Gordon en su establecimiento de motocicletas. | Toni Planells

Gordon Roper (Glasgow, Escocia, 1946) ha estado vinculado al mundo de las dos ruedas desde que, hace casi 60 años, su padre le regalara su primera Vespa. La misma con la que descubrió su pasión por el motor y que le trajo a Ibiza hace medio siglo en un viaje, solo de ida, que le convirtió en un ibicenco más.

— ¿Dónde nació usted?
— En Glasgow, Escocia. Soy el mayor de los diez hijos que tuvieron Moira y Albert. Se conocieron en la isla de Malta. Mi madre, que es inglesa, estaba allí como hija de militar y mi padre llegó allí con un barco de la Royal Navy, donde trabajaba en la enfermería. Allí mismo se casaron y mi padre se la llevó a Escocia, donde apenas conocía a nadie.

— ¿Estudió usted algo relacionado con mecánica o ingeniería?
— No. Estudié técnico de laboratorio en la Universidad de Glasgow y estuve ejerciendo una temporada. Pero lo mío eran las Vespas. Así que, tras haber sufrido un accidente en el que me rompí el fémur, decidí dedicarme a trabajar como mecánico de Vespas, que era lo que me gustaba.

— ¿Cuándo vino a Ibiza?
— El pasado abril se cumplieron 50 años desde que desembarqué en Ibiza por primera vez. Fue en 1972, yo tenía 25 años y llegué desde Glasgow tras un viaje de una semana con mi Vespa 150 GS.

— ¿Por qué Ibiza?
— Fue tras la visita, al taller en el que trabajaba, de un señor que se llamaba Adam Todd. Me explicó una serie de problemas técnicos con unas Vespas que tenía de alquiler en Ibiza. Yo no tenía ni idea de donde estaba Ibiza, pero tampoco de cómo se llamaba ese hombre y, ni mucho menos, de su dirección. Aun así, tenía la corazonada de que tenía que salir un poco más de Glasgow antes de casarme y asentarme para siempre. Así que decidí mandarle una carta pidiéndole trabajo. Como no sabía su dirección, la mandé en un sobre a la oficina de Turismo de Ibiza. Me devolvieron la carta diciendo que no me podían ayudar, así que decidí coger mi Vespa y venir por mi cuenta.

— ¿Qué se encontró al llegar?
— Lo primero, ver como descargaban mi moto del barco metida en una red. Luego acompañé a un amigo que conocí en el barco hasta Santa Eulària. Como en Ibiza no encontraba dónde dormir a un precio que pudiera permitirme, acabé durmiendo en el Hostal Yabissa en Santa Eulària. Al día siguiente, en un bar de ingleses que se llamaba Mañana (después Akelarre), me dijeron donde estaba Adam Todd y me acerqué a pedirle trabajo. Era un negocio familiar y no pudo contratarme, aunque empecé a ir a echarles una mano desinteresadamente. Liz, la hija de Adam, me recomendó a Pep Bassetes, que me dio trabajo en su taller, Motos Ibiza. A los seis meses vino quién era mi novia, Sheela, y nos casamos en noviembre. Hice como mi padre, llevarme a mi mujer a un lugar que no conocía. En Ibiza tuvimos dos hijos, Jimmy y Rebecca. Más adelante tuve otro hijo, Alberto, que es un crack de la astrofísica. Ahora llevo con mi pareja actual, Amparo, 20 años.

— ¿Hablaba usted castellano?
— Ni una palabra. Pero no había que hablar con las motos para arreglarlas. Eso sí, llevaba siempre un diccionario en el bolsillo para poder hacerme entender. Al cabo de un tiempo, me di cuenta de que lo que se hablaba aquí era otra lengua, el eivissenc. Al final acabé aprendiendo las dos (ahora hablo hasta seis idiomas). Los eivissencs me acogieron muy bien, al principio era el raro, ese guiri que apenas hablaba, pero me acabaron invitando a sus fiestas, matanzas y todas esas cosas. Estuve allí trabajando unos cinco años, hasta que Todd vendió su negocio a una pareja de ingleses, John y Marjoy Sutherland, que le pusieron otro nombre. Querían llamarle Motos South, pero en castellano. Lo miraron mal y lo acabaron llamando Motos Sud. Por desgracia, el hijo de los Sutherland, Anthony, murió en un accidente. Se acabaron marchando y me ofrecieron a mí quedarme el negocio. Así es como empecé con Motos Sud en 1976, mi hermana Frances me ayudó unos años. Lo tuve hasta el año pasado. Lo de la moto en el tejado fue idea de Todd, pero lo del Snoopy fue mía. Con la ayuda de un gran ayudante, Bob, que era un artista, que lo rehizo para mí, además de pintar los carteles. Todavía tengo pegatinas y las voy pegando Snoopys por ahí cuando viajo.

— También tiene un concesionario de motos, ¿cómo surgió?
— Surgió en 1983, cuando, Julián Gullón, que tenía la concesión de Honda en Ibiza, me pidió que le echara una mano organizando una presentación mundial de un modelo en Ibiza. Allí me hice muy amigo de los japoneses y, cuando fui a Japón de visita, me llevaron a ver la fábrica. Al final me animé a abrir una concesión, presenté mi proyecto y, en 1991, abrí el concesionario de Honda en Ibiza. Aquí seguimos 31 años después con un monstruo que no para de crecer.

— ¿Qué momento vive la afición a la moto?
— Ha cambiado. Ya no hay pasión por las motos como había antes. Ahora ha salido un gran competidor: el mundo multimedia. Antes, la ilusión de los chavales era tener una Mobilette, trucarla y divertirse con ella. Les apasionaba ir en moto. Ahora prefieren divertirse con la tablet o el móvil. Otro factor nuevo es el éxito de la scooter. Ahora se usa como vehículo utilitario, para ir a trabajar, evitar el tráfico y aparcar fácil. Mucha gente no sabe ni qué modelo de moto tiene, como mucho, saben la marca. Con el nuevo sistema de carnet, con 16 años ya puedes llevar una 125, después, con 18, te puedes sacar el A2 y conducir motos de hasta 47cv durante dos años antes de pasar por la autoescuela, pagar y que te den el A. Esto es un tapón a la hora de vender motos de gran cilindrada. Muchos se conforman con 47cv y no van más allá. Tiene su sentido, pero no se hace igual con los coches, que chavales con 18 ya pueden llevar el Ferrari que su papá pueda comprarles.

— No me ha contado en qué momento le salió su pasión por las motos.
— En la universidad debía coger el bus cada día. Le pedía a mi padre una bici, pero al cabo de unos días me vino con una Vespa que le vendió un amigo. Fue la Vespa con la que vine a Ibiza. No sabía ir en moto. De hecho, estuve yendo unos días sólo en primera porque no sabía que había que cambiar marchas. Lo que no olvidaré nunca es la sensación de libertad que me dio. A las dos semanas me apunté al Glasgow Vespa Club. Organizaban todo tipo de juegos y pruebas, incluso íbamos a la Isla de Man, donde se hacía la Scooter Week. Se hacían competiciones allí de Lambretas y Vespas. ¡Llegué a ser el campeón de la Isla de Man y de Escocia!.

— ¿Conserva esa Vespa?
— No. La tuve que vender en Ibiza. Pero sí que conservo la número uno de Motos Sud.