Narciso Planells Tur, minutos antes de la entrevista con 'Periódico de Ibiza y Formentera'.

Narciso Planells (Dalt Vila, 1962) mantiene un oficio que ha heredado de varias generaciones de su familia. Un oficio en el que nació y del que es testigo directo de su dureza. De manera indirecta, también es testigo de la dureza que supuso ser familiar de un represaliado tras la Guerra Civil, como fue el caso de su familia materna.

—¿Dónde nació usted?
—Nací en Dalt Vila, en la plaza Luis Tur y Palau número dos (Plaça de Vila). Allí es donde vivíamos y donde mis padres tenían la panadería, justo al lado de lo que era la Galería Van der Voort. Mi padre, Antonio, era de Can Tunió, la casa de mi abuela, Pepa, que era donde vivía, aunque su padre, Lluís, era de Can Figueretes, de Sant Antoni. Por parte de mi madre, Berta, su familia era de Can Racó. Soy el cuarto de ocho hermanos, Luis (†), Fina, Antonio, Berta (†), Rosa, David y Eva.

—¿De dónde nace el oficio de la panadería en su familia?
—Mi padre empezó como aprendiz en Los Andenes, desde bien jovencito. Además, hacía pan payés en el horno de la casa de Can Tunió para venderlo al vecindario, haría una veintena cada semana. Sin embargo, el oficio de panadero viene de ambas ramas de la familia de mi madre. Por una parte, el Forn de Can Bernat (hoy restaurante el Olivo) era de un hermano de su madre, Pepa. Por otro lado, el Forn de Can Racó, era de Alejandro Tur Viñas, un hermano de mi abuelo, Siset Racó. Mi padre ‘festejava’ con, Paquita, hija de Alejandro, y este decidió emigrar a Buenos Aires junto a su familia. Le propuso casarse con su hija e irse con ellos a Argentina, pero no quiso dejar a su familia aquí y le dijo que no. No se marchó con ellos, pero le compró la panadería y acabó casándose con mi madre, que le había estado haciendo de carabina cuando festejaba con su prima.

—Su nombre, Narciso, no es muy común, ¿es un nombre de la familia?
—Es el nombre del primer notario que vino a Ibiza, Narciso Puget i Sentí, padre del pintor Narcís Puget Viñas. La abuela de mi madre era su tía y madrina, por eso le puso ese nombre a su hijo, Narcís Tur Viñas (Ciset Racó), que era mi abuelo. Mi abuelo, a su vez, le puso su nombre a mi tío y mi madre me lo puso a mí. También es el nombre de mi hijo mayor. Al final somos la única rama de la familia que mantiene este nombre.

—Su abuelo, Narciso, ¿también fue panadero?
—No. Él era selleter (guardicionero) detrás del cine Serra. Durante la Guerra Civil le acusaron de haber sido el responsable de la muerte de un Guardia Civil en Sant Miquel y de haber participado en lo del Castillo. Huyó a Valencia con sus hijos y, al terminar la Guerra, cuando volvió a Ibiza, le arrestaron nada más desembarcar y se lo llevaron a Mallorca. Allí le juzgaron. Los testigos declararon que él no había sido el responsable de los crímenes de los que le acusaban, incluso declararon que había salvado al médico Villangómez y a dos curas. Pero el 30 de septiembre del 42, cuando sus hijas fueron a llevarle ropa limpia, les dijeron que podrían llevársela a la tapia del cementerio. Lo habían fusilado igualmente junto a Campos (el arquitecto del Montesol) y a Peña. En el monolito del Cementerio Vell se equivocaron con el nombre y le han puesto ‘Francisco Tur Viñas’. Con su marido muerto y habiendo perdido todo lo que tenía en Ibiza, mi abuela se quedó en la calle y tuvo que volver a Valencia con sus cinco hijos pequeños, a trabajar como criada. Las pasaron canutas hasta que su hijo, Narciso, pudo emigrar a Inglaterra y mandarle dinero para alquilar un pisito en el Carrer d’Enmig.

