Paco Castelló. | Toni Planells

Paco Castelló (Ibiza, 1936) es un formenterés que nació en Ibiza. Hombre de mar en su primera etapa laboral, dedicó más de tres décadas a la central de Gesa en Formentera.

—¿De dónde es usted?

—Aunque soy de Formentera, nací en Ibiza, que era donde trabajaban mis padres, que los dos eran de Formentera. Mi padre, Xicu de Can Mariano de s’Hereu, era patrón de una barca de bou. Mi madre era Margalida, de Can Fumaral. Vivímos en el Carrer d’Enmitg. Yo soy el segundo de cuatro hermanos, Mercedes es la mayor y Víctor y Francisca ya nacieron en Formentera.

—¿Hasta cuándo vivieron en Ibiza?

—Hasta que terminó la Guerra Civil, cuando yo tenía tres años. Entonces, mis padres fueron a cuidar de mis abuelos. En Formentera ya no había pesca de arrastre y mi padre se dedicó a cuidar de un par de llaüts, a pescar el gerret, o a hacer palangre o tunaina. Así como tuve 14 años, antes siempre me mareaba en el barco, empecé a ir como marinero con él. Piensa que para hacer el gerret éramos cinco y para hacer la tunaina, cuatro.

—¿En qué consistía la ‘tunaina’?

—La tunaina es lo que se llama la almadraba, para pescar atunes con una red. Se sorteaban los caladeros; tanto te podía tocar en Ibiza como en Formentera y lo habitual era que, si nos tocaba en Ibiza, nos cambiáramos el punto con los de Ibiza que les había tocado Formentera.

—¿Se dedicó mucho tiempo a la pesca?

—En esta primera etapa, hasta que tuve 18 años y me tocó hacer la mili durante dos años. Cuando terminé, volví a la pesca en una gambera, El Joselito. Allí estuve tres años pescando entre Palma y en Mahón. Vivíamos y dormíamos en el mismo barco. Mientras tanto me saqué el título de mecánico naval. Más adelante volví a Ibiza para pescar en La Joven Mariana, una barca de pesca de arrastre. Al principio como marinero, pero al motorista lo echaron a tierra y, como me había sacado el título, le acabé sustituyendo. De allí, me fui a un barco de carga, el Teresa Roca de Can Bel·let, un armador ibicenco, haciendo la ruta entre Barcelona e Ibiza. También íbamos hasta Francia, a Saint Louis del Ródano, donde llevábamos algarroba molida y nos traíamos cemento blanco. Después compré, junto a mi hermano, Víctor, Vicent Blai y Xicu Xinxó, una barca de pesca, S’Àguila, con la que estuvimos pescando, yo como maquinista, durante ocho años.

—¿Ha dedicado su vida al mar?

—No. Me dediqué al mar hasta los 33 años, que entré en Gesa y estuve 25 años hasta que me jubilé. Habíamos vendido la barca a una gente que resultó que, al parecer, la usaban para hacer contrabando.

—¿Ha vivido en Formentera siempre?

—Sí. Hasta que me casé, los 28 años, viví en Can Fumaral, entonces me hice casa propia, Can Paco de s’Hereu. Me casé con Antonia Roig, también de Formentera, de Can Feliciano Paya y tuvimos a Nieves, Mariano y Carmen. Tenemos también cuatro nietos, Joan, Nahiara, Adrià y Dani.

—¿Cómo fue su infancia en Formentera?

—Los niños jugábamos mucho, más que ahora. Nunca tuvimos un balón, lo que hacíamos era recoger esponjas de la playa y la forrábamos para poder tener una pelota. Mi escuela fue cuidar ovejas y cabras. No había más escuela que esa y otra a la que se iba de noche y pagando. Allí iban pasando distintos maestros, recuerdo a uno al que llamaban Don Luis y a otro que venía de Ibiza. Toda mi generación no fue a otra escuela que esta. No te creas que era para aprender mucho más allá de poder ponerse al lado de los padres y poder escribirles o leerles una carta. Nuestra ilusión no iba más allá. Eso sí, lo que aprendimos a trancas y barrancas, lo hemos aprovechado al máximo. De esta manera he llegado a hacerme mecánico naval y todo.

—¿Conoció el hambre durante su infancia en Formentera?

—En casa no pasamos hambre, nunca faltó pescado o pan, pero también te digo que todo era bueno, no se tiraba absolutamente nada. Comíamos mucha legumbre, garbanzo y lenteja principalmente, y recuerdo que mi madre pastaba la masa para hacer los fideos y tallarines, que secaba sobre unos paños para hacernos sopa con caldo de pescado. Aunque en casa no faltó nunca el pan, sí que había alguna otra donde no llegaban ni a eso. Eso sí, no había la ropa que hay ahora. Apenas teníamos esos pantalones cortos que nos íbamos ajustando y poca cosa más. De niños, íbamos siempre descalzos, era mejor eso que llevar calzado del malo. Estábamos tan acostumbrados que teníamos la planta del pie como la de un animal.

—¿A qué se dedicó tras su jubilación en Gesa?

—A cuidar del trocito de terreno de casa, a sembrar patata, sandía, melón, tomate y esas cosas. También soy muy aficionado a la caza; cada día voy con mis perros. Siempre me ha gustado tener perros de caza e ir a cazar conejos con ellos. Más que con escopeta, aunque he llegado a tener tres escopetas, siempre fui mal tirador y se las he acabado regalando a mi hijo.

—¿Ha vuelto a pescar?

—No. Ya no me llama, más allá de hacer los calamares algún día y tampoco te creas que voy mucho. También me gustaba ir a hacer las salpas con pesca d’atarraia, pero a mi edad ya no estoy para esos esfuerzos. Me caería de culo a la primera red que lanzara [ríe]. Tengo un pequeño llaüt, Tere, en Cala Saona. Uno de 21 palmos que me hizo Joanet Damià y que solo he usado una vez para ir a hacer el calamar. Allí lo tengo sobre la escalera; mi hijo es el que lo aprovecha. Pero tampoco te creas que mucho, tiene otro que es con el que suele salir.

—Usted ha visto cambiar Formentera de manera significativa

—Ha cambiado en unas cosas, pero no tanto en otras. Formentera es una isla abandonada. No tenemos carreteras, no tenemos un buen puerto y ni siquiera tenemos buenos caminos. Hay sitios a los que no puede llegar un camión de bomberos, una ambulancia o, simplemente, el correo. Eso sí, los políticos miran hacia otro lado. Pero no me hagas hablar más sobre este tema [ríe].