Moisés Copa cargado con su cámara. | Toni Planells

Moisés Copa ( Ibiza, 1971) ha dedicado buena parte de su vida, desde los años 90, a la fotografía de prensa en Ibiza.

—¿De dónde es usted?

—Yo nací y me crie en Ibiza. Mi padre, Domingo, nació en Tarragona, aunque su padre, José, venía de Galicia. Llegó a Ibiza haciendo la mili, le destinaron al Castillo, y fue entonces cuando conoció a mi madre, Paquita, y se quedó. Trabajó 30 años como empleado de banca. La familia de mi madre era de Can Funtet, de Santa Gertrudis, si no me equivoco, pero ella nació en la casa de Can Mariano d’es Pou Nou, en Can Cifre. Su padre, mi abuelo, fue el fundador de Sal Torres. Toni de sa sal le llamaban. Tanto él como mi tío, Mariano, eran grandes colombófilos. Fue el presidente de la Sociedad Colombófila de Ibiza y mi tío fundó la revista ‘Colombófilos a pesar de todo’.

—¿A qué se dedicaba su madre?

—Fue profesora de mecanografía durante muchos años. Toda la generación de funcionarios y secretarias que están a punto de jubilarse pasaron por sus manos. Tenía no sé cuantas, 15 fácilmente, máquinas de escribir en casa.

—¿Dónde estudió?

—En Juan XXIII, de allí me fui a hacer FP, pero a los dos años me cansé y me fui al instituto. A Santa María, pero cuando estaba en Blancadona (habían echado abajo el antiguo). Tampoco llegué a terminar el instituto. De manera paralela también iba al Conservatorio. Hice cinco años de solfeo y tres de saxo. También cantaba en el coro. Era joven y, al parecer, tenía buena voz, por lo menos es lo que le pareció a Lina Bufí, que me lió para hacer de barítono. También hay que decir que en el coro eran casi todo mujeres y Lina aprovechó que mi padre también estaba para ficharme. Me he comido varias Misas del Gallo (ríe). Con la tontería de los 18 años, lo dejé y no he vuelto a estudiar música. Pero si tenemos que hablar de escuelas, la mejor fue el Paco’s. Allí me pasé muchas horas conversando, confesándome y aprendiendo sobre música y sobre la vida con Paco y los demás parroquianos.

—¿Ha trabajado siempre como fotógrafo?

—No. Antes trabajé como brigadista del Ibanat o como auxiliar administrativo en una tienda de electricidad.

—¿De dónde le surgió su afición por la fotografía?

—Pues yo tendría 14 o 15 años y tenía una de esas primeras novietas que tienes a esa edad. La cuestión es que a la mejor amiga de mi novieta le gustaba un chico y quería una foto suya. Me pidió a mí que se la hiciera, pero yo no tenía ni cámara, así que me fui a ver a Rafa Domínguez y me dejó una. Una cámara réflex Chinon, la recuerdo perfectamente. Con la excusa de que estaba haciendo una encuesta y que necesitaba una foto para eso, se la acabé haciendo. El hecho de tener una réflex en las manos me enganchó a la fotografía y me acabé comprando una. Se da la casualidad que el chico al que fotografié era fotógrafo, de hecho, acabó siendo jefe de fotografía de El País, y enseguida me fichó. Sabía perfectamente de quién era la cámara que yo llevaba.

—¿Cómo empezó a dedicarse profesionalmente?

—Fue al cabo de unos años de estar haciendo fotos por ahí por mi cuenta cuando me presenté en La Prensa de Ibiza, un periódico que había entonces. Allí estaban como fotógrafos Carles Ribas (al que le hice esa foto) y Alfredo de Benito. Nada menos. La cuestión es que el director, Joan Serra, me pidió que le hiciera unos carretes, que hiciera el reportaje que me pareciera y entonces él vería las fotos. Así que me tiré cuatro o cinco meses con los bomberos, aprovechando que mi tío, Bruno Roig, era uno de ellos. Total, que para cuando revelé el reportaje ya habían contratado a otro fotógrafo, Vicent Marí, que tenía más experiencia que yo. A los pocos meses entré a hacer la mili, pero coincidió que un fotógrafo del Diario, Bartolo Tur, se rompió la pierna y, por recomendación de La Prensa, me acabaron llamando a mí. Así que me organicé para compaginar la mili y mi trabajo en el Diario. Estuve más de 20 años, bastantes más, trabajando como fotógrafo de prensa. Más adelante, monté un par de estudios de fotografía M&M, que tuve que cerrar, uno al separarme de mi socia, y el otro con la llegada de la pandemia. Tras cerrar el último decidí irme a Rumanía con la pareja que tenía entonces, ahora sigo viviendo allí.

—Tendrá mil anécdotas en este oficio.

—Hubo una época en la que me hice con un escáner de la Policía y me iba corriendo a los accidentes que me enteraba. Nunca me olvidaré del primer accidente: era una chica joven y guapa a la que habían atropellado. No había sangre, pero cuando llegó la forense (que al llegar me dijo «ya no necesitamos sus servicios» para echarme), y la movió, fue muy desagradable. Esa imagen me quedó grabada. He visto de todo en la carretera, gente quemada, decapitada... Tras la cámara no te afecta tanto, cuando llegas a casa es otra cosa, pero mientras estás trabajando, estás trabajando.

—¿Una actitud parecida a lo que debe pasar a un fotógrafo de guerra?

—No lo sé, pero sí que siempre soñé con ser fotógrafo de guerra. De hecho, en 1993, yo ya estaba casado, y me cogí una semana de vacaciones para irme a Croacia en la Guerra de los Balcanes. Lo tenía ‘todo controlado’, había quedado con un convoy de ayuda humanitaria, pero no pudo ser y me quedé allí tirado ocho días pasando penurias. Me pegaron e incluso me tiraron a las vías de un tranvía. Fue una señora mayor a la que hice unas fotos mientras limpiaba zapatos. Se levantó y, de un empujón, me tiró a la vía. Había que moverse por galerías subterráneas para moverse de un lugar a otro. Suena muy peliculero, lo sé, pero había toque de queda y guerra. A la vuelta, mi mujer se había marchado.

—¿Ha vuelto a intentar ser fotógrafo de guerra?

—Bueno, hace poco entré en Ucrania. Pero al ver el convoy que había para salir di media vuelta y volví al cabo de un par de días. Me dio tiempo a hacer algunas cosas pero poco más. No tenía nada organizado, llevaba dos días durmiendo en el coche con el frío que hacía y decidí volver. Ya me lo dijeron «entrar en Ucrania es muy fácil, lo complicado es salir». Así era: kilómetros y kilómetros de coches intentando huir de la guerra. Menos mal que llevaba una lucecita azul, la planté en el coche y adelanté a los kilómetros de caravana que había.

—¿Algún plan de futuro que pueda contar?

—Tenía una exposición de retratos en blanco y negro lista para mostrar. De gente de Ibiza de toda la vida: Marí Calbet, Felipe de la Peña, Toni Roca... Pero con la dificultad que hay en Ibiza para exponer, he acabado donándolo al Archiu d’Imatge i Só para que hagan lo que quieran. También estoy preparando un libro sobre mi experiencia el primer año en Rumanía.