—¿Qué recuerda de su infancia en Dalt Vila?
—En Dalt Vila viví hasta que tuve ocho o nueve años. Iba mucho con los soldados que estaban donde ahora está el MACE, allí me subían a sus caballos y les ayudaba a cepillarlos. También recuerdo que, en una tienda que se llamaba Casos y Cosas, al lado de la Escala de Pedra, compraba perlitas y bolitas con las que los niños hacíamos pulseras y collares, como los hippies que había por ahí, y las vendíamos. Así hice mis primeras 500 pesetas en un verano (¡un dineral en aquellos años!). Mi padre se acostaba por la noche y se levantaba por la tarde con mi hermano mayor, Luís, para hacer pan toda la noche. También recuerdo a Luis, subiendo cajas de cerveza a escondidas con su amigo Teodoro a la azotea. Allí criaban palomas mensajeras sin que mi padre se enterara. La verdad es que la Plaça de Vila era una familia enorme, yo estaba más en casa de mis vecinos que en la mía. En casa de Eulària de Can Macià y Pep de Can Frare, es donde escondía mis 500 pesetas para que no me las buscaran en casa. También estaba mucho con Vicent Tirurit y Catalina de Can Marge. Eran como mis otros padres, de hecho llamaba abuela a sus madres que, cuando venían a verles, vestidas de payesa y con el senalló, siempre me traían un puñadito de piñones. ¡He tenido seis o siete abuelas!. El vínculo familiar es tal, que, a día de hoy, nunca he dejado de cuidar de Catalina. No tuvieron hijos y Vicent me hizo heredero su finca, que también cuido.

—¿Dónde fueron al dejar Dalt Vila?
—A Casas Baratas, en 1970. Allí mi padre montó la que entonces fue la panificadora más grande de Baleares. A los dos años instaló un gran horno de cinta que llegó a salir en la prensa local, vinieron a bendecirlo y todo. En esa época había las huelgas del. Final del franquismo y los militares venían a proteger la panadería.

—¿Cómo se pudo permitir su padre montar una fábrica tan grande?
—Con ayuda de familias amigas. Hubo dos familias de Sant Lorenç que le ayudaron especialmente, Toniet de Can Xiquet Serra y Jaume de Can Gall. También tuvo que pedir un préstamo a Can Matutes, con la condición de servir sin cargo el pan a sus hoteles a cambio. Apenas podía afrontar los pagos con tanto préstamo. Con los años llegó a montar dos pastelerías en Vila, una detrás de Santa Cruz, y otra en la calle Juan de Austria, la pastelería-granja Planells. La panadería se la alquiló a mi hermano Luis y a Juanito Cifre, que fundaron Ibipán. Después se separaron y mi hermano fundó Eivispá.

—¿Cuándo empezó usted a trabajar en la panadería?
—Al mudarnos a Casas Baratas, con ocho años, empecé a trabajar colocando cosas en la tienda, a preparar pedidos de ensaimadas y croissants y cosas por estilo. Vivíamos allí y, por las noches, nos tocaba levantarnos a hacer pan. Mi hermano Antonio y yo nos poníamos en el horno de cinta, subiéndonos a cajones para poder llegar, desde las nueve de la noche hasta las siete de la mañana.

—¿Fue al colegio?
—Sí, fui a Sa Graduada hasta los 12 años. No me iban bien los estudios, y es que, al llegar a casa había que ponerse a hacer cosas en la panadería y no hacíamos nunca los deberes y, claro, suspendía todo. Así que me cambiaron al Seminario, pero tampoco me fue bien. Si es que, además, cuando llegaba Semana Santa, había tanto trabajo que ya no íbamos a clase, repetí y lo dejé a los 13. Claro, mi padre me puso a trabajar de lado a lado, de la panadería a la granja.

—¿Qué hacía en la granja?
—Allí ayudaba en la pastelería a hacer churros y chocolate y atendiendo al público como camarero. En Navidades hacíamos churros para muchísimos bares y restaurantes, hasta para el Gala Night. Horas y horas con Joaquín, un pastelero que siempre trabajó con nosotros y que entonces era un niño de diez u once años. En un fin de semana podíamos gastar 50 kilos de harina con los churros y 300 litros de leche, que nos traían en lecheras de 50 litros desde Can Font y Can Bonet, para hacer chocolate. Estuve allí hasta los 23 años cuando, tras tiras y aflojas familiares, me marché a trabajar como repartidor a Frutos Secos Ibiza. Allí estuve unos seis meses antes de que montara con mi esposa, Fina, nuestra propia pastelería, la Pastelería Fina, en diciembre de1988. Aquí seguimos a día de hoy.

—¿Dónde conoció a Fina?
—La conocí gracias a que era radioaficionado. Su hermano también y un día se puso ella a hablar, quedamos en el Pub Bruixes y nos casamos un año y medio más tarde. Hemos tenido tres hijos, Miquel (el pequeño), Agnès y, cómo no, Narcís, el quinto de su nombre en la familia, que ha estudiado pastelería y mantiene el oficio.