Toni Escanellas con uno de los cruceros que gestiona como consignatario, en Botafoch, al fondo. | Toni Planells

Toni Escanellas (Palma de Mallorca, 1956) disfruta de sus últimos días en activo como consignatario en el Puerto de Ibiza. Oficio que ha venido desempeñando en distintas empresas desde que se afincó definitivamente en la Ibiza natal de su padre, en 1978.

— ¿Dónde nació usted?
— Nací en Palma. Mi madre, Micaela, era mallorquina, de Sineu, pero mi padre, Vicent era ibicenco. Lo que pasa es que, por circunstancias relacionadas con la Guerra, estuvo preso en Mallorca durante unos cuatro o cinco años. Cuando salió de la cárcel ya se estableció allí. Como pertenecía a la parte perdedora, lo tenía difícil a la hora de volver a casa.

— Entonces, ¿creció usted en Mallorca?
— Sí. Aunque en las vacaciones siempre vine a Ibiza. Estaba un mes en casa de mis abuelos maternos y otro mes en casa de los abuelos paternos, en Ibiza. Mi padre era de familia de pescadores, de Can Isidoro. Vivían en Sa Riba. Mi abuelo, Isidoro, era un hombre muy popular en su época. Fue un pescador de su época, de finales del siglo XIX y principios del siglo XX. De los que iban en su xalana, a remos, a colocar las redes, a hacer curricany… Pescaban atunes que tenían que llevar a rastras hasta puerto: eran tan grandes y pesados que no podían embarcarlos abordo.

— ¿A qué se dedicaba su padre?
— Mi padre, de joven, aprendió el oficio de sastre. En Sineu (Mallorca) se estableció en una sastrería antes de trasladarse a Palma definitivamente. Allí desarrolló el resto de su vida laboral.

— ¿Cuándo se estableció usted en Ibiza?
— En 1978. Había estudiado en el colegio de La Salle antes de hacer el bachillerato, hacer algún curso de Turismo (carrera que terminé más adelante en Ibiza), la mili, claro, y trabajar en una agencia de viajes. Cuando tenía 21 años, sacaron una convocatoria de plazas desde la compañía Aucona (Auxiliar de Comercio y Navegación), que era la empresa consignataria de Trasmediterránea. Llegué en marzo para hacer la temporada de verano pero, al terminar, me ofrecieron quedarme todo el año y aquí sigo, en 2022, desde entonces. Ibiza es mi casa, aquí me casé con Rosa, tengo mi casa y es donde han nacido mis hijos, Cristina y Andreu.

— ¿Cuáles eran las tareas de una empresa consignataria en la Ibiza de 1978?
— Principalmente la venta de billetes, era la única empresa que se dedicaba a eso, ahora hay muchísima más competencia. También se hacían temas de consignación, en el 78 ya venían cruceros. Entonces, la mayoría se quedaban fondeados fuera del Puerto, entre Botafoch y silla Negra, por temas de calado. Los viajes de pasajeros y tripulación se hacían con barcas propias del crucero, aunque también se contrataban barcas de tierra. Principalmente, se encargaba de eso Benjamín con su barca de Talamanca. Con ella se iba con las autoridades hasta el buque abordo para despachar el barco. Subía la Guardia Civil, la Policía y Sanidad para darles la ‘libre plática’.

— ¿Ha cambiado mucho este trabajo en Ibiza desde entonces?
— Sí. Entonces solo podían entrar los barcos más pequeños, pero los muelles que había eran los que eran los que eran y no cabían todos. Luego construyeron el muelle de Botafoch, pero no fue hasta diez años después, en 2013, cuando se construyeron allí los pantalanes. En ese momento se pudo trasladar el tráfico que había en Vila. Hasta entonces, en Vila había un tráfico muy potente y masificado. El Puerto era un caos ordenado de entradas y salidas de coches que llegaban, que iban a tomar un café o un helado a Los Valencianos, pero nos apañábamos. Ahora no es que haya caos, pero en momentos puntuales se forman bastantes atascos cuando coinciden entradas y salidas. También cambió el muelle de combustibles, que antes estaba en el muelle de contenedores. Ahora hay tuberías que van, desde Botafoch, hasta Gesa y ya no vienen barcos de butano y propano. Ahora el butano ya viene embotellado.

— ¿Trabajó siempre para la misma empresa?
— No. Aucona y Transmediterránea cerró sus oficinas en el 97 y pasé a Transcoma, otra consignataria que se dedica a carga y ahora también consignan a Grimaldi. Allí estuve tres años antes de entrar a Umafisa, que era de Matutes y tenían el Ferry Isla de Botafoch que hacía la ruta con Barcelona. En 2003 Balearia absorbió Umafisa y se quedó el barco y los trabajadores. Aunque yo no fui, me incorporé a una nueva empresa que se llamaba Ibiza Consignatarios, que era de Pepe Torres. En 2012 nos fuimos todos a la calle con un ERE, y, con Nacho Guerra, me monté por mi cuenta creando Ibiza Shipping. También trabajé, por mi cuenta, como surveyor de compañías como SGS, asegurándome de que las cantidades de combustible que se desembarcaban eran las mismas que se almacenaban en destino. Con Ibiza Shipping representamos a distintas compañías, pero, principalmente, nos hemos dedicado a megayates de a partir de 30 metros. En nuestra trayectoria hemos llevado barcos bastante importantes, aunque no hace falta dar nombres, ya que lo que piden es confianza y fidelidad.

