Toni Gelat en su barbería de Figueretes. | Toni Planells

Toni Gelat (Eivissa, 1969) representa a la tercera generación de una familia que, entre otras cosas, ha cultivado el oficio de barbero. Un oficio que los Gelat llevan ejerciendo desde tiempos del tío del padre de Toni y cuya barbería lleva más de seis décadas atendiendo a varias generaciones de clientes.

— ¿De dónde es usted?

— De Ibiza, de Vila concretamente. Soy hijo de Antonio Gelat, barbero de profesión, y de Lourdes Marí, de Cas Moliner, que era ama de casa.

— Heredó el nombre, pero también el oficio de su padre.
— Sí, para diferenciarnos él era Antonio Gelat, y yo Toni Gelat. El oficio, ya se sabe: cuando terminas de los estudios primarios y tu padre te plantea si pretendes seguir estudiando o ponerte a trabajar, pero que nada de estar «cul en paret», yo decidí aprender el oficio y convertirme en la tercera generación de barberos en la familia. El tío de mi padre, Manuel Gelat, ya era barbero, pero dejó el oficio. El maestro de mi padre fue Vicent de Sa Llòpia. Cuando terminó la mili (en el 58) se estableció con Pep Toni y Toniet de Sa Compra al lado del bar La Maravilla. Toniet se retiró y se establecieron en Es Mercat Vell del 60 al 73. Donde sigo yo, en una empresa que lleva funcionando nada menos que 62 años.

— ¿Por qué dejó el oficio Manuel Gelat?
— Fue un Sant Joan, él estaba afeitando a un cliente, a navaja, claro, ¡y no veas lo afiladas que estaban esas navajas! La cuestión es que, como era verano, tenían la puerta abierta y unos chavales tiraron un petardo que acabó debajo del sillón. Cuando estalló, con el susto, mi tío marcó al cliente en el cuello con la navaja. Desde entonces dejó la barbería y se convirtió en herrero.

— ¿Lleva en la barbería desde que terminó el colegio?
— No. Mi padre todavía tenía la barbería a medias con Pep Toni y estuve allí de aprendiz solo dos o tres años. Así que me tuve que esperar a que Pep Toni se jubilara, en 1991. El oficio de barbero no da pie a muchos barberos en el mismo local, así que estuve trabajando en distintos lugares: de albañil con Bernat, de electricista en Can Musson o de camarero en el Kiss, por ejemplo.

— ¿Trabajó a partir del 91 mano a mano con su padre?
— Sí. Mano a mano desde el 1 de enero de 1991 hasta 2003, que fue el año que se jubiló. Desgraciadamente, no pudo disfrutar mucho de su retiro, el 16 de noviembre de 2005 falleció por un cáncer de pulmón con 67 años. Había fumado mucho, como un descosido.

— ¿Se fumaba mucho en la barbería?
— Ya lo creo, había una humareda que se podía cortar con un cuchillo. A veces tenía que salir fuera para respirar y, cuando abrías la puerta, ¡salía una humareda!. Siempre había un gran cenicero en la esquina humeando y lleno de colillas. Es que aquí se juntaban a hacer la tertulia cada día. Había una por la mañana y otra por la tarde y siempre se juntaban los mismos: Vicent Mirolles, que había sido boxeador profesional; Vicent Sardina, que era íntimo amigo de mi padre; Vicent de Sa Beca, que era un antiguo pescador retirado; Osorio, un señor de Cuenca que era el barrendero de la zona (fue el último que murió, hace no mucho); Pepe Paya, que era fontanero o mi Abuelo, José Torres Andiñá, Pepe Payeta, que es el responsable de las fotos que tengo colgadas en la barbería. Todos eran vecinos y amigos de la zona y estuvieron viniendo prácticamente hasta que se murieron.

— ¿Se siente satisfecho de haber escogido este oficio?
— Sin duda. Llevo ya 32 años en la barbería y espero poder retirarme en ella. Es un oficio que te permite ganarte bien la vida y que siempre me gustó. Ya, cuando era pequeño, jugaba con los geyperman y los madelman de una manera curiosa: les mojaba el pelo y la barba y, con la cuchilla Bic de mi padre (de esas naranjas de plástico), les cortaba el pelo y les afeitaba la barba. Al parecer, llevo el oficio de barbero en los genes, o por los aires que respiraba cuando mi madre me traía a la barbería cuando era pequeño en el cochecito. Es el oficio que siempre me ha gustado. Siempre bromeo con el primer cliente al que atendí, Paco, que era fontanero y vive en Sant Jordi. Le digo que, como empecé con él, cuando me jubile, él debe ser el último cliente al que le corte el pelo.

— Ha apuntado las fotos que hacía su abuelo, Pepe Payeta, ¿era fotógrafo?
— No. Mi abuelo era el encargado de Can Vinyets y comandante de la Cruz Roja. Pero también hacía fotos. [Se acerca a las copias que cuelgan de sus paredes] Mira, esta es de 1950 [la foto muestra a los salineros en plena faena con las senalles llenas de sal sobre sus cabezas], esta es del 57 [una vista Vila y Talamanca desde la Catedral], mi hermano, Iván, tiene todos los negativos muy bien conservados y archivados.

— ¿Tiene recuerdos de su abuelo haciendo ampliaciones de sus fotografías?
— No, pero sí recuerdo haberle acompañado alguna vez a Barcelona a hacer reproducciones con sus negativos. Allí, estas fotos apenas tenían valor, pero se temía que aquí le copiaran los negativos y nunca se fio. Por lo que nos contaba, empezó a hacer fotos con 14 años. Si nació en 1922, empezaría a hacer fotos en el 36. No sabría decirte de donde sacó la afición, pero sí que conservamos su cámara, una Rolleiflex de esas que se miran por arriba. Llegó a hacer un par de exposiciones, una en la Caixa y otra en Sa Nostra. Poco antes de morir le quedó pendiente hacer una exposición comparando los paisajes de las fotos antiguas con las modernas de entonces (los años 90).