Juanito en el barrio de s’Argentera, donde nació y se crió.    | Toni Planells

Juanito Juan (Santa Eulària, 1956), Joan de cas Codolar, es vecino de toda la vida de Santa Eulària. Casado con María de Can Bessó y padre de Yolanda e Irene es mecánico jubilado y recuerda episodios de su vida junto a sus amigos de la infancia en el barrio que le vio crecer, s’Argentera.

— ¿A qué se dedicaban en su casa?
— Mi padre, Juan, trabajaba en la construcción y cuidaba de su huerto, que era para consumo propio. Mi madre, Ana Marí, aparte de sus labores, también cosía, además también hacía espardenyes. Todavía conservo las hormas sobre las que las cosía. Tienen un tornillo, para hacerlas más grandes o más pequeñas, y una madera en los extremos con la forma.

— ¿Aprendió a hacer ‘espardenyes’?
— No [ríe]. Mi oficio es el de mecánico.

— ¿Cómo empezó en este oficio?
— Empecé al terminar el colegio con Pepe. Pepe arreglaba lo que hiciera falta: coches, bombas de agua o mecheros. Cualquier cosa. Su taller se llamaba Taller Internacional. Además, aparte de ser mecánico, también era el proyeccionista del cine de Santa Eulària.

— ¿Le ayudaba también en la sala de proyección?
— Qué va, si entraba era para poder ver las películas gratis. Veía películas como El bueno, el feo y el malo, Un dólar agujereado, La muerte tenía un precio. Sobre todo las del oeste.

— ¿Trabajó siempre con Pepe?
— No. Más tarde entré en Iberia, al principio de carga y descarga. Pero después pasé al departamento de mantenimiento. Tampoco te creas que hacíamos mucho. Cargábamos combustible, revisábamos frenos o cambiábamos ruedas. Nada especialmente complicado. Más adelante ya estuve como mecánico de automoción durante muchos años. Cuando acabé el servicio militar.

— ¿Fue una mili dura?
— No. De hecho, no sé cómo me las apañé, pero Iberia me estuvo pagando todo el tiempo que estuve en la mili. Eso sí, me pilló en un momento histórico en España, durante primeras elecciones democráticas. Hice la instrucción en el CIS Número 2 de Alcalá de Henares. Después estuve en el regimiento de transmisiones de El Pardo, donde había tenido la residencia Franco. Hubo bastante follón y tensión esos días en el Ejército y se notaba en el ambiente. Recuerdo que una noche, a las cuatro de la madrugada, hubo un ‘toque de generala’, que, al parecer, fue porque Carrillo había venido a España. Un poco más adelante se celebraban las elecciones y a mi reemplazo nos adelantaron la jura una semana para poder estar disponibles ese día. Además, nos quedamos sin el permiso de la jura. A mí me tocó ‘cubrir carrera’ el día de las elecciones (cada 10 o 15 metros había un soldado, pues yo era uno de esos). Estuvimos allí todo el día plantados.

— ¿Pudo ir su familia a Madrid a ver su jura de bandera?
— Querían venir, pero al final no lo hicieron. Les llenaron la cabeza y les dio un poco de miedo ir a Madrid. Piensa que eran momentos bastante inciertos y había miedo de lo que pudiera pasar. Eran las primeras elecciones democráticas que había en España y había una derecha que podía saltar en cualquier momento.

— Recuerda su época en la mili con orgullo.
— Normal. De hecho, tengo el carnet de la Asociación de Militares Veteranos. Recuerdo perfectamente cuando salimos de Ibiza en el Ciudad de Ibiza hasta Palma. Un sábado a las 12. Llegamos a Palma a las ocho de la mañana, delante del castillo de Bellver. Se supone que allí nos tenían que esperar unos militares, pero allí no había nadie. Fuimos caminando por el paseo hasta la calle del Sindicat y llegó un momento en el que Pep, que era el que tenía el restaurante Sa Trenca, propuso ir a comer, que ya era tarde. Entramos en Sa Prensa;allí había una mesa grande con un porrón de vino enorme, quien pudiera beber con una sola mano, bebía gratis. Con nosotros únicamente    venía un militar que venía desde Ibiza, un cabo primero que enseguida puso el cetme encima de la mesa. Nadie se atrevió a dar un trago de ese porrón [risas].

— Al volver de la mili, ¿volvió al Taller Internacional?
— No. Al volver entré en Autos Santa Eulària, con Don Miguel Galmés Escandell, que era una casa de alquiler y taller de automoción. Más adelante, Galmés abrió el taller de la Seat en Santa Eulària y allí estuve hasta que me jubilé.

— ¿Ha cambiado mucho la mecánica desde que empezó?
— No me hables, que no quiero saber nada. Los coches que hacen ahora, pasados unos años, ya no puede arreglarlos ni el que los fabrica. Lo mismo que pasa con las lavadoras, los frigoríficos o cualquier cosa que lleve electrónica. Mira, desde que pusieron toda la electrónica, sensores y todo eso, sólo enchufan el ordenador y ven todo lo que hay que cambiar. Pero si sigue fallando, entonces no lo arregla ni Bill Gates.

— Se le ve indignado con la nueva mecánica.
— Si es que no tiene lógica que para cambiar la bombilla de un faro haya que desmontar medio coche. Para cambiar la bombilla de un 127, con cinco minutos y fumando, ya lo tenías listo. Hoy en día, para hacer lo mismo, necesitas toda una mañana y sin fumar.