Pep de Can Furnet en Forada. | Toni Planells

Pep Torres, de Can Furnet, (Buscastell, 1942) vivió en primera persona la llegada del turismo en Sant Antoni. Una etapa a la que puso fin para centrarse en el trabajo en la finca en la que ha pasado buena parte de su vida.

— ¿Dónde nació usted?
— Nací en casa, en Can Beia. Mi padre era Joan de Can Beia y mi madre, Maria, de Can Mussonet. Yo soy el menor de dos hermanos, Joan era mi hermano mayor.

— ¿A qué se dedicaban en su casa?
— Al campo. En casa se sembraba, generalmente para comer. Para ganar algo de dinero, lo que se hacía era alguna tumbada de pinos una vez al año, para vender la madera, la ‘carrasca’... se vendía todo. También se sacaba algún ‘canet’ con los animales, a lo mejor se criaban dos cerdos para vender uno de ellos y guardar el otro para la matanza. No mucho más. Entonces apenas se iba a comprar. Como mucho, los sábados se compraba algo de carne, azúcar o arroz. Era un modo de vida muy distinto.

— ¿Qué recuerda de su infancia en Buscastell?
— Al llegar del colegio, nos tocaba echar una mano en casa. Estar un rato con las ovejas o algo así y poca cosa más. También nos íbamos por ahí con los chavales vecinos de la zona. Pasábamos el tiempo jugando a todo tipo de cosas. Principalmente con canicas, pero también al escondite o a fútbol, donde los cardos con una pelota que hacíamos de trapo y que estaba dura como una piedra.

— ¿Dónde iba al colegio?
— Al colegio empecé a ir con ocho años, entonces se empezaba tarde. Íbamos a la escuela de Buscastell, todos los chavales estábamos en el mismo aula, podíamos llegar a ser unos 40 y cambiaban de maestro cada dos por tres. A los 14 años me fui a estudiar por las tardes con Joan Gaspar, que estaba en la zona de Ses Païses, con quien estuve un par de años. Después, como quería aprender idiomas, me fui a Sant Antoni con Vicent Manyanet. Con él empecé aprendiendo francés durante dos años. Después estudié inglés y lo intenté con el alemán, pero el alemán no se me daba tan bien.

— ¿Cuándo empezó a trabajar?
— A los 14 años, en la época en la que estudiaba idiomas con Manyanet. Pep Prats, un tío de mi madre que tenía el Hotel Tropical, me pilló un día por banda y me ofreció trabajar con él y acepté. El primer año empecé como botones. El segundo, aparte de botones, empecé a trabajar también en el bar, donde seguí trabajando hasta que me tuve que ir a hacer la mili. Como la terminé a media temporada, ese verano trabajé dos meses en el Hotel Portmany. Al año siguiente volví al Tropical, donde estuve hasta un par de temporadas después de haberme casado, en 1974.

— ¿Con quién se casó?
— Con Pepita, de Can Furnet. La capilla de la Venda de Forada se hizo en un terreno que había sido de su familia. De su madrina, Antonia Costa, concretamente, que murió sin hijos. Su marido era Vicent Planells, el propietario de Can Tixedó. Hemos tenido tres hijas, Neus, Pepi y Toñi. Además tenemos cuatro nietos, Carla y Joan, que son de Neus, y Marta y Miquel, de Toñi.

— ¿Por qué decidió dejar la hostelería?
— Mi mujer, Pepa, era hija única y tenía una buena finca que había que cuidar. Así que tocó decidir entre dedicarme a trabajar en el hotel o dedicarme a la finca. Aunque ganaba mucho más dinero en el hotel, decidí que no venía de ahí, que viviríamos igual, que estaría más tranquilo trabajando en casa, así que me dediqué a la agricultura. Aunque ahora ya estoy retirado, sigo haciendo mis cosas. Para quien le gusta, la hostelería no está mal, pero la verdad es que yo no me arrepiento de la decisión que tomé. Por mucho dinero que hubiera ganado en la hostelería.

— Usted trabajó en hostelería en los años 60, ¿cómo recuerda a los turistas de entonces?
— No recuerdo a ninguno que, al marcharse, no se te acercara para despedirse educadamente y darte un buen bote. Esto era al principio, más adelante ya no sucedía tanto, las propinas ya no eran tan generosas e incluso, alguna vez, hubo que ir corriendo hasta el autobús a buscar a alguno que se marchaba sin pagar (ríe). Cambió mucho desde que comencé hasta que lo dejé, en el 76. El del principio era más familiar, franceses los primeros, aunque después vinieron más ingleses. Sin embargo, el respeto no tenía que ver con las nacionalidades. Los ingleses del principio eran respetuosos, los del final... ¡buf!.

— ¿Ha cambiado tanto la agricultura como el turismo?
— No sé si tanto, pero ha cambiado mucho también. Al principio no se hacían las cantidades que se hacen ahora. Donde antes se sembraban 200 kilos de patata, ahora se siembran 500 o 1.000. La calidad también ha cambiado, trabajando con menos cantidades, se trataba de otra manera, con nuestro propio abono y con menos químicos.

— ¿Ha cultivado alguna afición?
— La verdad es que nunca he sido pescador ni cazador. Lo que siempre me ha gustado es juntarme con los amigos y jugar a las cartas. Recuerdo que, cuando era niño, los mayores ya se juntaban a jugar a las cartas, al ‘burret’ en Can Tixedó. Antes de casarme yo me apuntaba a jugar con estos mayores. Can Tixedó era entonces un bar de pueblo, mucho más tranquilo de lo que es ahora.

— ¿Recuerda el paso de los hippies por esta zona?
— Sí, pasaban bastante por aquí. Pero la verdad es que no se paraban mucho por esta zona, iban directos a la zona de Corona, Sant Miquel o Sant Mateu. La verdad es que no los tratamos mucho. Siempre los miramos con cierto desconocimiento, como una gente muy distinta a nosotros. Pero no nos molestábamos los unos a los otros.

— Ahora que se acercan las fiestas navideñas, ¿se celebraba mucho en su infancia?
— No tanto como ahora. Apenas se decoraban las casas como se hace ahora, ni árbol de Navidad ni luces. Lo que se hacía en Navidad era la salsa y juntarse con los familiares. Se hacía una buena cena en Noche Buena y una gran comida el día de Navidad, con el sofrit pagés, y otra la mediana fiesta de Navidad, que hacíamos un arroz. El día de los inocentes, como mucho, alguien cambiaba las macetas de una casa a otra. Para Reyes tampoco os creáis que se hacía una cabalgata como ahora, al menos yo no lo recuerdo. Tampoco que hubiera regalos preparados el día seis por la mañana.