Neus Planells es una gran coleccionista. | Toni Planells

Neus Planells (Vila, 1943) es una mujer inquieta. Presidenta de L’Esplai, el club de mayores de Can Ventosa, es, también, una gran coleccionista. En sus estanterías almacena innumerables piezas de filatelia o de vitolfilia que le han valido un extenso currículum de premios y reconocimientos como la insignia de oro a nivel nacional. Como vitofílica desde su niñez, es también una experta en el tabaco y, como escritora, está preparando un libro al respecto.

—¿Dónde nació usted?

—Nací el día de Sant Agustí en pleno corazón de Vila: Plaça de la Constitució, en el número cinco, entre la zapatería de Can Prats y la de Can Tarres. Debe ser por eso que me gustan tanto los zapatos, ¡tengo más zapatos que vestidos! (ríe). En casa éramos tres hermanos, el mayor, Antonio, y el pequeño, José Mariano, que murió siendo todavía niño, a los 11 años. Mi padre era de Can Capità y tenía un colmado entre las dos zapaterías, por eso le llamaban Pepito d’es Colmado. Su madre y mis tías eran unas grandes pantaloneras trabajaban en Dalt Vila cosiendo las ropas de todo el clero de Ibiza y, aunque eran de Santa Eulària, se criaron como señoritas de Dalt Vila. Y es que no era lo mismo hacer el mismo oficio en Dalt Vila que en otros lugares de la isla, era otra categoría social. Mi abuelo, que era sastre de Sa Penya, fue a buscar suerte a Cuba sin saber que mi abuela, que ya tenía tres hijos, estaba embarazada. No le fue bien en Cuba y se fue a Argentina, donde se le perdió el rastro.

—¿Creció en el colmado de su padre?

—Allí estuve solo hasta que tuve diez años, cuando nos mudamos a Es Viver. Además del colmado, mi padre y toda su familia (mi abuela Antonia, mi tío Antonio y su mujer, mi hermano…) también regentaban lo que era el Gran Hotel Ibiza (ahora Montesol) y el la pensión Isla Blanca. En verano también llevábamos el hotel en Figueretes y, en Es Viver, mi padre hizo la pensión, que después fue hostal y, más tarde, hotel (hoy en día es de Messi). También teníamos allí lo que fue el primer restaurante de la zona, anexo al hotel, le llamaban el Balneario y es donde trabajábamos las mujeres. Yo, con 12 años ya andaba allí trabajando como la que más. Los señores de Ibiza nos mandaban a las criadas con sus hijos todo el verano.

—¿De dónde era su madre?

—Mi madre, María, nació en Cuba, hija de emigrantes. Su familia era de Cartagena, aunque mi abuela nació en Argelia. Se dedicaban al comercio entre Cartagena, Orán e Ibiza, pero, en la Guerra del 14, emigraron allí. En Cuba, mi abuelo, Antonio, se dedicó a su oficio de ebanista y le fue bastante bien. Volvieron a Ibiza porque una hermana de mi abuelo, Carmen, se había casado con un ibicenco, Patricio, que se dedicaba al mismo comercio entre Cartagena, Orán e Ibiza. El pailebot de mi abuelo, el Dolores Rodríguez (antes El Mario). Durante la Guerra, el barco estaba en el astillero cuando lo bombardearon y lo destrozaron. Lo acabaron vendiendo por una peseta a otro naviero que lo acabó reconstruyendo. Cuando se establecieron en Ibiza, mi abuelo continuó con su oficio de ebanista y también a la construcción. Es el responsable de la construcción del edificio Molina, donde hicieron el Cine Central, también hizo el primer taller de coches de Ibiza para mi tío Antonio, el edificio del Ebusus, el Isla Blanca, donde puso bañera y ducha en unos tiempos en los que las casas en Ibiza no tenían ni wc. La intención era hacer un hotel, aunque solo se inauguró la planta baja y fue la pensión Isla Blanca.

—Entiendo que su abuelo fue una persona influyente.

—Así es, un día debo escribir su biografía. Fue presidente de la Cruz Roja y profesor de Ebanistería en la Escuela de Artes y Oficios. De hecho fue quien trajo la ebanistería fina a la isla, por ejemplo, esos grabados en las puertas del Pereira, las hizo él. Lo mataron en el Castillo ese maldito 13 de septiembre del 36. Se dice que le denunció alguien que le debía unos muebles. Además, en dos meses, mi abuela también perdió a su madre y a hijo mayor, Antonio, que se había presentado a hacer la mili como voluntario cuando estalló la Guerra y murió en la Batalla del Ebro. Mi abuela no habló de La Guerra nunca. Quedó herida por los dos bandos.

