Pura ante la iglesia de Puig d’en Valls, que vió construir hace más de 50 años. | Toni Planells

Pura, Purificación Torres (Ibiza, 1940), es de Can Pujolet, casa que adoptó tras casarse con Toni Ribas, y dejar su Vila natal para trasladarse a Puig d’en Valls, pueblo del que ha sido vecina y testigo de más de cuatro décadas de desarrollo y cambio.

— Usted es una de las vecinas veteranas de Puig d’en Valls, ¿nació en este pueblo?
— No. Yo nací, en pleno Any de sa fam, en Vila, justo encima de sa Peixateria. En la calle Santa Lucía. Aunque yo soy de Can Pujolet es el nombre de la casa de mi marido, porque a mi padre le llamaban Palonia, Salvador Palonia.

— ¿A qué se dedicaba Palonia?
— Era pescador, tanto él como mis hermanos, aunque también iba a trabajar a las Salinas cuando tocaba.

— Me ha dicho que nació en el Año del hambre (1940), ¿Conoció el hambre de primera mano?
— No. [Hace una pausa reflexiva]. Aunque falta de muchas cosas, sí. Nací al acabar la Guerra Civil y en casa éramos muchos hermanos, cinco en total. Los dos varones eran pescadores, pero uno de ellos acabó por emigrar a Argel; ya se sabe que en aquellos años había que ir a buscarse la vida fuera. Mi padre también había emigrado, en su caso a Cuba con su hermano. Pero mi padre volvió pronto, mi tío se quedó allí para siempre. Mi suegro también emigró a Cuba. Él se salvó por los pelos de embarcar en el Valbanera (un buque que naufragó en 1919 con 488 personas a bordo, 68 eran de las Pitiusas). Ya tenía un pie en la pasarela cuando le ofrecieron trabajo y optó por quedarse.

— Al recordar estos tiempos se le nota cierta tristeza en la mirada.
— Es que no hablamos de algo agradable. Había muy poca cosa y pasábamos con lo que podíamos. Recuerdo que tenía una amiga que era muy poco comedora. Cuando iba a su casa, su madre le ofrecía todo el tiempo algo de comida. «¿Quieres un huevo frito?», «¿No te comerías unas costillitas», y así todo el tiempo. Mientras mi amiga le decía que no a todo lo que le ofrecían, yo, por dentro, pensaba todo el tiempo: «¡Ay!, si me lo ofreciera a mí. ¡Lo rápido que le diría que sí!». La verdad es que no todo el mundo lo pasaba mal, pero en casa pixavem prim’. ¡Ala!, ya lo he dicho.

— ’Pixant prim’, tal como usted dice, imagino que le tocaría trabajar para ayudar en casa.
— No. Bueno, sí que cosía y bordaba por comisión. Pero a eso yo no lo llamo trabajar, lo llamo hacer labor. De hecho es algo que sigo haciendo hoy en día. Además, ahora también he aprendido a hacer espardenyes, sanallons.

— ¿Estudió?
— No. Dejé el colegio a los 12 años. A partir de entonces se pasaba al instituto, y eso era para gente un poco más ‘señorita’. Ya me entendéis. Así que a partir de ese momento empecé a ir a bordar a ca na Pepa Ribas, al lado de casa, donde íbamos las chicas a aprender. Pepa y sus hijas nos enseñaban.

— ¿Qué hacía una niña como usted en la Marina de aquellos años para entretenerse?
— Eran otros tiempos muy distintos. Nos íbamos al muelle a ver como llegaban los barcos. Los domingos por la mañana siempre paseábamos por Vara de Rey. Por las tardes, el paseo era por el muelle, allí nos tomábamos un helado o un ‘orange’ (una naranjada). Cuando ya éramos un poco más mayores, con 14 o 15 años, también íbamos al Club Náutico a bailar y, cuando podíamos, también íbamos al cine.

— ¿A qué cine iban y qué películas programaban?
— No había mucho donde elegir en esos tiempos. Íbamos al Central, que era el que había. Echaban películas de toda clase, pero una de las que más recuerdo era ‘Siete novias para siete hermanos’. La he visto un montón de veces.

— Al cine o a bailar al Club Náutico, ¿iba sola con sus amigas?
— En aquellos tiempos se iba, tanto al cine como al baile, con la mamá. Lo que pasa es que yo empecé a ‘festejar’ con mi marido cuando tenía 13 años. Entonces, también íbamos con su ‘colla’ de amigos. Era una padilla de amigos muy divertidos. Estaba Paco Musón, Vicent, Pep Blanc y su hermano, etc. También venían sus novias (que después fueron sus mujeres).

— Sus amigas, ¿no se apuntaban a salir de fiesta con la pandilla de su novio?
— No. Como ellas no tenían novio, iban un poco más por libre. Mis mejores amigas eran Conchita, Maríeta o Cati.

— Usted sí que tenía novio...
— ... Y me casé a los 17 años. Entonces me vine a vivir a Puig d’en Valls para siempre. Mi marido era Toni Ribas, de Can Pujolet, aunque en Vila le conocían más como Vich. Él era el que hacía las matanzas en cana Clara. Fue matançer toda su vida. Por eso acabamos por poner una carnicería en Puig d’en Valls, al lado de Es Terç. Carnicería Toni. Allí vendíamos la carne de los animales que mi marido se encargaba de matar y preparar.

— Se mudó a Puig d’en Valls hace 62 años, habrá sido testigo de muchos cambios en la zona.
— No te quepa duda. Para que te hagas una idea: la mujer del capitán Cañas, Nieves, y yo, fuimos las primeras en limpiar la iglesia tras su construcción. Desde su inauguración habré faltado muy pocos domingos a su misa. De hecho la inauguración fue una gran fiesta. Los vecinos preparamos una gran bunyolada. Siempre he estado muy vinculada a la parroquia.

— ¿Trabajó usted en la carnicería?
— Sí. Pero cuando la cerramos estuve en las monjas de la Consolación hasta que me jubilé. Mi suegra estaba allí (era la madre de la directora, Sor Asunción), y cuando se puso enferma fui a ayudarla y, de paso, también ayudaba a las monjas. Era una especie de comodín, tan pronto estaba en la puerta, como sirviendo comida o vendiendo uniformes. Además, una vez se puso enferma la cocinera y estuve seis meses preparando la comida yo misma, ¡para unas 300 personas!.

— No me ha hablado todavía de sus hijos y nietos.
— Pues tengo a Susy, a Toni (que tenía la carnicería), y María del Mar, que es profesora en Barcelona, tiene una hija de seis añitos, Marina, y está esperando a dos gemelos, Marc y Jordi. Pero tengo más nietas: Marina, Neus y Carmen, que son hijas de Toni; y también están Marcos y Marta, que son de mi hija Susy.