Vicente Tejada (Granja de Torrehermosa, Badajoz, 1958) llegó a Formentera con solo seis meses. Aunque pasó parte de su infancia en Vallecas, donde desarrolló su faceta como futbolista, no tardó en volver a Ibiza. Isla en la que ha sido testigo y protagonista del deporte rey, tanto como jugador, como esntrenador o directivo de distintos clubes que han marcado la historia futbolística pitiusa.

— ¿Dónde nació usted?
— Nací en Badajoz, en un pueblo que se llama Granja de Torrehermosa. Allí nacimos todos los hermanos, yo soy el menor de ellos. Lo que pasa es que no conocí el pueblo hasta que me casé y fuimos de viaje de novios. Y es que cuando solo tenía seis meses nos mudamos toda la familia a Formentera.

— ¿Por qué se mudó la familia a Formentera?
— Porque dos de mis hermanos mayores, Fabri y Emilio (que falleció el año pasado por el dichoso virus) trabajaban en el bar de un familiar de mi padre. Un señor francés fue al pueblo de cacería y los vio trabajando. Resultó que era el que llevaba el bar La Savina y al ver a mis hermanos trabajar, le encantaron, así que fue a hablar con mis padres, José y Francisca. Tanto les dio la paliza que acabaron por vender lo poco que tenían en el pueblo e irse a Formentera con toda la familia cuando yo solo tenía seis meses.

— ¿A qué se dedicaban sus padres en el pueblo?
— Mi madre, con seis hijos, ya te puedes imaginar que se dedicaba a cuidar de nosotros. Mi padre era segador e iba por los pueblos a hacer la siega. Era uno de los mejores y venían a buscarle de todos los sitios, de Sevilla, de Huelva…

— ¿Se instalaron en Formentera definitivamente?
—A llí estuvimos solo cinco años. En la Formentera de 1959 apenas había nada y les gustaba más Ibiza. Además, mi madre enfermó y los médicos le dijeron que la humedad de Formentera no le iba bien, así que nos vinimos a Ibiza. Al Hotel Tagomago, que era de un amigo del señor francés, donde estuvimos dos años antes de que mis padres se compraran un piso en Madrid, en Vallecas, donde nos mudamos hasta que tuve 14 años. Allí fue donde empecé a jugar a fútbol. Jugué, con siete años, en el Juventus, que era de Vallecas y con el que ganábamos al Rayo. Había un hombre, el señor Antonio, que me vio jugar y fue el que me llevó al Rayo.

— ¿Cuándo volvió a Ibiza?
— Después de que mi hermana Pepi, que tenía aquí a su novio, Enrique, y mi hermano Emilio, también con su novia, volvieran. Yo me vine de vacaciones con mi hermano, Jesús, y ya nos quedamos. Total que mis padres se quedaron allí solos y decidieron volver también. Emilio trabajaba en la panadería de Juanito Cifre, que le quería como a un hermano. Cifre tenía un llaüt y fue quién nos llevó por primera vez a Sa Torreta. Un lugar al que estuve yendo hasta hace unos cinco años, que nos echaron a todos.

— ¿Me habla de Sa Torreta?
— Era un lugar maravilloso donde pasábamos prácticamente todos los veranos. La primera vez que Cifre nos llevó, un hombre que vivía todo el año allí, durmiendo en una cueva que tenía con una puertecita, nos hizo una paella magnífica. Más tarde estuve yendo con Bartolo de Cas Datilet hasta que me compré una lanchita, que amarraba en el primer muerto que se puso allí (que colocó Bartolo). Quienes íbamos a Sa Torreta éramos como una familia, Payeta, Melis, Sisto, incluso presidentes del Consell como Cosme Vidal o Marí Calbet. Allí no había nadie que fuera más que nadie, todos íbamos en bañador y nos ayudábamos entre todos. Dormíamos en la lancha, que cubríamos con un pequeño toldo, con mis hijos Sílvia y Vicente y mi mujer Mari Carmen. Sílvia y mi yerno, Iván, padres de mis nietos Izan y Lara, siguieron yendo años después. Mi hijo Vicente, que junto a Raquel está esperando a mi tercer nieto, no se aficionó tanto a Sa Torreta.

