Constantino en un parque de la ciudad de Ibiza. | Toni Planells

Constantino Larroda (Valverde de Júcar, Cuenca, 1957) llegó a Ibiza justo antes de terminar los años 70. Desde entonces ha dedicado su vida a las empresas de limpieza de Vila, a la política, a los toros y a ayudar a quienes tiene cerca.

— ¿Dónde nació usted?
— Nací en un pueblo de Cuenca que se llama Valverde de Júcar. Toda mi familia es de allí, aunque mi tatarabuelo era vasco (lo notarás por el apellido). Según tengo entendido, se marchó de allí en la Guerra Carlista. Mientras estuvimos en el pueblo, mi padre, Gregorio, era agricultor. Josefina, mi madre, se ocupaba de la casa y de sus hijos. Yo soy el mayor de los tres, Ángel y José Miguel, pero José Miguel ya nació en Madrid, que es donde crecí.

— ¿Por qué creció en Madrid y no en su pueblo?
— Porque mi familia emigró allí. Fue después de que hicieran el pantano de Alarcón, en 1964, que, aunque no inundó el pueblo, anegó buena parte de las vegas y las tierras en las que se sembraba. En esos años mucha gente tuvo que emigrar por la misma razón, yo soy uno de esos ‘hijos de los pantanos’. Así que, aunque la mayoría del pueblo se fue a Valencia, mis padres se fueron a vivir a Madrid, a Vallecas concretamente, donde mi padre trabajó en una fundición. Como nos mudamos cuando yo solo tenía seis años, me crie, fui al colegio y al bachillerato en Vallecas.

— ¿Cuándo empezó a trabajar?
— A los 14 años, en una especie de Corte Inglés pequeñito que se llamaba Almacenes Progreso. Compaginaba el trabajo con el instituto un par de añitos. Después tuve un par de trabajos antes de entrar en una agencia de publicidad, Publipost, allí era jefe de equipo y desarrollábamos encuestas y campañas de publicidad directa. La empresa acabó quebrando, eran finales de los 70 y Madrid era un lugar un poco convulso esos años con la llegada de la Democracia. Como yo tenía familia que había venido a Ibiza en los años 60, mi primo me convenció para venir a hacer la temporada de 1979. Las cosas me fueron bien, así que volví a Madrid, me casé y nos vinimos a Ibiza. A mi mujer, Mayte, le encantó Ibiza y ya no volvimos a marcharnos, aquí hemos tenido a nuestros hijos, Ángela y Rubén. Siempre dicen que detrás de un gran hombre hay una gran mujer, en mi caso, es una gran mujer detrás de un hombre pequeño. La verdad es que es una gran luchadora.

— ¿Qué Ibiza se encontraron?
— La primera vez que lo vio Mayte ya no quiso volver. Viniendo de Madrid, esto era el paraíso. Como siempre digo, nos perdimos la Movida Madrileña, pero pudimos vivir la Movida Ibicenca de los años 80, la época del Ku y todo esto. Nada más llegar, empecé a trabajar en las contratas de limpieza de Vila, al principio como conductor, pero, al poco tiempo, me ofrecieron ser el jefe de servicios y personal. Estuve en varias empresas concesionarias, cada vez que se saca el concurso de adjudicación, tienen que subrogar al personal y, de esta manera, estuve trabajando 30 años. Cuando tenía 53 años la empresa hizo una especie de ERE y me tuve que buscar otra cosa.

— ¿Qué se buscó?
— En realidad me buscó a mí. Como llevaba tantos años vinculado indirectamente con el Ayuntamiento con la contrata de limpieza, me llamaron desde el PP. Yo nunca había estado metido en política y me costó aceptar la propuesta hasta el último día, pero la cuestión es que entré en las listas en las elecciones de 2011 y acabé como concejal en la legislatura de la crisis de las tres alcaldesas. Primero dimitió Encarna Sánchez-Jáuregui, y luego Pilar Marí antes de entrar Virginia Marí. En ese momento, cuando dimitió Pilar, Vicent Serra, que era el secretario general del PP, me ofreció asumir alcaldía de Vila durante los 10 meses que quedaban antes de las elecciones.

— ¿Pudo haber sido alcalde de Vila?
— Así es, me dijeron que yo era el más ‘sano’ (ríe), pero dije que no y también dejé mi acta de concejal. Resulta que en la misma época, mi madre estaba enferma en Madrid, mi hermano era el que se ocupaba de ella y decidí echarle una mano. Eso era lo realmente importante para mí en ese momento. La política me decepcionó mucho. Los partidos políticos solo miran por su interés y solo están pendientes de las próximas elecciones en vez de fijarse en lo que necesita el ciudadano. Además, la política de ahora, tanto a nivel local como nacional, no me gusta nada. Me representan, sí, pero por imperativo legal.

