Amelia Torres en el salón de su casa, en Vila. | Toni Planells

Amelia Torres (Vila, 1952) ha dedicado su vida a la infancia. Responsable durante 35 años del jardín de infancia Ditets, varias generaciones de ibicencos la recuerdan con cariño como su primera maestra. Una maestra que puso la psicología infantil en el ojo de la educación y que supo ver más allá de la educación tradicional del momento.

— ¿Dónde nació usted?
— Yo soy vilera, vilera. Nací en plena calle General Balançat, justo delante de la iglesia del Convent. Hace, nada menos que ¡70 años!

— Y conserva una energía que cualquiera quisiera, ¿cuál es el truco?
— Cuando eres joven, eres joven, pero cuando te haces mayor debes fabricarte la salud. Lo que hago yo es procurar hacer las cosas amb seny y no escatimar a la hora de hacer cosas. Estar sin hacer nada no es saludable, todo lo contrario.

— Me ha dicho que es vilera, ¿toda su familia fue de allí?
— Nací allí porque mi abuelo materno, Pep, era de Can Pep de n’Andreu en Sant Miquel. Pero acabó vendiendo la finca para mudarse a Vila con su mujer (que estaba enferma), y mi madre, Pepita, que era la menos de los hermanos. Se llevaba 20 años con su hermana mayor, Maria, y los demás, que eran varones, habían emigrado. Allí conoció y se casó con mi padre, Joan, que era de es coll d’es Jondal. Su padre, Vicent, trabajó en Sa Casilla, además de llevar su finca con su mujer, María Serra, de Cas Serres. Tuvieron ocho hijos y, en su casa también hacían alfabetización. Había sido militar en la República pero, al finalizar la guerra, se dedicó a llevar la contabilidad de La Salinera en »Sa Canal» hasta su jubilación. Nunca nos dijo que en la postguerra estuvo preso un año en Barcelona. Debió ser muy duro. Mi madre hacía las tareas de la casa, nos cuidaba a nosotras y a mi hermano, Toni, que llegó a casa 15 años después por acogimiento familiar. Ella bordaba y posteriormente hizo comisión para aportar a la economía familiar.

— ¿A qué se refiere con que su abuelo hacía alfabetización?, ¿era maestro?
— Primero hacía alfabetización mi abuelo, luego lo hizo mi tío Pep, que ya sabía idiomas y fue el primer guía de Cova Santa. Mi padre, que era tenedor de libros, también hacía, incluso por la noche en mi casa. Recuerdo que, cuando era pequeña, por la noche, mi padre nos mandaba a la cama y es cuando hacía las clases nocturnas. Ninguno era maestro titulado, pero compartían sus conocimientos con todo el vecindario de Sant Jordi.

— ¿Vivieron siempre en Dalt Vila?
— No, cuando tenía unos 3 años, nos mudamos detrás de Sa Petaixeria y cuando tenía unos 13 a la Avenida Isidoro Macabich, Edificio Astoria. La zona de «Sa marina» entre la calle de la Cruz, la de las farmacias y perpendiculares, eran el núcleo comercial de la ciudad. De vez en cuando, me dedico a pasear por la zona y juego a recordar qué negocio había en cada uno de los locales. Había de todo. También fue el mejor lugar para pasar la infancia.    Venían    chicos y chicas de todos lados a jugar allí, en plena calle (no había tráfico), a la cuerda, a la xinga, a canicas, hacíamos teatro, preparábamos los fuegos de Sant Joan... lo que me gustaría que hicieran mis nietos. Tengo cinco, Jéssica y Azai de mi hijo Adrià y las mellizas Indira y Martina con su hermana Júlia de mi hija Núria.

