Toni ‘Moreras’ ha dedicado su vida a la hostelería. | Toni Planells

Toni Marí, Moreras, (Sant Jordi, 1946) ha dedicado su vida a la hostelería. Un oficio con el que ya soñaba de niño y que desarrolló desde muy joven siempre con éxito e interés. Con experiencia en los primeros hoteles de la isla fue responsable del bar Ses Botes de Vila durante décadas, mientras levantaba de la nada lo que sería el primer establecimiento enfocado al turismo de alto nivel en Ibiza.

— ¿Dónde nació usted?
— En una casa que se llama Can Tanqueta, en Sant Jordi. Aunque me crié en Can Ros antes de que mi padre hiciera la casa de Can Moreras. Mi padre era Pep de ses Moreres aunque era de la casa de Cas Forn, en Es Cubells. Lo que pasó es que, con siete años, lo mandaron de pastor a Ses Moreres y se le quedó el nombre de Moreras. De allí se marchó a Cuba 13 años. Ya te puedes imaginar que se marchó siendo analfabeto, además, solo había hablado eivissenc toda su vida sin apenas entender el castellano. Al volver chapurreaba una mezcla que no era ni castellano ni eivissenc, ¡no le entendía nadie! (ríe). Aún así, se casó con María de Cas Porcher y tuvieron a Vicent, a Pep (†), Toni y Joan.

— ¿Qué me cuenta de ese Toni?
— (Ríe) Que al día siguiente de haber nacido le dijo a su madre: «Yo quiero trabajar en un hotel» (ríe). Cuando veía un hotel veía algo grandioso y superior. Era mi ilusión. Por eso uno de los mejores días de mi juventud fue cuando, mientras estaba cuidando las ovejas, se acercó mi vecino, Joan Nadal, que era recepcionista del Hotel Figueretes y me propuso entrar a trabajar allí.

— ¿No fue al colegio?
— ¡Ya lo creo!, y era buen estudiante, aunque en casa no hubiera recursos para plantearme ir a estudiar fuera. Además, cuando Joan Nadal me propuso empezar en el hotel ya estudiaba francés con Medina, en s’Alamera. Tenía claro que necesitaba idiomas para trabajar en un hotel.

— Entiendo que lo consiguió.
— Claro. Al día siguiente ya estaba haciendo de botones. No había ni teléfono en el hotel, así que, cuando necesitaban llamar a un taxi, me mandaban a s’Alamera a por uno. Podía ir en bici, pero prefería ir corriendo para volver montado en el taxi como un señor. Además, ¡el taxista me daba dos pesetas! Eso era un lujo. Otro lujo que vi por primera vez en el hotel fue un wc (en casa teníamos la figuera de pic). Era uno de esos de agujero en el suelo, sin taza, pero es que tampoco había visto nunca la cadena. Pensé que era para agarrarse cuando te agachas. ¡No veas el susto que me dio cuando, al sujetarme, descargó la cisterna!. ¡Salí corriendo! (ríe).

— ¿Estuvo mucho tiempo trabajando en el hotel?
— Sí, en varios. Después estuve en el Zénit. Hice la carrera completa de hostelería y de camarero: de botones a aprendiz, dos años después, ayudante para ascender a jefe de sector y después llegar a segundo maitre. A primer maitre llegué en el Hotel Helios y en el Tres Carabelas trabajé como barman durante nueve años. Allí entré el mismo año que me casé con Antonia Daifa, con quién tuve a Laura y a Javi (†). Años más tarde tuve a Joan con Paquita.

— ¿Cuándo dejó el Hotel Tres Carabelas?
— Cuando, en 1977, un gran amigo, Joan Serreta, me dijo: «Si no vienes al bar, lo cierro». Hablaba de Ses Botes. Ya sabía que como maitre funcionaba, pero quería ver qué tal se me daba como empresario.

— ¿Cómo le fue?
— Triunfé. Eso sí, abriendo a las 6 y cerrando a las 2. Lo llevé 40 años, hasta diciembre de 2017. Estaba en un enclave perfecto: al lado de Comisaría, de los juzgados, Delegación del Gobierno, Correos... estaba lleno de funcionarios y ya se sabe que son buenos clientes y les gusta que se les atienda en condiciones, como yo sabía. Una vez tuve que ir a un juicio por un tema de jugadores del Ibiza y resultó que el juez era uno de mis clientes que, siempre venía con un amigo de Iberia y daba por hecho que él también. Nos quedamos los dos mirándonos pensando, «¿tú qué haces aquí?».

