Joan Roselló en su ferretería de la calle Juan de Austria. | Toni Planells

Joan Roselló (Sant Rafel, 1957) mantiene el espíritu comercial de su ferretería tal como el día que se abrió hace más de medio siglo. Un espíritu que, al contrario muchos comercios tradicionales de la ciudad, se mantiene intacto y con garantías de futuro.

— ¿Dónde nació usted?
— En Sant Rafel, en Can Joan Puig, que es donde, a día de hoy, sigo viviendo. En la misma finca, no en la misma casa, allí es donde vive mi hijo. De hecho, he vivido toda mi vida en Sant Rafel. A Vila, solo para trabajar. Yo era el único niño de la casa. Tengo cinco hermanas más y, además, una de ellas, Antonia, es mi melliza.

— El hecho de ser el único niño, ¿tenía alguna consecuencia?
— No te creas. Nos trataban igual a todos sin ninguna preferencia. Esto no quita que, si había que mover a la yegua, me tocara a mí. También es verdad que nunca puse un plato a la mesa.

— ¿A qué se dedicaban sus padres?
— Mi padre, Joan, como casi todo el mundo entonces, se dedicaba a la agricultura. Aunque, cuando yo tendría ocho o nueve años, mi madre, Margalida (de Can Parra), se dedicaba a la limpieza de la ropa de cama de los apartamentos de una compañía sueca de Sant Antoni que creo que se llamaba Frittin Resorts. No te creas que era poca cosa, serían más de 100 apartamentos y era muchísimo trabajo. Por eso nos implicábamos toda la familia.

— ¿Cómo se organizaban?
— Cada día nos traían la ropa en taxi, de la misma manera que se la volvían a llevar a Sant Antoni. Hablamos de sacos de ropa que las niñas y yo nos encargábamos de llenar después de plegarla. De los apartamentos nos mandaban el jabón y la lejía en grandes cantidades. Nos mandaban tanto que era habitual que alguna vecina viniera a echarnos una mano a cambio de algunas botellas de lejía y de jabón.

— Entiendo que lavaban a mano.
— Sí, claro. Pero era rápido. Se lavaban en tinajas con jabón abundante, ya te digo que no faltaba, hasta que las sábanas cogían el buen olor. Después se enjuagaban en el canal de riego del safareig, que tenía una buena pendiente. Entonces se tendían allí abajo, donde estaba el huerto, para después volver a subirla en carro hasta la casa ya doblada y colocada en los sacos. Yo me encargaba de subir el carro toda la buena cuesta zigzagueante que había hasta la casa. Mi padre me mandaba no tocar la riendas, y es que la yegua se sabía perfectamente el camino y no le hacía falta ninguna orden. Así nos pasábamos todo el día durante las vacaciones de verano durante unos cuantos años.

— ¿Mantuvieron esta actividad durante mucho tiempo?
— Unos cuantos años, no sabría decirte cuantos. Hasta que llegaron las lavanderías industriales. Algunas de ellas se hicieron tan grandes, como la primera que se montó, LIT, que hundieron enseguida. Aunque fueron llegando otras yo ya tendría unos 14 años y fue cuando empecé a trabajar.

— ¿Dónde empezó a trabajar?
— En el mismo sitio que sigo trabando a día de hoy, la Ferretería Ibiza. Un día que salía del colegio me encontré con mi primo, Toni Planells 'Puchet’, y me preguntó que qué quería hacer, trabajar o seguir estudiando. Como lo de estudiar no era lo mío me fui a trabajar con él en la ferretería que había montado dos años antes en Vila. Al cabo de un tiempo me mandó a Conibiza hasta que hice la mili. Al volver aguanté unos tres meses, pero no me gustaba y marché a otra ferretería, a Can Cirer. A los tres meses mi primo me vino a buscar para que volviera a trabajar en la ferretería y accedí. Al cabo de unos años se lo compramos y aquí sigo desde entonces. En Juan de Austria 17.

— ¿Cómo era el entorno de Juan de Austria 17 cuando llegó a trabajar?
— Muy distinto al de hoy en día. Al lado estaba Can Coll, casi toda esta zona era suya. Lo que es el Edificio Centro no era más que un solar en el que se apilaba leña. Donde está La Sirena era la harinera de Planas, también había un depósito de butano y la antigua fábrica de Gesa en lo que ahora es la Banca March. Bartolomé Roselló era de tierra, Sa Nostra eran las cuadras de Puvil y el KFC era una finca con una gran higuera donde unos gitanos tenían caballos. Fuimos los primeros en hacer copias de llaves, pero es que, hasta entonces no hacía falta hacer copias. Ni siquiera hacía falta cerrar la casa. Ya te puedes imaginar que ha cambiado todo una barbaridad. El que ha cambiado he sido yo, que vine de jovencito y ya tengo una nieta, Dafne, de mi hijo Joan. Otro hijo, Toni y mi mujer, Maria de Can Pilot.

— Lo que no ha cambiado tanto es su negocio, ¿cuál ha sido la fórmula?
— Cuando ha habido esos booms tan grandes, no lo hemos notado. Pero cuando ha habido esas crisis tan salvajes, tampoco nos hemos visto tan afectados. Cuando hay más volumen de trabajo vienen compañías de fuera que, cuando llegan las crisis desaparecen. Desde aquí hemos visto quebrar empresas que eran un imperio. Algunas, antes de comenzar las obras, ya habían desaparecido y nos llamaban para que recogiéramos el material que nos habían pedido. Serían los 70 cuando hicimos varios viajes de este tipo a Can Fornet o al Club San Rafael. Nosotros hemos trabajado siempre en un punto medio, aguantando las tentaciones de crecer más, contratar más personal y hacernos más grandes. Más gente: más problemas; más grandes: más riesgo. Si volviera atrás, haría lo mismo.

— ¿Aplicaría esta fórmula a la isla en general?
— La verdad es que estaríamos mejor, pero ahora es imparable. Hay demasiada gente y, en algún momento, habrá que decir ¡alto! y remodelar, más que seguir creciendo.

—¿ Continuará esta fórmula mucho tiempo?
— Eso espero. Ya estoy pensando en irme jubilando poco a poco y ahora es mi hijo al que le toca continuar el negocio, y tiene toda la pinta de que va a continuar la misma fórmula. Siempre le ha llamado y nunca hemos querido escuchar ninguna oferta por el local o por el negocio.

— ¿Planes para su jubilación?
— No muchos. Seguir como hasta ahora, ir viniendo de vez en cuando y dedicarme al campo en casa, por gusto, que es lo mismo que he hecho siempre. Yo he hecho mi vida en Sant Rafel, a Vila solo he venido a trabajar. Hará años que no vengo a otra cosa. Soy tan ferretero como payés. Lo que en vez de trigo, ahora siembro heno para mi caballo, Ferreter, que es un trotón, aunque lo maneja otra persona. Siempre he tenido trotones, es mi gran afición desde siempre. Desde pequeño ya iba al hipódromo de Can Bufí y me contaban que antes hacían las carreras desde S’Alamera hasta el final de la avenida España