— ¿Qué mensaje le daría a la generación de sus nietas?
— Pienso que están demasiado metidos en las redes sociales. Se cosifican para gustarle a no sé quién. Eso de hacerse influencer y ganar mucho dinero sin apenas esfuerzo, no sé qué satisfacción les dará. Me da mucha pena y querría que esto cambiara. No te digo que las RR.SS. no tengan su utilidad, pero creo que deberían aprovechar más a las personas mayores que tienen cerca, hablar con ellos, aprender de nuestra cultura y respetar el territorio. Hay que confiar en los y las jóvenes y empoderarlos. Ellos son el futuro y ésta generación es la que tiene el último tren para cambiar y recuperar el planeta. Su salud mental és muy importante. Hay que animarles a que tomen iniciativas y apoyarles.

— ¿A qué colegio fue?
— A las monjas de San Vicente de Paúl. Fue una época fantástica. Un colegio pequeño donde aprendí a pintar al óleo, hacer teatro, mecanografía y taquigrafía y, posteriormente, secretariado y contabilidad. Cosas muy útiles tanto para la vida personal como profesional.

— ¿Cuándo fundó su escoleta?
— Antes de eso, estuve trabajando en Fisa, que era una empresa de construcción que hizo la mayoría de grandes hoteles que hay en Playa d’en Bossa, Es Canar, Cala Llonga, también edificios de pisos en Ibiza. De ésta manera podía aportar a la economía familiar. Por la tarde, salía una hora antes para irme a estudiar Secretariado. Me casé muy joven y cuando nació mi primer hijo Adrià, me cuestionaba su infancia, su educación. Deseaba y me imaginaba un lugar donde los niños fueran los protagonistas de su educación, con movimiento, juegos, respeto, tradición. lejos de estar horas sentados haciendo caligrafía. Así que me fui a Mallorca, a ver una escoleta que se comentaba era de lo más novedoso. Me gustó mucho y fue cuando decidí montar la mía propia en 1975. Entonces se consideraba una escoleta tenía una función principalmente asistencial, cosa que me parecía poco. Quise marcar una línea educativa basada en nuestra identidad y tradiciones, por eso el nombre era Ditets. La gestioné durante 35 años y siempre puse el foco en los afectos, tradiciones y cultura. Mientras tanto hice una recopilación de canciones infantiles de tradición oral y otras procedencias. Les hacía un casette personalizado a cada niño con los cuentos, canciones y demás del año. Algunos padres me han llegado a comentar que lo han llevado en el coche varios años.

— ¿Tenía formación?
— Nunca dejé de trabajar ni de formarme. Simultaneaba el trabajo con la formación. Cada año iba con las compañeras que podían, a los cursos de verano de Rosa Sensat en Barcelona: Ellas, Mercè, Cati, Amparo, Cecilia y todas se implicaban mucho. Paralelamente iba estudiando Puericultura, Acceso a la Universidad para mayores de 25 años, Técnico Superior en Educación Infantil, Magisterio de Educación Infantil y un postgrado. En esa época se creó el Patronato para la protección de la Salud Mental con el psiquiatra Leopoldo Irriguible y un gran equipo de psicólogos profesionales. Posteriormente se incorporó a su dirección Juan Larbán. Fue una institución modélica que nos brindó la oportunidad de incorporar y aprender a nivel psicólogico en el sector educativo. Podíamos entender mejor a esos niños revoltosos que antiguamente se castigaban. Aprendimos a abordarlo de otra manera. Entendimos muchas cosas.

— ¿Sigue trabajando y estudiando en su jubilación?
— Por supuesto. Lo que más me ha importado siempre son las personas. Sobre todo las más frágiles: niños y ancianos. Por eso he dedicado mi vida a los niños. Para la jubilación no me puse ninguna meta, pero he acabado yendo a la Universitat de Majors, colaborando con la Asociación Elena Torres, con la Associació de Dones Progressistes y también con el IEE. Allí estoy en el comité ejecutivo, hago voluntariado lingüístico y he llegado a organizar la fiesta de Sant Joan de este año. Son actividades que me llenan.