Lely, en Las Arenas, el mismo establecimiento que contruyeron sus padres y en el que nació.  | Toni Planells

Eulària, Lely, Colomar (Es Canar, Sant Carles, 1953) es una de las responsables de lo que fue el primer establecimiento hotelero de Es Canar, Las Arenas. Un establecimiento que pusieron en marcha sus padres a finales de los años 40, con una acertada visión de futuro dirigida al turismo.

— ¿Dónde nació usted?
— Nací en el mismo hostal Las Arenas, literalmente. Aquí era donde vivíamos toda la familia y, a excepción de mi hermana mayor, María, que nació en Morna, donde nacimos todas las hermanas, Margarita, Pepita, Lina y Antonia. Arriba estaban las habitaciones de los clientes y nuestras habitaciones estaban aquí detrás.

— ¿Qué recuerdos guarda del Es Canar de cuando era usted niña?
— Guardo recuerdos muy bonitos. Al colegio íbamos caminando hasta Santa Eulària. Una vez cruzamos por el bosque y nos encontramos un pozo, mira que nos tenían advertidos los mayores respecto al peligro, pero estuvimos tirando piedras un buen rato sin llegar a oír cuándo llegaban al fondo. Los días que hacía mucho frío mi padre nos llevaba, de dos en dos, en su moto cuando podía. Al llegar a clase, el frío nos dejaba los dedos tan helados que no podíamos ni escribir. Las monjas nos frotaban las manos hasta que podíamos, por fin, mover los dedos. Hubo una época en la que un señor que tenía coche y trabajaba por la zona, nos recogía a medio camino y nos llevaba, ¡era una bendición!.

— ¿Tiene recuerdos de los turistas de esa época?
— Sí. Eran, sobre todo, franceses, venían en familia desde Marsella o París. Recuerdo que les gustaba mucho el submarinismo y se pasaban un mes entero aquí. Para ellos esto debía ser muy barato, y también un paraíso con pescado fresco para comer a diario. También venían españoles, claro. Desde Vitoria, Madrid o Barcelona. De hecho, todavía tenemos relación de amistad con algunos de los turistas que venían en esa época. Como venían familias con sus hijos pequeños, se ponían a jugar con nosotras año tras año. En el caso de los franceses ellos aprendían castellano y nosotras aprendíamos francés. Claro, eso crea un vínculo de amistad que todavía se mantiene. Había, entre otras, dos chicas, las dos se llamaban Isabel, una de Madrid y otra de Barcelona, que siguen viniendo cada año y mantenemos la relación. Muchas de esas familias acabaron comprando una casa para seguir viniendo a veranear todos los veranos.

— ¿Sigue habiendo este tipo de turista?
— No. Se acabó de golpe en los años 70. De un año para otro construyeron tantos hoteles de golpe que, quienes se habían ido en septiembre y volvieron en agosto, no se lo podían creer. Decían que esto era una barbaridad, que ya no era el paraíso y dejaron de venir. Fue un verdadero shock para esas familias francesas, todo lleno de hoteles y de ingleses, así que algunos se fueron al Puerto de Sant Miquel. Pero también construyeron esos hoteles enormes y se fueron definitivamente. Esto es el progreso, no podemos vivir del pasado y adaptarnos a la evolución de las cosas. También hay un bienestar que no había antes.

— ¿Cuándo abrieron el negocio?
— En 1948, tras haber estado trabajando muy duro para construirlo. Mis padres, Pep y Eulària, bajaban cada día en bicicleta desde Morna para trabajar en la construcción de la casa. Cuando estubo más o menos habitable, ya se quedaron sin dejar de construirla. Al par de años de abrir, ya estaban haciendo un piso para hacer más habitaciones para los turistas.

— ¿No se trataba de una finca familiar?
— La finca se la compró mi padre a un familiar. Para eso tuvo que vender una casa que heredó de mi abuela. Él ya tenía claro que quería una zona cercana a la costa, que era donde iban a ir los turistas. No quería la finca para cultivar. Mi padre hizo la mili en la marina. Por lo visto, desde allí tuvo la oportunidad de ver otros lugares en los que había hostales y pensiones que les iba muy bien y decidió hacer lo mismo aquí.

— ¿No era una finca fértil para sembrar?
— Sí, había una parte en la que se sembraba, todo lo que comíamos era de lo que cultivábamos en casa. Recuerdo que sembrábamos maíz en una de las zonas, pero en otras había patatas y también teníamos animales. Se hacían matanzas y todo lo habitual en esa época. Piensa que casi no había nada que comprar en esa época.

— ¿Pasaba lo mismo con el pescado?
— Sí. Se pescaba lo justo y necesario para comer. Tampoco es que hubiera neveras para conservar el pescado. Recuerdo que mi padre compraba barras de hielo en Santa Eulària que traía a toda velocidad en su bicicleta, envueltas con unas telas de saco, para que no se fundieran por el camino. Pero la pesca en esta zona era una verdadera maravilla. Bastaba con tirar la caña sin siquiera cebo para sacar pescado. Cuando nos apetecía un arroz con lapas, solo teníamos que acercarnos a las rocas para recoger las suficientes para comer. Ahora está prohibido, pero en los años 60 de los que te hablo, era otra cosa. Había de todo en la misma orilla, sepias, pulpos, doradas... Recuerdo estar tranquilamente sentadas en la orilla con los pies en el agua, cuando de repente salió un pulpo que iba hacia mis pies. No era raro que alguno de los turistas franceses nos viniera con un gran mero que había pescado a pocos metros de la orilla.

— ¿Su familia, eran pescadores?
— Mi padre no. Mi abuelo sí que lo era más. Tenía las casetas justo delante del hostal, pero las tiraron abajo con la llegada del inglés que montó el hotel Panorama. A partir de allí ya fue cambiando todo, pasamos de tener la playa justo en frente a tener la carretera donde antes había solo un caminito por el que pasaban los carros. Hoy en día no se podría hacer todo lo que se hizo. Pero esta es otra historia. Pero bueno, gracias a Dios, el año que viene tendremos un buen paseo aquí delante y nos desharemos de los coches.