Maria Torres creció en una finca de Santa Gertrudis. | Toni Planells

Maria Torres (Santa Gertrudis, 1946) creció en una finca de Santa Gertrudis, trabajando en ella como la que más y aprendiendo de sus padres la manera de trabajar que se mantuvo durante siglos. Experta modista, también trabajó durante décadas bordando y cosiendo para la moda Ad Lib.

— ¿De dónde es usted?
— Nací en Santa Gertrudis. Mi padre, Rafel, era de Can Malacosta, en Sant Antoni, y mi madre, Catalina, era de Can Sala, en Sant Jordi. Soy la segunda de sus tres hijos, Catalina (que nos faltó el pasado día 30) era la mayor y el pequeño es Joan.

— Su padre portmanyí y su madre jordiera, ¿Qué hacía usted naciendo en Santa Gertrudis?
— Pues que mis padres, cuando se casaron, se fueron a la finca de Toni d’en Pep Roig (el abuelo de Miqueleta, que, a día de hoy, sigue llevando el estanco del pueblo). Lo que pasó es que, como mi padre se llamaba Rafel y le conocía todo el pueblo, en esos tiempos pasaron a llamar a la finca Can Rafel. A nosotras nos llamaban Ses rafeles. La finca tenía una parte de tierra seca y otra de huerto, a la que llamábamos es fangar. Para regar se utilizaba un sistema de riego que nacía en el río de Santa Eulària, bajo el puente que está en la parte de Sant Miquel. Allí se formaba una balsa de agua que, a través de una canalización, llegaba hasta el final del pueblo. Las fincas se organizaban para usar ese agua, según la extensión de las mismas tenían derecho a más o menos tiempo. Por ejemplo, a mi padre le tocaba regar desde el sábado al medio día hasta el lunes a las nueve de la mañana. De esa manera, nos tocaba regar durante todo el domingo. Si sobraba agua, la almacenábamos en el safareig. Y es que las hortalizas había que regarlas durante toda la semana, pero no todas las fincas tenían safareig y tenían que apañárselas como podían.

— Un sistema hídrico bien organizado. Imagino que habría más agua.
— Sin duda, recuerdo que una vez hicimos un hoyo en uno de los desniveles de la finca y allí brotaba un agua buenísima que nos bebíamos. incluso mi padre llegaba a pescar llises en ese agua. Eso sí, el agua corría por el torrente hasta julio o agosto hasta que volvían las lluvias. El terreno quedaba húmedo y lleno de grandes charcos durante todo el verano. Estaban llenos de ranas y se llegaban a pescar anguilas.

— ¿De dónde sacaban los ingresos en su familia?
— Entonces los ingresos salían de la venta de algún pollo, conejo, cerdo o cordero que iban naciendo. También de la patata, huevos, almendras o algarrobas que sobraban. Nos quedábamos lo justo para nosotros, el trigo necesario para hacer el pan durante el año o las almendras justas para hacer la salsa de Nadal, por ejemplo. Además, nosotros éramos mayorales, eso significa que de cada dos huevos que vendíamos, los ingresos de uno iban para el dueño de la finca. Todo lo demás que necesitábamos lo comprábamos en la tienda de Pep Roig, que ahora es el estanco del pueblo y lo siguen manteniendo tal cual estaba entonces. Tenían de todo.

— ¿Iba al colegio?
— ¡Ay el colegio!. Mi hermano, como era el más pequeño, era el de ‘mel de magraneta’. Pero mi hermana y yo nos debíamos turnar. Si no había trabajo íbamos las dos, pero si no, que era lo habitual, iba yo una semana y ella iba la otra. Había ovejas que cuidar, conejos, gallinas y cerdos que alimentar, almendras, algarrobas o piñones que recoger… Para recoger las piñas teníamos una percha con un mango por un lado para cortarlas y con una punta al otro para tirarlas si no podías engancharla. A la hora de recoger los higos nos teníamos que poner la blusa de manga larga para no quemarnos la piel con la leche de la higuera. Nos subíamos a la higuera con una caña, ‘sa nyacadora’, a la que se le hacían unos cortes en la parte superior, se le ponía una piedra para que se abrieran las partes cortadas, que se unían con una cuerdecita. De esa manera podíamos llegar a las partes más inaccesibles. ¡No se perdía ni uno!. De hecho, debíamos tener mucho cuidado con las ovejas para que no los comieran. Con los higos hacíamos ‘xareques’ o ‘figues seques’. Recuerdo que cubríamos de fullaca de pí las paredes de piedra, que eran larguísimas y ya no existen, para secar allí los higos. A cada época le tocaba su labor.

