Joan Marí, en el Hostal Talamanca. | Toni Planells - Toni P.

Joan Marí (Cala de Sant Vicent, 1963) lleva más de tres décadas como metre en el Hostal Talamanca. Un oficio que ha venido desarrollando desde que tenía 15 años, en distintos establecimientos, alrededor de toda la isla,

—¿Dónde nació usted?
—Con este nombre que tengo, es evidente que nací en Sa Cala de Sant Vicent. En la casa de Can Jaume Morna. Jaume Morna era mi padre. Mi madre, Maria, era de Sant Joan, de Can Miculau. Soy el menor de tres hermanos. Jaume, María y yo nos llevamos dos años de uno a otro.

—¿A qué se dedicaban?
—Mi padre se dedicó a la construcción y a la finca. Estuvo trabajando la finca hasta que tuvo más de noventa años. Mi madre trabajó en el campo y, más adelante, estuvo años limpiando y cuidando casas y chalets de Punta Grossa.

—¿Cómo recuerda su infancia en Sa Cala?
—Muy aburrida (ríe). Como no había teléfonos móviles, jugaba a las canicas con mis hermanos, cuidábamos de los animales y cosas de esas. Es que la casa estaba bastante lejos, en medio del campo. A más de dos kilómetros de la iglesia, en frente de Sa Mola, en la parte de arriba de Sa Cala. Iba al colegio de Sa Cala, allí nos juntaban a todos los niños y niñas de todas las edades en el mismo aula y con en mismo profesor. Era un cacao. De mi curso éramos solo seis, dos chicas y cuatro chicos. Empecé con un profesor que se llamaba Don Joan y, después vino otro maestro mallorquín que se llamaba Don Valentín Rincón. Eran profesores de esos duros de la época. También venía mucho Don Pep, el cura de Sa Cala, que sigue allí. Jugaba a fútbol con nosotros y era una pasada. Llegué a ser monaguillo con él y todo. El primer año que abrieron la escuela de Sant Joan hice el octavo curso allí.

—¿Continuó estudiando?
—Tras terminar octavo me fui un año a hacer Formación Profesional de Mecánica. Iba al Castell, en Dalt Vila de tres de la tarde a ocho o nueve de la noche. Estuve solo un curso, y es que, al llegar el verano me puse a trabajar y vi que se me daba mejor el trabajo que los estudios.

—¿Dónde trabajó?
—Ese verano empecé a trabajar en Portinatx, en el restaurante Sa Vinya. Allí estuve durante siete años. Recuerdo que, cuando empecé, éramos 17 camareros en plena temporada. Trabajábamos muy bien y muchísimo, había días que no dábamos abasto con los 50 kilos de langosta que teníamos e iba con la moto a por más al vivero de los pescadores. Cuando me marché, éramos solo dueños, Juanito y Vicente, y yo. En siete años, Portintx pasó de tener tres restaurantes, Cas Mallorquí, el Pinos Playa y nosotros, a tener más de 50 establecimientos, entre restaurantes, bares, tascas y demás. Se notó mucho, cambió Portinatx y, a nosotros, nos bajó muchísimo el trabajo.

—¿Cómo era Portinatx antes de ese cambio?
—Muy tranquilo. Venía gente de toda Ibiza a comer, había buenos restaurantes y la zona era muy tranquila. Es una lástima pero, con tanta construcción, estropearon la costa. Recuerdo que una vez, sería el 78, vino un yate con Adolfo Suárez, que era presidente. El primero de la democracia. Estaba al lado de una embarcación del ejército con unas cuantas zódiacs dando vueltas alrededor todo el tiempo, con los guardias civiles armados. Cuando se marchó, empezaron a marcharse no sé cuantísimos Guardias Civiles con sus zetas. En otra ocasión vino un ministro, Íñigo Cavero, que comió en el restaurante y me tocó a mí servirle. Cerramos la sala solo para su mesa, que eran unos 17, más todo el lío de seguridad alrededor.


—¿Dónde fue al dejar Portinatx?
—A la mili, que la hice aquí, durante un año y medio mientras podía seguir trabajando. Trabajé en Sa Jovería, que lo llevaba Pedro, el hermano de los dueños de Sa Vinya. Al terminar la mili empecé a trabajar en el bar Xic de Vila, que estaba abierto las 24 horas del día. Allí llegaba a darle la vuelta al día, empezando a las ocho de la tarde y saliendo a las ocho de la mañana. Entonces, nos íbamos a desayunar caracoles con algunos de los clientes, que también terminaban la noche. Y es que allí venía lo mejor de cada casa, era un auténtico festival… o historias para no dormir, no sabría bien qué decirte.