—¿Fue usted al colegio?

—Sí, en la Consolación, allí aprendíamos más a bordar que a estudiar. Así que después en Sa Graduada (allí trabajaba mi tía Doña Manolita) y con Don Joan d’es Serena para cumplir mi sueño, que era estudiar. Estudiar más que Primaria, en esos tiempos, ‘no era suficiente’ así que si estudié, fue por cabezona. Le propuse a mi padre que si me sacaba dos cursos en un año, me dejara estudiar. Y lo conseguí. Eso sí, me levantaba por las noches, a hurtadillas, para estudiar con el quinqué a media luz. Así que estudié en el Instituto y acabé haciendo magisterio a distancia, por libre. Yo quería estudiar algo de químicas para trabajar en un laboratorio, pero no me dejaron ir fuera, así que solo podía ir a Alicante a hacer los exámenes. En esa época había que trabajar más en serio en casa no terminé la carrera. Mi padre fue un visionario de lo que fue Ibiza en el futuro y no escatimó en que aprendiéramos lenguas, pero lo de irnos fuera no le hacía mucha gracia.

—¿Trabajó siembre en los negocios de la familia?

—No. Hasta que me casé, con 20 años, con Antonio Torres, el padre de mis hijas Sónia e Irma, que me ha-n dado mis nietas, Katia y Nasia, respectivamente. Al casarme, montamos el Supermercado Toni, allí me hice adicta a la radio, cuando pusieron Radio Popular de Ibiza fue un bombazo. La ponía a las siete de la mañana, cuando llegaba, y la apagaba a las 11 de la noche, cuando me iba. Me fascinaba escuchar la voz de Concha García Campoy o el programa ‘Es Nostro Camp’ de Margarita Guasch Canyes. Estuve trabajando allí 20 años, hasta que me separé y me fui a vivir con mi padre y las niñas hasta que mi padre murió un año más tarde. Entonces las cosas cambiaron y me fui a trabajar a un souvenir del Goleta y el Tres Carabelas durante diez años antes de entrar a trabajar en Correos por mi afición a la filatelia. Cuando lo dejé me dediqué a mi nieta y a mis aficiones y a la cultura. También soy la vicepresidenta de Hogar Ibiza y presidenta de L’Esplai en Can Ventosa desde 2020. Aquí trabajamos mucho como voluntarias para hacer cosas, aunque algunos puedan pensar que estamos aquí para comer gratis (ríe). Esto nos ayuda a estar más en forma que estando delante del sofá (ríe).

—¿A qué se refiere con dedicarse a la cultura?

—A ir a todas las conferencias, exposiciones y demás que puedo. A retomar los estudios que no terminé sin necesidad de examinarme. No soy nada ‘xafardera’, pero me gusta aprender, saber de todo y estar bien informada. También escribo, relatos, poesía y cuentos, pinto y voy a la Universidad per a Majors desde hace 20 años. De hecho, soy socia fundadora de la AUOM. También estuve en el Casino del Puerto, donde teníamos la sede del Grupo Filatélico, numismático y vitolfílico. Que son tres ramas de mi afición por el coleccionismo, que es mi pasión. Con siete años ya estaba pendiente de dónde dejaban el puro los señores para quitarles la vitola. Hace no tantos años, haciendo lo mismo, el señor me guiñó un ojo pensando que estaba pendiente de él. Me puse roja como un tomate y me marché (ríe). Tengo una colección bastante importante: miles de puntos de libro, de papeletas de azúcar, postales, sellos, botellines de bebidas (tengo las primeras de Marí Mayans, ¡que no tienen ni ellos!). Los sellos, por la humedad de Ibiza, ya los he dejado un poco y me dedico más a la maximofilia, que es la postal con el sello y matasello del día que sale. Pero lo que más me gusta es la vitolfilia y la historia del tabaco. No he fumado nunca, pero la parte cultural del tabaco es grandiosa. El tabaco ha movido el mundo. He hecho bastantes exposiciones y me han dado bastantes premios, tengo hasta la insignia de oro (la única mujer que la tiene) a nivel nacional.