Lali Tur. | Toni Planells

Lali Tur (Sant Miquel, 1963) estudió corte y confección, aprendiendo un oficio que, en una época no tan lejana, suponía buena parte del sustento familiar en las casas ibicencas: cusidora. Un oficio que, pese a dominar con maestría, nunca la llegó a llenar, por lo que decidió dar un giro a su vida dedicándola a la atención a los clientes del supermercado S’Hort Nou hace más de tres décadas. Negocio del que, Junto a Fina, es responsable hace 16 años.

— ¿Dónde nació usted?
— Yo todavía nací en Sant Miquel. Eran tiempos en los que apenas había dos clínicas privadas en Ibiza, Can Alcántara y la de Villangómez, que fue el que me ayudó a nacer. Entonces también iban por las casas.

— ¿De dónde es?
— De Can Mariano d’en Roques, vivíamos en una finca que estaba casi en la frontera entre Santa Gertrudis y Sant Miquel. Tanto mi padre, Mariano, como mi madre, Eulària de Can Caramunt, se dedicaban a hacer el huerto y cuidar de unas cuantas vacas que teníamos en casa. Eso venía a ser lo habitual en cualquier casa de esa época.

— ¿Dónde estudió?
— Fui al colegio de Santa Gertrudis; decían que era mejor que el de Sant Miquel y mis padres decidieron llevarnos allí. A mí y mis hermanos Mariano y Toni. Cuando éramos pequeños nos llevaba en coche, pero cuando tuvimos 10 u 11 años, ya íbamos en bici. Tampoco te creas que estaba muy lejos. Eran solo cuatro kilómetros que, aunque ya estaban asfaltados, apenas pasaban coches.

— ¿Hasta cuándo estuvo estudiando en el colegio de Santa Gertrudis?
— Hasta los 14 años. Como la mayoría de gente entonces. Hacer el bachillerato era entonces como ahora ir la universidad. De mi clase, que éramos unos 20, solo dos continuaron estudiando en el instituto. Lo que hice yo entonces fue estudiar para ser modista en la academia de Maria Torres, de Can Maiol. Era de las únicas que había en Ibiza y me llegué a graduar con Mención de Honor y todo. Se me daba muy bien.

— ¿Trabajó como modista?
— Sí. Estuve trabajando y dando clases en la misma academia hasta los 25 años. Cosía mucho para una tienda que se llamaba Tip Top, que entonces era lo más de lo más en moda Ad Lib, y 100% hecho en Ibiza. Lo que pasa es que no me gustaba, no sabría decirte por qué, pero no era lo mío.

— ¿Era un trabajo duro?
— Se trabajaba mucho, sí. Se hacían muchas horas, y es que no había horario. Había que hacer lo que había que hacer, evidentemente te podías quedar más o menos trabajo, pero 10 o 12 horitas podían caer perfectamente. Piensa que se trabajaba por comisión, y aunque no se ganaba mal (al menos los primeros años) no había contrato, no cotizabas en la Seguridad Social, y si no trabajabas, no cobrabas, claro. Si te digo que el 90% de las mujeres de la isla lo hacían, seguro que me quedo corta. Fueron las mujeres de Ibiza, con su trabajo, quienes hicieron posible la moda Ad Lib.

— ¿Podríamos decir que en Ibiza existía una industria textil potente y femenina?
— Sí. Ya te digo que, en Ibiza, la que no cosía, bordaba; la que no bordaba, tejía; también había quien se dedicaba a cortar la tela. Incluso había muchas mujeres que se dedicaban al tinte. Recuerdo a dos mujeres de Santa Gertrudis, María y Antonia (†) de Can Guasch, que se dedicaban a teñir tejidos, aparte de coser. También había una vecina de la Vía Romana que teñía una barbaridad de ropa. Tenía a los vecinos aborrecidos con el reguero de tinte que se escurría de sus tendederos.

— ¿Cuándo dejó de coser por comisión la mujer ibicenca?
— Cuando se empezó a regular el mercado laboral. Entonces se llevaron la producción fuera. Primero a otros lugares de España, pero después a Indonesia y sitios de estos. También influyó mucho la llegada del turismo y la opción de trabajar en la hostelería, con buenos sueldos, contratos y trabajo asegurado. Allí te hacían contrato y ahora apenas hay nadie de menos de cuarenta años que haya cosido, pero antes cosíamos prácticamente todas. Las generaciones anteriores a la mía, te diría que mucho más. No había ninguna mujer que, al terminar las tareas de todo el día, no sacara unas horas para coser un poco.

— ¿Por qué lo dejó usted?
— Si es que no me gustaba. Me aburría. Además, llegó ese tiempo de un poco de decadencia, cuando se llevaron la producción fuera. Así que, con 26 años, cuando me enteré de que necesitaban gente en un supermercado, me presenté y me cogieron para una prueba de seis meses. Tenía muchas dudas, apenas distinguía un pepino de un calabacín y me parecía mentira que pudiera aprenderme los precios en la vida. Total, que no me fui nunca y llevo en S’Hort Nou desde entonces. Ahora como jefa junto a Fina, que se incorporó poco tiempo después que yo y hemos sido siempre compañeras.

— ¿Qué le llevó a animarse a llevar el negocio junto a su compañera?
— Bueno, cuando comenzamos, S’Hort Nou era de dos socios, Luis y Pepe, que, con el tiempo, se separaron. Yo me fui con Luis a la tienda de detrás de Santa María. Tras 12 años allí lo dejé y, tras cuatro meses en el paro, Fina me propuso que nos asociáramos cuando se jubiló Pepe. Era 2016 y, desde entonces, aquí seguimos. Llevamos 32 años juntas y tenemos una confianza total la una en la otra.

— ¿Tiene ganas de jubilarse?
— Por un lado, sí, pero por otro, no tanto. Me gustaría tener más tiempo para dedicarlo a mis aficiones, sobre todo viajar, pero también a las plantas. Pero es que me gusta este trabajo, el contacto con el público es lo mío.