— ¿Qué hacía usted en un juicio con jugadores del Ibiza?
— Es que fui directivo durante muchos años, del 78 al 92. Además, fui presidente en los 80.

— ¿Vivió siempre del bar Ses Botes?
— No. Monté un restaurante en Cala Jondal. Rodeado de funcionarios en Ses Botes, me enteré bien de que en 1988 la Ley de Costas iba a impedir construir cerca de la playa. Se lo comenté a mi hermano y a mi cuñada, que tenía el terreno allí. Yo tenía las ideas, así que nos juntamos y montamos el Tropicana. Que entonces era un negocio de riesgo.

— ¿Por qué era arriesgado?
— Porque en Cala Jondal no había nada, apenas había el chiringuito de Toni. Eso era el Amazonas de Ibiza. Apenas había un camino por Cova Santa, así que decidí hacer un camino por el mar repartiendo tarjetas a los barcos en los puertos deportivos. Sabía que la gente con dinero prefería lugares apartados y acerté. Tras picar piedra durante años, escalón a escalón, llegamos a ser un lugar de referencia en la isla.

— ¿Cuál fue su fórmula del éxito?
— Mucho trabajo. Pero también aprovechaba el bajón de trabajo de finales de agosto para ir a otros lugares, Córcega, Marbella, Saint Tropez, que estaban triunfando para fijarme en su fórmula. De esa manera monté lo que fuu el primer beach club de Ibiza en los 90. Un concepto, el de beach club, muy distinto al de música y fiesta de hoy en día.

— ¿Cuál era su concepto de beach club?
— Se trataba de que, todos los restaurantes de playa de la isla tenían sillas de plástico de la Coca Cola y sombrillas de Estrella Damm. Nosotros pusimos mesas y sillas buenas, con buenos cubiertos y un servicio de calidad. Eso es lo que quiere el turismo de dinero. Cada uno sabe donde puede ir. Un lugar de calidad y categoría no es caro, es bueno. No es que te peguen un clavo, es que te equivocas de lugar. Durante años fue un punto de referencia de la jet en Ibiza. Yo no me enteraba de quienes eran, pero te aseguro de que, en vivo, son más normales de lo que la gente se cree. Mi mujer, Paquita, después me decía quienes eran, venían gente del nivel de Cristina Onasis (que prácticamente se crió en su casa de allí), Sting, Bruce Springsteen, Tom Hanks, Naomi Cambell y políticos que no sabía quienes eran, pero que venían escoltados. Eso sí, los fines de semana, el 70% de la clientela era ibicenca. Lo dejé, a los 68 años en 2014, en manos de un gran profesional, mi sobrino, que lo ha hecho prosperar año a año.

— Usted ha visto cómo ha cambiado Ibiza de una manera radical.
— He conocido cinco Ibizas. La primera era la que jugábamos a fútbol con una pelota de trapo, ahora no se juega si no es con un balón de reglamento. La segunda es la que descubrimos el wc y la cadena (ríe), cuando empezó a llegar el turismo. La tercera fue la del ascensor (yo estuve en el primero que hubo en Ibiza) y la palanca. En esa época me fui a Londres con una inglesa, no había visto nunca un metro y mucho menos una escalera mecánica o una puerta giratoria. Tendrías que vernos, a la inglesa gritándome «Come on!, come on!», y a mí, delante de la escalera mecánica, paralizado durante diez minutos antes de decidirme a subirme a eso. También tuvo que decirme «come on» varias veces delante de una puerta giratoria. La cuarta Ibiza es la de la época dorada, en los 70 y 80 sobre todo. La quinta es la Ibiza más moderna y masificada.

— ¿Le parece que Ibiza está masificada?
— Bueno, es que, como dice mi sobrino, «¿faltan taxis o sobran turistas?». Para mí, está bien así, pero habría que regular y equilibrar las cosas. Por un lado están las caravanas y el agobio que hemos vivido este verano, pero cuidado, que en 2020 hubiéramos pagado por cada uno de ellos.