Joan, ‘Tito Taronjes’ o ‘Es Cónsul’, en Vara de Rey . | Toni Planells

Tito Taronges o es Cónsul son los nombres con los que, quienes le conocen, se refieren al hablar de Joan Antonio (Vila, 1939). Una de estas personas es Juanito de Can Alfredo, que le define con contundencia: «Un auténtico crak, un verdadero atleta, futbolista y campeón de pesca submarina. Gran piloto y una persona excepcional». Piloto durante cuatro décadas, carga a sus espaldas con 19.340 horas de vuelo y una vida digna de película o de varias temporadas de una serie trepidante.

— ¿Dónde nació usted?
— En Vila, al lado del cine Católico, que es donde mi madre, Marieta Taronges, tenía su tienda. Mi padre, Bartolo es Cónsul, era carpintero. A mis hermanas (tenía cuatro) les tocaba trabajar en la tienda. Como yo era el único chico, me tocaba ayudar a mi padre en la carpintería y, además, era el que se llevaba alguna bofetada en algún momento dado. Eran otros tiempos en los que nos hinchábamos a pedradas entre barrios. Yo era el ‘jefe’ del barrio del Católico y nos pegábamos pedradas con los de Los Molinos. Alguna brecha me llevé, todavía tengo la marca. También me gustaba mucho pescar con pistola. Pescaba tanto que mi madre me llegaba a decir que no trajera más pescado. La pesca submarina, el fútbol y los aviones siempre fueron mi pasión.

— ¿Fue al colegio?
— Sí, a Sa Graduada y al instituto, cuando estaba delante del Ayuntamiento, además de la Alianza francesa para aprender francés. También estudié inglés. Siempre se me dieron excepcionalmente bien los estudios. Más que la carpintería y el serrín de mi padre. Por eso, cuando tuve 16 años, sin un duro, cogí un barco a Valencia y, desde allí, me planté, haciendo auto stop, en Cádiz. De Cádiz, haciendo ‘barco stop’, me fui a América.

— ¿Cómo fue ese viaje a América en ‘barco stop’?
— Como no tenía un duro, me enrolé en un barco que llevaba caballos a Venezuela y, después, a Miami. Mi trabajo era limpiar la mierda de los animales. Una vez en Miami, me hice el curso de piloto. Allí hice mis primeras 100 horas de vuelo. Mientras, trabajaba de camarero en un kiosco de un gallego que había tras el aeroclub. Cada día de clases me costaba 20 dólares y él me pagaba 30. Trabajaba toda la noche, cuando iban los americanos borrachísimos a gastar dinero a espuertas. Estuve solo seis meses y el dueño me dijo que le había hecho rico. Salí con el título de piloto, con dinero y habiendo trabajado una barbaridad.

— ¿Volvió entonces a España?
— Sí. A hacer la mili. Me tocó en aviación y, como ya era piloto, pude hacerla como complemento y así entrar en el Ejército del Aire. Allí me saqué el título de reactor. De hecho fui el primer piloto en llevar el, entonces recién llegado, F-104 Starfighter. ¡Iba a 3.150 km/h, 2,5 veces la velocidad del sonido!. Yo solo era brigada (y de complemento) y era el más joven. Los demás eran capitanes, coroneles y demás, pero como en Alemania se habían matado los cuatro primeros pilotos que probaron ese avión, ellos no se atrevían. Fue algo increíble: despegué, me puse a 45 grados y, en cinco minutos, estaba a 70.000 pies. Desde allí, sobre Madrid veía hasta las Baleares. ¡Precioso!. De alguna manera conseguí entrar en la elite de los pilotos en España, estaba entre el número dos y el tres. No me llamaron por que sí.

— ¿Pasó por Ibiza con el reactor alguna vez?
— Sí, en varias ocasiones. Si es que hacía lo que quería. Los viernes cogía un reactor (el F-86 Sabre), me iba donde me daba la gana, y lo devolvía el lunes, que les hacía falta para la instrucción. Incluso iba a ver el Ibiza en reactor (ríe): Una vez, que jugaba el Ibiza contra el Mallorca, se me ocurrió pasar para ver cómo iba el marcador. Esto lo hice un par de veces. Aunque pasé con el motor ‘cortado’ para no hacer tanto ruido, con el estruendo del reactor huyeron todos los futbolistas. No pude ver el marcador, pero sí a la directiva saltando acojonada de la tribuna al suelo (ríe). Al volver el lunes a la base de Torrejón me llamó el coronel y me preguntó que qué había hecho el día anterior en Ibiza. Tenía una denuncia de quien era presidente del Ibiza entonces, Abel Matutes Juan, uno de los que saltó tribuna abajo cuando pasé. Le dije que era íntimo amigo mío, el coronel se rió, me dijo «quién tuviera veinte años» y rompió los papeles delante de mi. Me denunciaron unas cuantas veces más en Ibiza, por hacer como si aterrizara en el aeropuerto, por ejemplo.

