Rafa en su gimnasio de Platja d’en Bossa. | Toni Planells

Rafa Tur (Sant Jordi, 1960) es un hombre inquieto y emprendedor, un jordier de toda la vida que ha sabido compaginar el trabajo (siempre varios al mismo tiempo) con su pasión por el deporte y por la diversión. Ha vivido también una etapa en la política, llegando a ser concejal de obras en Sant Josep. A día de hoy regenta dos gimnasios y un restaurante en Sant Jordi, su pueblo.

—¿De dónde es usted?

—De Sant Jordi. Nací allí mismo, en una finca que se llama Can Gaiard, como mis hermanos, Vicent y Nieves. Allí no había ni luz ni agua ni nada. Mis padres, Vicent y Rita, eran mayorales allí. Los propietarios de la finca, Pep y María, eran los mismos dueños de Can Jurat. La familia de mi padre era Can Pujol, de Sant Jordi. La de mi madre venía de la parte de Sant Rafel y Sant Antoni. Se dedicaba a enblaquinar las casas con cal. También era la matançera del pueblo (estuvo mucho tiempo con Toni ‘Jordi’) y, cuando empezaron a abrir los kioscos en Platja d’en Bossa, estuvo allí trabajando con Pep Miquel (entonces dejó de vestir de payesa). Era una mujer de estas que no conocían otra cosa más que el trabajo. De pequeña se quedó huérfana y estuvo trabajando como criada en Can Llambís. Eran 10 hermanos y cada uno se buscó la vida como pudo. Uno de ellos, Rafel, se hizo militar, por ejemplo.

—¿Fue al colegio a Sant Jordi?

—Sí. De hecho, todo lo que sé se lo debo a Armando Torri. Nos enseñaba Matemáticas, Francés, Lenguaje, ¡todo!. Pero es que también nos enseñó a jugar a vóley. Llegamos a jugar el campeonato de Baleares. Cuando jugábamos contra Juan XXIII u otros de Vila, esos cuatro payeses (Martí, Miguelito, Toni de s’Olivar, Nito de Ca na Palleva o ‘Canuto’) de Sant Jordi que éramos, los machacábamos.

—¿Trabajó usted desde muy joven?

—Sí. Mi primer trabajo fue cuando tendría unos 10 años. Salía del colegio y me iba a Can Jurat a hacer cafés, subido a un cajón de madera, a los salineros cuando salían del trabajo. Cada semana María me daba la paguita. Me acuerdo de Riera, Llimoners y otros llegando en sus bicicletas oxidadas con las pinzas en los pantalones. Comía allí siempre, no teníamos la costumbre familiar de comer todos juntos. Tampoco celebramos nunca cumpleaños o santos ni esas cosas. Tanto trabajo de mis padres lo impedía.

—¿Trabajó mucho tiempo en Can Jurat?

—Hasta los 13 o 14 años, que me fui a trabajar a un kiosco de Platja d’en Bossa, Es Camarells, con Xumeu y Toniet Cama. De allí empecé a trabajar en el aeropuerto, cuando todavía era el antiguo, donde estuve fijo durante 32 años. A la vez siempre he ido haciendo más cosas. Siempre he sido pluriempleado. A los 17 me dejé liar para montar una pizzería (yo no sabía ni qué era una pizza); Los inmortales se llamaba. Unos años más tarde monté allí mismo, en la calle Ramon Muntaner, un bar, el Triana. Esa época fue un desmadre. Cuando se paraba la policía delante, me lo dejaba vacío.

—¿Cómo era el Triana?

—El típico bar en el que sonaban Los Chichos, Camarón o Los Chunguitos. Allí se reunían los que salían del talego y ‘lo mejor de lo mejor’, aunque yo nunca entré en nada, se hacía de todo. Eran los 80 y era la época que el ‘caballo’ iba a tope (se llevó a muchos amigos). Un día, un amigo policía me dijo: «Rafa, esto se te está yendo de las manos. O cierras o te cierran». Así que no tardé en presentarme allí con un camión, decirles a los clientes «está todo pagado» y empezar a cargar sillas y mesas para cerrar definitivamente el chiringuito. Palmé más de dos millones, que mi padre, sin decirme nada, quiso quitarme de encima con tal de que saliera de ese ambiente. Era una zona intensa, pero nos conocíamos todos y había respeto entre todo el mundo. Allí había muchas barras americanas, pókers, tablaos flamencos... Hubo una vez que Paco de Lucía se presentó allí y dio un conciertazo en el Holliwood. Ibiza era otra salsa.

—¿Pudo esquivar ese ‘desmadre’?

—No. Esa época me desmadré bastante, pero sin dejar de cumplir nunca en el trabajo. Pillé, menos el del caballo, todos los vicios. Siempre he ido a tope en todo en la vida, al máximo, y en ese sentido no iba a ser una excepción. Siempre he sido un enganchado a la vida. Pero el cuerpo es sabio y te avisa. En el 2000, un día al llegar de fiesta me pitaba el pecho una barbaridad, no he vuelto a fumar. Para lo demás tardé un poco más. Hace unos años, antes de empezar el Camino de Santiago, en las seis horas de tren, me pillé tal borrachera con mi amigo Pepe, que arrastré las consecuencias dos meses más allá del Camino. Hay momentos en los que toca decir ‘basta’. No he vuelto a tomar absolutamente nada.

—¿De dónde salió la idea de montar un gimnasio?

—Aparte de fiesta, también he sido siempre bastante deportista. Jugué a fútbol con el Hogar 2000 jugamos, por ejemplo, el campeonato de Baleares. A los veintipocos años empecé en el gimnasio Pascal (fue el pionero de la musculación y el judo), créeme que, desde entonces, no he dejado nunca de entrenar. Más adelante Paco y Julián, de la Bolera, me propusieron llevar un pequeño gimnasio que tenían allí. Estuve cuatro años allí. Más adelante, cuando hicieron el centro comercial Can Palerm, en Sant Jordi, le ofrecí a mi socio montar allí un gimnasio. No había ninguno en Sant Jordi y nos fue bastante bien, el primer mes se apuntaron 450 socios. Poco después me ofrecieron el local de Platja d’en Bossa. Cuando lo vi lo tuve claro y abrimos el segundo gimnasio en 2008. Aquí seguimos desde entonces, ahora, en plena temporada, podemos alcanzar los 2.500 socios.

—¿Qué tipo de clientela atiende?

—A mi casa han venido desde un príncipe, el cura o el policía, al butronero o el más famoso (Gasol, Cañizares, Mariano...). Pero yo siempre he tratado igual a un ministro que a un barrendero. Ya lo hacía en el aeropuerto. Por ejemplo, hace no mucho vino el representante de Conor McGregor. Me preguntó el precio por cerrar el gimnasio solo para él. Le dije que no tenía precio para eso. Que viniera cuando quisiera, que le invitaba, pero no iba a dejar a mis clientes sin poder entrenar por eso. Yo no miro las clases de las personas, miro su calidad como persona.

—Pasó también una época en la política

—Así es. Una experiencia que jamás me hubiera imaginado. Estuve dos legislaturas en la oposición y una como concejal de Obras en Sant Josep. Me acompañaba y asesoraba José María Baquet, que venía desde Barcelona una vez por semana para ver qué podíamos hacer y qué no. Me animó Cándido Valladolid en el partido PREF. Siempre me ha gustado ayudar a la gente y tuve la oportunidad de hacerlo desde la política.