—¿A qué se refiere?
—Allí había mil historias. Se jugaba mucho al ‘munti’ y de todo. Aunque cerráramos puertas de tres a cinco, el restaurante seguía lleno de gente jugando a cartas. A veces venía la policía a hacer una redada, se los llevaba a todos y, en dos horas volvían a estar las mesas otra vez en marcha (ríe). Allí llegué a ver como una persona perdía, en dos noches, todo el dinero que había ganado trabajando en la temporada. También había quien ganaba, claro, que eran los que invitaban al desayuno de caracoles (ríe). Una vez, un tal Riera, ganó una burrada de dinero y nos llevó el lunes por la mañana a Formentera. Arrasamos con todo hasta el martes por la tarde (ríe).

—¿Cómo era el ambiente en ese espacio de juego clandestino?, ¿se percibía peligroso?
—Nunca peleas a golpes. Discusiones muy fuertes, sí. Más o menos siempre jugaban los mismos y se conocían todos. El mismo que hoy ganaba, mañana tenía que pedir dinero a alguien para poder seguir jugando. Incluso había dos que eran hermanos y, a la hora de jugar, iban a matar. Se hacían muchos talones y no siempre se llegaban a cobrar (de ahí esas discusiones). La verdad es que se veía de todo, era la época de la heroína y también se veían barbaridades en ese sentido. Gente buscando pasta desesperadamente para picarse. Estaba en una zona en la que había varios puticlubs, con el bingo también cerca y, cuando terminaban, siempre pasaban a cenar y a terminar allí la noche. Porque, no te olvides, se cocinaba extremadamente bien allí. Vicent Xic era muy bueno en la cocina, ¡menudas paellas hacía!. Recuerdo perfectamente a sus hijos, David y José María, que correteaban por allí todo el tiempo.

—¿Hasta cuándo estuvo en el Xic?
—Hasta el 85, que me fui a una marisquería a Sant Antoni, el restaurante París, que era de Toni, de Can Botigues, un vecino y amigo de Sa Cala. Allí pasé cuatro temporadas con mi hermano y era una mina. Recuerdo que, un domingo por la noche llegamos a hacer una caja de 400.000 pesetas. No dábamos abasto, teníamos una vitrina enorme y, cuando llegaban los clientes, no dábamos ni la carta. Venga cajas de gambas, cáigales, pescado, marisco… Trabajábamos a reventar. Allí delante, en la tienda de Cuitxet, trabajaba Ana, con quien me acabé casando en el 89 y con quien tuve a nuestros tres hijos, Nelson, Kevin y Lucía.

—¿Cuándo dejó de trabajar en Sant Antoni?
—El mismo año que me casé, el 89. Entonces empecé a trabajar en el Hostal Talamanca, que es donde sigo trabajando a día de hoy. Cuando empecé, el comedor era solo para los clientes del hostal. No funcionaba como restaurante y no había pescado fresco. Los primeros clientes a los que atendí y me pidieron la carta, que era muy sencilla, encargaron una parrillada de pescado. Yo llevaba desde los 15 años trabajando con langostas, pescado fresco y, cuando les serví esa parrillada con producto congelado ya sabía que me lo iban a tirar por la cabeza. Con la vergüenza que pasé, hablé con la dueña, Margarita de Can Español, y la convencí para que, al día siguiente trajera pescado fresco. Trajo dos kilos de salmonete que vendía en diez minutos. Así que le pedí más y más, ella removía Roma con Santiago para conseguir lo que fuera, de manera que la carta fue cambiando, igual que la clientela y el restaurante empezó a funcionar con pescado fresco. Más allá de las populares sardinas y las parrilladas que se hacían los viernes y los lunes por la noche, con música en vivo.

—¿Qué clientela había en el hostal?
—Yo te diría que el 50 o 60 por ciento era la misma gente todos los años. Mucho alemán o de Luxemburgo, una clientela muy buena que, cuando los precios cambiaron, la mayoría ha dejado de venir. Desde hace unos años, con el cambio de dueños, ahora lo llevan Carmen Turró, con Salvador y Hugo, tenemos abierto todo el año y no cerramos el restaurante por las tardes. Antes cerrábamos a finales de octubre y, ahora, en invierno tenemos días tan fuertes como en verano.

—¿Ha visto cambiar mucho Talamanca en estos años?
—Hemos visto de todo, claro. Ahora está mejor, desde que repararon el emisario. Pero sí que es verdad que hay mucho barco en temporada, y no te creas que son de cenar marisco. Muchos están en el barco, porque les sale más barato que una habitación y cenan a bordo. También ha cambiado mucho el personal, cada vez es más complicado completar la plantilla con gente que quiera trabajar. Antes te ibas de fiesta, no dormías, pero ibas a trabajar. Ahora son todo problemas y fallan por cualquier cosa. Este año ha sido especialmente duro en este sentido.