba dónde están ahora las fuentes (ríe). Trabajando allí conoció a una inglesa que llegó a Ibiza con 18 años, Jackie Humphrey. La llevaba a trabajar al Helios en la barca y se acabó casando con ella. Jackie es mi madre. Fue la única manera de que mi abuela saliera de la isla por una vez en su vida: para ir a Inglaterra a la boda de su hijo.