— Una vida muy distinta a la de hoy en día.
— Ya lo creo. El único vehículo que había en todo el pueblo era la bicicleta del cura, Don Joan de Sa Cala. Además, piensa que, para ir al baño, teníamos que ir a la ‘figuera de pic’ o detrás de una pared. Tampoco existía el papel de water, claro, nos apañábamos con una estepa o con una piedra. Después, las gallinas hacían cola para ir a limpiar la zona. Ahora, a los jóvenes, estas cosas os dan asco (ríe).

— ¿Había mucha diferencia entre las labores masculinas y femeninas?
— Sí: ellos no limpiaban los platos ni la ropa. Nosotras sí. Pero arrancábamos patata o segábamos como el que más. Una vez, de bien pequeña, me pegué un buen corte con la guadaña. También es verdad que una vez intenté labrar con la arada. Mi madre me pilló por banda y me echó la bronca. Me dijo que, si los hombres veían que sabía hacerlo yo, dejarían de hacerlo ellos. Pero ayudábamos a mi padre con todo, incluso para hacer los pajares. Era muy maniático y meticulosos con sus pajares, que eran enormes y los disponía en filas. Se subía al palo y le íbamos pasando la paja. Por fuera le ponía la paja de cebada y dentro la de trigo, que era más pequeña. Era un trabajo muy laborioso.

— ¿Vestía usted de payesa?
— Yo no, pero mi madre sí hasta que nos fuimos a vivir a Vila. Eso sí, a la semana de haberse cortado la cola ya se estaba arrepintiendo. La trenza de las payesas era una prenda más de las mujeres de la época. Todas la llevaban con el mismo peinado, con la raya en medio y con el lazo al final.

— ¿Hasta cuando vivió en Santa Gertrudis?
— Hasta que tuve 20 años, que nos mudamos a Vila. pero antes nos cambiamos de finca. Cuando tenía 14 años nos mudamos a Can Tunió. En Santa Gertrudis, Don Joan me bautizó, me dio la comunión, la confirmación y me casó con Pep d’en Miquelí. Con él tuve a Pepe, mi hijo mayor, y a mis gemelas Neus y Tere.

— ¿A qué se dedicaron en Vila?
— Mi padre trabajó como jardinero del Ayuntamiento y mi madre limpiaba casas, la de Manolita Félix o la de Magdalena Pereyra o al restaurante Bistro. Yo, hasta que me casé, me dediqué al trabajo de casa y a bordar para María Chorat. Vivíamos en Sa Carrossa, primero en el número 19 y, después, en el 12. Sinceramente, nunca eché de menos la vida en el campo.

— ¿A qué se dedicó cuando se casó?
— A coser como modista. Mi hermana montó un taller de costura en la casa y estuve cosiendo con ella durante 35 años por comisión. Hasta que me jubilé, vamos. Trabajábamos mucho con la moda Ad Lib, enganchamos el boom, empezamos cuando solo había dos tiendas, Tip Top y otra en La Bomba. También teníamos pedidos del Corte Inglés o Galerías Preciados.Te aseguro que si se pusieran en línea todos mis ‘ripunts’, con todo lo que he cosido, se podrían dar varias vueltas a la isla. Cosí hasta que me jubilé.

— ¿A qué dedica su jubilación?
— También coso y bordo, pero como hobbie. Pero he querido aprender a hacer otras cosas, como elaborar espardenyes con Catalina de Can Andreu. Desde entonces he hecho muchos cursos de otras cosas, como de capells ibicencos y todo tipo de ropa payesa. De hecho tengo la carta de artesana espardanyera de cabellera y la honorífica de ropa. Ahora doy todos los cursillos que puedo y estoy en la Colla de Sa Bodega.