— ¿Tuvo algún susto en el aire?
— Sí. Uno muy sonado cuando estaba en Son Sant Joan. En unas maniobras al sur de Cabrera, yo llevaba el ‘blanco’ (que va colgando del avión) al que tenían que disparar mis compañeros. Un cabronazo falló el tiro y le dio a mi motor y el avión explotó. Tuve que saltar, claro. Estuve seis días a la deriva en el dingui, apañándome con el equipo de supervivencia. Cuando ya venía la costa de Argelia a unas 100 millas, pasó por fin un barco, tiré una bengala y me rescató.

— ¿Estuvo mucho tiempo en el Ejército del Aire?
— Seis años y pico. Después, en el 64, me fui a la compañía TASA (Transportes Aéreos Saharauis), volando un DC-3 de Canarias a El Aaiún (cuando era español). Aterrizaba en una carretera, no había ni pista. Allí estuve nueve meses antes de juntarme con cuatro tíos más para fundar Trans Europa, una compañía que duró 18 años muy buenos, antes de que la comprara Iberia en el 82. Empezamos con cuatro DC-4 y acabamos comprando DC-7 y hasta Súper Caravelles.

— El Caravelle, ¿es el mismo modelo que se estrelló en Ses Roques Altes hace 50 años?
— Sí. Pero ese era de Iberia, no nuestro. Yo era el inspector general de Caravelle en España (así me nombraron en Toulouse cuando fui a hacer el curso de Caravelle. Me saqué el título superior) y me tocó hacer el informe técnico del accidente. El piloto (que no sería el comandante, que ya harían sino el segundo) vería la pista desde arriba con una capa de nubes sobre Sant Josep. Al atravesarla se vio en Cala Vedella con una montaña a cada lado. Le metió motor a fondo pero sin accionar los speed-brakes. Ese fue el error que hizo que golpeara la cola. ¡Vino de un metro!. Pero eso no lo puse en el informe. De otra manera el seguro no lo hubiera cubierto. Eso sí, a Toulousse mandé el informe verdadero.

— ¿Qué hizo cuando Iberia compró Trans Europa?
— Empecé a trabajar para Aviaco, pero no me gustó, así que, en el 91, me fui al que sería mi último trabajo como piloto. En el jet privado (un X-800 brutal) de la Generalitat de Catalunya con Jordi Pujol y Marta Ferrusola (la verdadera jefa de la familia). ¡He sacado más dinero de España que nadie!. Llevaban ocho maletas de 40 kilos de billetes de 5.000 pesetas (yo no veía el dinero) y volvían solo con un maletín. Si cada kilo era un millón, ¡haz cuentas!. Eso no me gustaba y me ponía en riesgo así que lo dejé, aunque me insistieron mucho para que me quedara. Me tenían mucha confianza, de hecho Jordi Pujol, al conocerme y ver mi apellido, lo primero que me preguntó fue que si era hijo de Bartolo. Y es que estuvieron juntos en la cárcel.

— ¡¿Cómo?!
— Sí. Resulta que mi padre iba a comprar madera a Tarragona. Se la compraba al padre de Jordi Pujol, que tenía un banco y una serrería. Resulta que un día se fueron a cenar juntos y pusieron a parir a Franco con la mala suerte de que, al lado había unos policías de paisano. Los pillaron al acto y les metieron seis meses en la cárcel. Mi familia era bastante republicana. De hecho mataron a mi tío Vicente.

— Juanito nos contaba su faceta como gran futbolista
— Sí. Se me dio siempre muy bien. Jugué en el Ibiza, claro, pero también en todos los equipos de los sitios en los que estuve como militar. El Granada, el Badajoz, el Esporles, incluso me llegó a fichar el Mallorca por 100.000 pesetas. Pero el coronel me dijo que nada de compaginar el fútbol y pilotar. Así que solo estuve dos días. Tuve que devolver las 100.000 pesetas, claro.