Toñi Ribas en su pueblo, Sant Josep. | Toni Planells

Toñi Ribas (Sant Josep, 1955) ha sido maestra en distintos colegios de la isla. Una vocación, la de la enseñanza, que heredó de su madre, Catalina d’en Pou, de quien también fue alumna y con quién llegó a coincidir dando clases en el mismo centro.

— ¿Dónde nació usted?
— Nací en Sant Josep, en Can Nebot, que era la casa de mis padres. En 1955 todavía no te llevaban a nacer a los hospitales, iban a buscar a la matrona y, listos.

— ¿A qué se dedicaban sus padres?
— Mi padre era Pep de Can Nebot y mi madre era Catalina d’en Pou. Mi padre hizo un poco de todo. Al principio tenía una carpintería con sus hermanos. Eran 12 (aunque a uno de ellos, Vicent, lo mataron tras la guerra) y todos eran muy mañosos a la hora de trabajar con las manos. Llegaron a construir un autocar de madera, sería uno de los primeros que hubo en la isla. También hizo todos los muebles de la casa cuando se casaron. La casa la construyó al lado de Can Jeroni, en un terreno que compró por unas 500 pesetas de la época, sería 1948, cuando se casó. Tuvo que pedir el dinero, claro, y pagarlo poco a poco.

— Me ha dicho que se dedicó a varias cosas
— Sí. También tuvo que ir al frente en la Guerra Civil. Estuvo en la Batalla del Ebro. Fue al volver de la guerra cuando se casó con mi madre y se hizo la casa. Allí se montó un taller de bicicletas donde las arreglaba y alquilaba. Más adelante montó una tienda de comestibles allí mismo. Además, se compró el que sería uno de los primeros coches de Snt Josep, que lo usaba como taxi. Al principio trabajaba, sobre todo, con la gente del pueblo, principalmente para llevar a los novios en las bodas. La cosa debió irle bien, porque en poco tiempo ya tenía tres coches. El primero era uno de estos negros como los de los mafiosos, el segundo era un Fiat al que llamaba ‘la eminencia’. Cada vez que presumía de lo bueno que era, se le estropeaba. El tercero fue un Seat 1500. Los traía de Palma y, el tercer coche ya lo compró especialmente para las bodas. Poco a poco empezó a llegar el turismo y fue uno de los primeros que les ofrecía servicio.

— ¿Fue taxista hasta su jubilación?
— Bueno. Es que murió bastante joven. Tuvo una enfermedad cardíaca que empeoró su salud tras el accidente de Ses Roques Altes. Él siempre había sido muy aprensivo con las heridas. Hasta el punto de que, en una ocasión, hubo un accidente de unos pescadores con dinamita. Murió uno y otro perdió una pierna. Para llevarlos en el coche al hospital solo puso una condición: que pusieran a los heridos de manera que no pudiera verlos. La cuestión es que, cuando ocurrió el accidente aéreo, mi padre era teniente de alcalde. El alcalde no estaba ese día y le tocó a él subir a ver si había algún superviviente y a analizar la situación. Tras eso no se recuperó, fue empeorando su salud hasta morir diez años después, en 1982, por una enfermedad cardíaca. Los médicos relacionaron directamente el trauma de lo que vio en el accidente con su enfermedad.

— Bonita historia la de su padre.
— ¡Pues espera a que te hable de mi madre!. Ella fue toda una pionera de su época.

— Hábleme de ella.
— Mi madre era de una familia de nueve hermanos. Desde bien pequeña decía que quería ir al colegio. Tanto insistía que, antes de que llegara a la edad, su madre tuvo que pagarle clases. Como no tenían mucho dinero en casa, tuvo que trabajar mucho para poder seguir estudiando, tal como quería. En la tienda que tenían, sembrando, cosiendo y haciendo lo que hiciera falta. Cada día iba a Vila en carro para estudiar el bachiller. Era durante la Guerra y nos contaba que era habitual tener que refugiarse ante una alarma de ataque aéreo. Cuando lo terminó se examinó en Barcelona para poder estudiar magisterio en Palma. Le pilló en plena postguerra y habían cerrado lo que era el colegio normal, se las apañó para presentarse a todos los exámenes en un verano. Solo suspendió caligrafía (que recuperó en febrero).

— ¿Pudo ejercer como maestra?
— Ya lo creo. Incluso antes de terminar ya tenía más alumnos ella, dando repaso, de los que había en el colegio. El maestro llegó a mandarle al inspector, que no le puso ninguna pega, por cierto. Al terminar estuvo en colegios de toda la isla, Sant Mateu, santa Gertrudis, Cala Vedella. En esa época había casa para los maestros y es allí donde vivíamos de lunes a viernes. Los fines de semana íbamos a casa y nos encontrábamos todos los platos que mi padre había dejado por fregar (ríe). Fue una maestra muy querida. Hasta el punto que, cuando cumplió 80 años, los antiguos alumnos le organizaron un gran homenaje. Vinieron de toda la isla. Además, en el Ayuntamiento le dieron la medalla al mérito. Murió en 2017 con 97 años.

— ¿Heredó su vocación?
— Sí. Yo y mi hermana pequeña, Maria José, hemos sido maestras. Además de tres sobrinas también. Yo llegué a coincidir con mi madre

— Apenas me ha hablado de usted.
— (Ríe) Yo fui a clase con mi madre hasta el bachiller. Cuando íbamos al colegio me preguntaba qué quería ser y siempre le dije que maestra. Lo tuve siempre muy claro, así que me fui a hacer el bachiller como interna a la Consolación. ¡Cómo lloraba echando de menos a mi madre!. Las monjas eran bastante estrictas, pero tenía tan claro lo que quería que no me planteé dejarlo. Al terminar me fui a estudiar a Palma. Antes de terminar ya empecé a trabajar allí mismo y fue cuando conocí a mi marido, José María. Nos casamos y, cuando nació mi hijo, José Antonio, decidimos volver a Ibiza. Pedí la interinidad y me la dieron a los 15 días de haber tenido a mi hijo. No me atreví a pedir la baja por maternidad, así que comencé directamente a trabajar. Estuve en Sant Antoni, Santa Gertrudis y en Sant Josep, donde coincidí con mi madre durante cinco años. Ella era la directora. Después me fui a Sant Agustí y pasé tres años en la conselleria de Educación como responsable de escolarización con Pilar Marí. El último lugar en el que di clases antes de jubilarme fue en la Escuela de Adultos.

— ¿Cambió mucho el alumnado durante su carrera?
— Ya lo creo. Me daban menos trabajo los 40 alumnos que tenía al principio, que los 15 de la última época en el instituto.

— ¿A qué se dedica en su jubilación?
— A cuidar de mis cuatro nietas: Núria y Lerire, de José Antonio, y Juana María y Sofía, de mi hija María.