— ¿Dejó la política definitivamente?
— Sí. Entonces estuve unos años trabajando para una empresa de transportes, Dominius, hasta 2019. Ese año Mercedes, la mujer de Jose, el dueño de la empresa, enfermó de cáncer. Estuvo en Madrid unos meses y Mayte y yo fuimos a ayudarles un poco, hasta que Mercedes falleció. En ese momento, me entró una pancreatitis que me tuvo todo ese verano ingresado en Son Llatzer, ¡y eso que iban a ser dos días!. A la vuelta decidí que ya había luchado mucho en esta vida y decidí jubilarme con 63 años, aunque tuviera penalización. Los cumplí en abril, en pleno estado de alarma y, desde entonces estoy jubilado.

— ¿A qué se dedica desde entonces?
— Con el confinamiento y recién jubilado, me retiré a un apartamento que tenemos en Punta Pedrera, y me dio por escribir. De esta manera ya tengo un par de guiones en sucio. Uno de ellos es una comedia inspirada en un personaje de Ibiza muy curioso que trabajaba en el aeropuerto y de quien tengo mil anécdotas. Como en invierno tenía mucho tiempo, se querellaba contra todas las instituciones (ríe). Una especie de Paco Martínez Soria en ‘Don erre que erre’ que llegó a montar un buen pollo en las oficinas del paro por 17 pesetas que le faltaban (ríe). No le sirvieron ni los cinco duros que le daba el funcionario para que se olvidara del tema, lo que siempre quería era tener la razón. Un día se presentó en las oficinas de Gesa y no se movió hasta que un directivo fue a explicarle el motivo de un impuesto ‘al carbón’ que aparecía en su recibo. Tengo pensado hasta al protagonista, que además es clavado a él: Antonio Resines.

— ¿Siempre ha tenido la afición de escribir?
— No. Ha sido ahora, que he tenido tiempo. Mi verdadera afición es la tauromaquia. Yo he salido del armario y lo digo. Pero hay mucha gente que no se atreve a decir que es taurino porque la gente te dice de todo. Es una afición que me viene desde pequeño, cuando vivía en Vallecas. Allí, un novillero sevillano que vivía en Vallecas, Joselito Cueva, nos llevaba a sus novilladas y me aficioné al ambiente. Llegué a ir por los pueblos de Guadalajara y Madrid como ‘maletilla’ en las fiestas de los pueblos. Toreábamos unos toros grandísimos, de 400 o 500 kilos, en unas plazas de toros que no eran más que un círculo hecho con carros. Ahora salía uno y le daba cuatro capotazos, luego salía otro y hacía lo que podía y así era como se aprendía. No había las escuelas de tauromaquia que hay ahora. Lo que pasa es que, aunque decían que tenía un ‘pellizco’ y algo de arte, a mí me faltaba algo, un punto de valor podríamos decir. Así que al conocer a Mayte, dejé un poco aparcada la afición hasta que me vine a Ibiza.

— ¿Recuperó su afición a los toros en Ibiza?
— Así es. Al trabajar en el servicio de limpieza, coloraba con la plaza de toros y nos daban pases para la temporada y se me despertó otra vez la afición. Aquí conocí a mi buen amigo Juan López y al Niño de Formentera (Ángel Yern), el único torero de las Formentera a quienes estuve entrenando. Llegué a ser una especie de apoderado del Niño de Formentera el tiempo que estuvo en activo. Llegamos a inaugurar una plaza de Toros en un pueblo de Cuenca, en Santa María del Campo Rus, que está hermanado con Formentera. Esa fue su última corrida como novillero. También estuvimos entrenando a Moisés, el hijo de Juan, durante dos años, pero al final se dio cuenta de que no era lo suyo, es un mundo muy difícil. Me mantengo en este mundo con Juan, que tiene ganado. Como tengo tiempo, también me dedico a mi propia ONG, ‘Fray escoba’, en la que me dedico a echar una mano a antiguos compañeros a hacer trámites, papeleos y cosas que les cuesta un poco. Apuntarles al Hogar Ibiza para que jueguen unas partidistas de cartas, por ejemplo. Ayudar a la gente es algo que llevo en los genes, ya lo hacían mis padres cuando venía alguien del pueblo a Madrid, les echaban una mano en casa y les daban lo que necesitaban, y mis hermanos también son así.