Catalina Marí, en el comercio donde trabaja desde hace 40 años. | Toni Planells

Catalina Marí (Sant Vicent de sa Cala, 1941) lleva más de medio siglo en Vila, atendiendo tras el mostrador de Confecciones Marí durante décadas, aunque nació y creció en la Sant Vicent de sa Cala. Tal como reconoce, «recuerdo mejor lo de cuando era pequeña que lo del otro día». Tal vez por eso se le ilumina la cara rememorando la Cala de Sant Vicent de mediados del siglo XX en la que se crió.

— ¿Dónde nació usted?
— Nací en la Cala de Sant Vicent, en la Vénda de s’Aigua. En Can Gat, que era la casa de mi padre, Toni. Yo soy la pequeña de cinco hermanos y la única que sigue viva. Toni era el mayor, aunque antes había nacido María, que enfermó y murió siendo niña. Yo ni siquiera la llegué a conocer. Vicent Jaume y Joan eran mis otros hermanos.

— ¿A qué se dedicaban en su casa?
— Mi padre se dedicaba al campo, claro, igual que mi hermano mayor. Mis otros hermanos se acabaron marchando de Ibiza para trabajar. Unos en Palma, Joan como metre en el hotel Mediterráneo (aunque acabó montándose sus propios restaurantes) y Jaume como camarero en Can Tomeu (después volvió a Ibiza y trabajó, por ejemplo, en el Ibiza Playa como cocinero). Vicent trabajó en unos almacenes de Barcelona. En Ibiza, especialmente en sa Cala, la cosa estaba muy mal y la gente tenía que irse fuera para buscarse la vida. Mi madre, Maria, era de Can Roig y sus padres tenían uno de los pocos comercios que había en la zona durante esos años. Que después fue el restaurante Los Tamarindos. En el puerto de Sant Miquel apenas había otro bar, Can Miquel, y tal vez otro más.

— ¿Cuáles eran sus tareas?
— Cuidar del huerto, de los animales, también segaba y hacía de todo. Iba al colegio en la misma Cala, a una casa particular, a Can Miquel d’en Joan, donde nos enseñaba en el porche de su casa. Aunque la verdad es que íbamos un día y otro no íbamos, no era como ahora. Más adelante, se hizo una escuela al lado de la iglesia y, con los años, las niñas también acabaron yendo allí. Iban niños y niñas de la sa Cala y de Sant Joan, pero, no sé por qué, lo acabaron cerrando. La cuestión es que se hizo una asociación en sa Cala (mi padre era uno de los principales socios) desde la que acabaron contratando a un maestro, que vivía allí mismo, e hicieron una nueva escuela para niños y, más adelante, también niñas.

— ¿Cómo recuerda sa Cala de cuando usted era niña?
— Muy distinta a lo que es ahora. Apenas había carretera, la habían paralizado antes de que yo naciera. Íbamos caminando a Sant Joan o a Sant Carles. A Sant Carles, a lo mejor sí que se podía ir en coche (de aquella manera), pero a Sant Joan, ni siquiera eso. Tampoco te creas que teníamos muchas distracciones, aparte de tratar con los vecinos e ir a misa los domingos. Justo bajo la iglesia había otro de los pocos bares de la zona, Vicent de sa Font, Can Vicent d’es café, le llamábamos. Ahora no estoy segura de si lo llevan sus nietos o sus biznietos. Recuerdo que también se hacía mucha leña, la gente se ganaba la vida tumbando pinos y haciendo sitges en la montaña. Mis hermanos, sin ir más lejos, es a lo que se dedicaban antes de irse a trabajar fuera. Tampoco pienses que teníamos nevera. ¿Sabes cómo nos apañábamos?

— No, ¿cómo se apañan sin nevera?
— Pues cuando se mataba un cabrito o un par de gallinas, para que la carne aguantara durante unos días, la metíamos en un cubo y lo echábamos a la cisterna de casa. Dejábamos el cubo justo a ras del agua. Allí se conservaba fresca, sin que le diera el sol y sin que fueran los insectos.

— ¿Qué celebraciones recuerda durante el año durante su infancia?
— Pocas. Las fiestas más grandes del año eran Navidad y el día de la matanza. Aunque también se celebraban mucho los días de los santos y, antes de la cuaresma, en carnaval, la gente se medio disfrazaba (a lo mejor ellos se vestían de mujer y ellas de hombre) y pasaban con el senalló por las casas, tocando el tambor y las castanyoles para que les dieran algo. Al final del día se juntaba lo recaudado y se hacía una buena tortilla (y es que, aparte de huevos, poca cosa más había para regalar). Luego también se hacía la salpassa por las vendas. En Navidad se hacía una buena olla de salsa de Nadal, que todavía me encanta. Eso sí, para Reyes no había regalos ni juguetes como hay ahora.

— ¿Hasta cuando vivió en Sa Cala?
— Hasta que tuve 24 años y me casé con Pere Marí, que, aunque era de Sant Joan (de es Renclí), trabajaba como cocinero en el Montesol después de haber estado en Portinatx. Más adelante trabajó de temporada en el Mare Nostrum y, después, probó en la obra, aunque no duró mucho. Tuvimos a nuestro hijo Pere y ya tenemos tres nietos: Joan, que es el mayor, y los mellizos Ferran y Marc. Al cabo de unos años monté una tienda, Confecciones Marí, que todavía sigo teniendo en marcha unos 40 años después. Es verdad que antes la tuve en otro local, al lado del Bar Madrid, hasta que me pude comprar éste en la avenida España, cuando hicieron el edificio. Entonces apenas había nada alrededor; justo en frente estaba es Clot, un gran agujero que abarcaba toda la manzana de delante. Justo por en medio había un caminito por el que pasaba la gente. Al lado también había otro solar que era un gran hoyo. Poco a poco lo fueron edificando todo hasta que se ha convertido en lo que es ahora.