— Aparte de ir a Sa Torreta ¿a qué se dedicó al volver a Ibiza?
— Empecé a trabajar unos seis meses como fontanero en Segura y Rosell hasta que me vinieron a buscar de otra empresa de fontanería que se llamaba Dotrisa, donde estuve hasta los 18 años. Lo que pasa es que, como seguía jugando a fútbol y me fichó el Ibiza, uno de los directivos, Juan Manuel Matutes, que era un jefe de Iberia, me ofreció trabajar allí para poder entrenar. Trabajé abasteciendo a los aviones en un camión hasta que tuve un accidente y tuve que dejarlo. Entonces monté con Bartolo Trofeos Cas Datilet en la calle Castilla. Más adelante abrimos otra en Santa Eulària y después la de Vicente Serra. Con el tiempo me lo acabé quedando yo, y hasta día de hoy, que lo llevan más entre mi hijo, Vicente, su mujer, Raquel y mi cuñada Fanny.

— ¿Jugó en el Ibiza al volver a la isla?
— No. Al volver, había varios equipos que me querían fichar, pero el señor Antonio (el que me llevó al Rayo) creó el Rayo Vallecano de Ibiza con una parte del Ibiza 2000, que se había dividido. Nos mandaron equipajes, balones. Lo ganamos todo. Jugábamos en el campo que había en el paseo marítimo. En el Ibiza estuve solo dos años, y es que me tocó ir a hacer la mili, justo el año en el que logramos ascender a Segunda B. Al volver habían cambiado la directiva y, por una serie de problemas, tuve que dejar el equipo. Entonces jugué en el Ibiza Atlético y después en el Hospitalet, con el que logramos subir a tercera. A Sáez le costó convencerme para fichar con el L’Hospitalet. Yo ya jugaba a fútbol sala y no quería volver al fútbol, así que le pedí una cantidad absurda para que me dejara en paz: un millón de pesetas. Una noche tocaron a la puerta y me dieron tres cheques de 333.333 pesetas cada uno. Volví al fútbol, claro.

— ¿Se planteó probar suerte en el fútbol profesional fuera de Ibiza?
— La verdad es que vinieron a buscarme de fuera. Mi hermano, Emilio, era directivo del Calvo Sotelo, también, antes de que me fichara el Ibiza me tiraron los trastos los del Rayo Lourdes. Estuve a punto de marcharme, pero renuncié al fútbol profesional por amor, a Mari Carmen y a Ibiza. Al final, a base de lesiones y de nueve operaciones, tuve que dejar el fútbol como jugador. Pero no llegué a desvincularme nunca del fútbol: Hasta la llegada del Covid fui el presidente del Ràpid, también creé el Insular, pero los acabaron absorbiendo los equipos grandes, la UD o el CD. Pero antes, al dejarlo como jugador, fui entrenador del Isleño, con el que nos mantuvimos durante dos años seguidos sin perder ni un solo partido y lo ganamos todo. Llegamos a salir hasta en el Marca.

— ¿Qué llevó al Marca a fijarse en el Isleño?
— Algo de lo que no me siento muy orgulloso. Resulta que el entrenador del Ibiza, con los que compartíamos campo, nos hizo una mala pasada. Habíamos hecho un trato para cambiar un partido el día de partido porque yo no podía estar. El tío no se lo comunicó a la federación y los chavales jugaron sin que yo, el entrenador, pudiera estar con ellos (ganaron igualmente). Los chavales se encabronaron mucho, claro, y es que, además, al pedirle explicaciones adoptó una actitud muy fea. Total, que cuando nos tocó jugar contra ellos les metimos 33 goles. No me siento orgulloso porque eso no se hace y yo no soy así. De hecho, cuando ganábamos de más de siete, mandaba a los chavales que jugaran con la pierna izquierda y esas cosas para no humillar al rival, que, al fin y al cabo, eran unos chavales. De ese equipo, ¡un equipazo!, salió Montoya, al que llevé al Madrid. Aunque no llegó a jugar allí, jugó en el Mallorca o en el Sevilla. Era de una familia muy humilde que vivía en Cas Serres y logramos que el Mallorca le pagara un piso a la familia, le diera trabajo a su padre y le pagara una operación de la vista a su madre. Le arreglaron la vida a esa familia.