Pep Marí posa para Periódico de Ibiza y Formentera. | Toni Planells

Pep Marí (Sant Lloreç, 1935) nació un año antes de que estallara la Guerra Civil española. No guarda recuerdos de este episodio. Sin embargo, sí recuerda los tiempos en los que la electricidad, el agua corriente o la cocina de gas no eran elementos comunes en las casas ibicencas. Tampoco en la suya, Can Carabassó. Inmigrante, tal como se autodefine, pasó una larga temporada de su vida en la Venezuela de los años 60 y 70 antes de volver a su Ibiza natal.

— ¿Dónde nació usted?
— En Sant Llorenç, en Can Carabassó, que es el nombre de mi casa. Estaba en la montaña, enfrente de las antenas. En casa vivíamos todos: mis padres, Vicent y Maria, mi abuela paterna, Maria también, y los 12 hermanos que éramos.

— ¿A qué se dedicaban en casa?
— A cuidar del campo. Teníamos huerto y, entre todos, lo cuidábamos. No te creas que era poco trabajo. Recuerdo perfectamente que, cuando tenía 10 años, en 1945, llegamos a recoger hasta 16 sacos de judías de toda clase. No recuerdo el peso que sería, pero eso era mucho trabajo. Sembrábamos de todo, mucha legumbre principalmente.

— La Guerra Civil le pilló muy pequeño, pero, ¿recuerda la época del hambre?
— De la Guerra Civil solo tengo algún recuerdo del final. Cuando, de niño, miraba los aviones que atravesaban el cielo. Sobre la época del hambre ya te puedo decir que no pasamos hambre en casa. Ya te decía que sembramos de todo. También hacíamos matanza, teníamos ovejas y gallinas. La carne se guardaba para las celebraciones, no comíamos carne cada día como se hace ahora. Eso sí, no nos faltó nunca un plato en la mesa. ¡Y qué mesa! Éramos hasta 15 comiendo en casa. Además, no te creas que teníamos luz, agua y cocina como ahora. No teníamos ni cocina económica: mi madre cocinaba con fuego de leña. Lo que teníamos en la mesa, eso sí, todo lo hacíamos en casa: desde el vino al aceite, el queso o, por supuesto, la sobrassada.

— ¿Me describiría alguna de las situaciones en las que se comía carne?
— La fiestas del pueblo o Navidades, principalmente. Para Navidad solíamos matar un cordero y alguna gallina de las que teníamos. El cordero, que podría hacer unos 20 kilos, se partía y nos comíamos la mitad en Navidad y la otra mitad en Año Nuevo. Se conservaba perfectamente colgado con el frío que hacía entonces, nada comparado con las temperaturas de ahora.

— ¿Iba al colegio
— Muy poco. No estudié mucho, no. Lo que hice fue irme a trabajar a Barcelona en el 56. Me fui a trabajar, primero estuve en un huerto, que era lo que sabía hacer, y después estuve en una fábrica de componentes eléctricos. Hacía carteles luminosos de neón, por ejemplo. Allí mismo hice el servicio militar y estuve unos siete años antes volver una temporada a Ibiza.

— ¿Solo volvió durante una temporada?
— Sí, al poco tiempo me fui a Venezuela. Yo he sido inmigrante. Serían primeros de los años 60. Mis hermanos Joan y Toni ya habían ido y me animé a ir yo también. Cuando me fui ya me había casado con Margarita y nuestro hijo, Joan, ya había nacido. Nuestra hija, Carolina, ya nació allí.

— ¿Cómo le acogieron?
— Muy bien. Aunque allí era un inmigrante, no tenía la nacionalidad, pero sí la residencia. No solo no tuve ningún problema sino que aprendí mucho. Me dediqué al comercio, algo que no había hecho nunca. Aprendí suficiente como para montar una tienda en la que vendía productos de una marca de droguería americana, Füller, que tenía productos de primera calidad. La teníamos en un pueblo a unos 500 kilómetros de Caracas, Maturín. Aparte de vender en la tienda, también hacía muchos kilómetros para ir a vender el material a los pueblos cercanos. A lo mejor a las ocho de la mañana ya me había hecho un par de cientos de kilómetros.

— ¿Era un país próspero?
— Sí, entonces estaba mucho mejor de lo que está ahora, que el que manda no carbura. Era el tercer país en producción de petróleo del mundo y el número uno en producción de hierro, es un país muy rico. Cuando llegamos nosotros mandaba Betancourt, pero antes de irme pasaron cuatro o cinco presidentes distintos. La cuestión es que, entonces, un bolívar valía 18 pesetas y se ganaba dinero. Ahora un bolívar valdría el equivalente a 24 bolívares. No es que ganara mucho dinero, pero al cambio, 100 bolívares eran 18.000 pesetas y eso me permitía mandar algo de dinero a casa.

— ¿Estuvo mucho tiempo en Venezuela?
— Ya lo creo. Nada menos que 15 años. Solo vinimos una vez de visita a Ibiza; estuvimos tres meses, eso sí, pero es que los viajes eran todavía más largos y caros de lo que son ahora. Volvimos justo cinco días antes de que muriera Franco. Lo recuerdo perfectamente. No es que nos fueran mal las cosas; la razón fue que mi hijo tenía que ir a hacer la mili y volvimos. Pienso que, si no hubiera sido por eso, muy probablemente siguiéramos allí todavía. Aunque es verdad que, últimamente, se ha tenido que marchar mucha gente por culpa de la situación. No es normal que en un país tan rico la gente tenga que marcharse a otros lugares.

— ¿Dónde trabajó a su vuelta?
— En el huerto y también en Can Guasch, una empresa en la que vendíamos productos. Allí estuve durante 18 años hasta que los médicos me jubilaron por unos problemas cardíacos.

— ¿Echó de menos su vida en Venezuela?
— Un poco sí. Hicimos muchas amistades allí y, aunque no volví nunca, seguimos en contacto con algunos de ellos. Ya han muerto muchos de ellos, pero, con mi amigo Dante Macri, por ejemplo, hablamos por teléfono muy habitualmente.