— ¿Qué servicios demandan estos megayates?
— Normalmente hacemos las gestiones de atraque y amarre, coordinar la entrada con las autoridades y prácticos, también de todo el tema relacionado con inmigración de la tripulación (visados y demás), provisiones, combustible y otro tipo de servicios más privados.

— ¿A qué se refiere con servicios privados?
— Ya se sabe que los yates son un poco especiales y les hacemos el servicio de tramitar el tema de reservas a restaurantes, discotecas, hoteles… Vendríamos a ser como el pie que tiene el capitán en tierra. Podemos gestionar, desde un catering a bordo, a una banda de música que toque en el mismo yate o un grupo de ball pagos que haga un espectáculo a su llegada abarcamos de todo. Es imprevisible lo que te pueden llegar a pedir.

— ¿Qué es lo más imprevisible que le han llegado a pedir?
— Te podría contar 50.000. En una ocasión, por ejemplo, había un eclipse lunar y nos pidieron, a las tantas de la noche, que consiguiéramos un telescopio para poder verlo. Imagínate encontrar algo así de madrugada.

— ¿Lo consiguieron?
— Sí. Tenemos la suerte de tener una red de contactos que nos permite reaccionar rápido ante estas demandas.

— ¿Les han hecho alguna petición oscura o perversa?
— No. En temas oscuros nunca entramos. A nosotros no nos han pedido este tipo de cosas en la vida, saben que somos gente seria. Si las quieren ya saben donde encontrarlas. Hay otra gente que se dedica a esas cosas. Lo que nos piden a nosotros son otro tipo de cosas, como que mandáramos patata ibicenca a Cannes, al Lady Moura (que ahora es de otro dueño), que estaba enamorado de ellas (por temas fito-sanitarios no se pudo llevar a cabo). Otro yate, de un árabe, se enamoró de los pasteles de La Canela hasta el punto de que estuvo a punto de llevarse al pastelero a su país para que enseñara a sus pasteleros del palacio real. No se pudo llegar a hacer por temas de la materia prima, que allí no tiene nada que ver con la que se usa aquí.

— ¿Alguna mala experiencia o momento más complicado?
— Aparte de los pagos que, por dejadez más que por otra cosa, a veces llegan tarde, la época en la que los yates amarraban en Botafoch fue un poco complicada. Compartían el espacio con ferris y cruceros y había que compatibilizar los horarios de entradas y salidas. Claro, un megayate no tiene horarios establecidos y había ciertos conflictos con ellos a la hora de decirles que, por ejemplo, debían irse a las siete de la mañana a Formentera y no a las ocho o a las diez como pretendían. Pero nada que no se pudiera arreglar con buenas palabras y mano izquierda. En esa época, incluso llegó a haber un accidente que hubiera podido acabar en tragedia. Un crucero, el Flamenco, que estaba amarrando de popa, chocó con el Lady Moura que, a su vez, golpeó a otro yate que estaba al lado. Le arrancó la pasarela un instante antes de que el hijo del dueño bajara por ella.

— ¿Ha llegado a hacer algún vínculo de amistad con los dueños de los yates?
— Con los dueños no llegamos a tratar nunca. Están en otra esfera. Tratamos directamente con los capitanes y sí: Hemos hecho buenas amistades con algunos, nos visitamos a menudo y dormimos en sus casas. Lo que pasa es que, en ocasiones, el yate cambia de capitán, y, a su vez, este cambia de consignatario. Es un oficio en el que funciona la confianza en la persona más que en la compañía y, cuando están acostumbrados al trato con alguien que les da buen servicio, se procura seguir trabajando con ellos.

— ¿Hay mucha competencia en este sector?
— Sí. Últimamente hay mucha. Esto se nota mucho con los precios. Además, últimamente ha surgido la figura del consierge, una competencia no muy leal. Hacen daño al consignatario, que tiene un depósito en la Autoridad Portuaria, una oficina física y unas garantías. El consierge, como mucho, se da de alta unos meses. No es que haya confrontación con ellos, pero sí que es verdad que hacen trabajos que antes hacíamos nosotros, y ahora no las hacemos. Las hacen ellos, consiguen una mesa en la zona VIP, acompañan y hacen servicios a los que nosotros no llegamos. También es verdad que han dejado de venir algunos de los yates más grandes, como los de Arabia Saudí o, este verano, los de los rusos, que se han ido a zonas más afines con ellos, como Turquía.

— ¿Tiene planes a la vista?
— Sí. El 31 de octubre tengo la intención de jubilarme. A partir de entonces, podré viajar más con Rosa, que nos gusta mucho, ir más a Mallorca y disfrutar del tiempo libre.