Maria Clapés en la puerta de su casa. | Toni Planells

Mari Clapés (Dalt Vila, 1950) creció en Puig d’en Valls y es testigo de la «revolución» que ha sufrido la zona, «y la isla entera». Casada con Juanito de Can Cantó hace más de medio siglo, trabajó y convirtió a su lado una finca de secano en un huerto tan prolífico como la familia que formaron.

— ¿De dónde es usted?
— Soy de Can Cantó desde hace muchos años. Desde que me casé con Juanito. Pero nací en Dalt Vila, en la Plaza del Sol, en casa de mi abuela, María. Mi padre era Vicent, de Can Carablanca, y mi madre, Eulària, de Can Ties. Mi padre trabajó todo el tiempo que tengo memoria en Gesa. Desde cuando estaba justo en la entrada de Vila. Dónde ahora está Mango. Junto a mi hermano pequeño, Vicent, nos mudamos, cuando yo no tenía más que uno o dos años, a Puig d’en Valls, pasando una temporadita antes en Jesus. Al principio vivimos de alquiler al lado de Can Ric y Can Soldat. Cuando tenía unos 12 años ya pudimos hacernos ‘la casa nueva’, Can Carablanca, al lado de Es Terç.

— Entonces, se crió en Puig d’en Valls, ¿qué recuerdos guarda de su infancia allí?
— Teníamos nuestro grupito de amigas: Pilar, Gloria, Esperança, Catalina, Margarita, Victoria, Pura… Pura era un poco mayor que todas las demás. Ella ya estaba casada (Con Antonio Pujolet), pero también era jovencita y le gustaba mucho estar con nosotras. En cuanto se acercaba Sant Joan, un mes antes o algo así, íbamos a su casa y comenzábamos a hacer banderitas. Cuando llegaba el día, ‘enbanderábamos’ toda la calle de arriba a abajo, desde Es Terç hasta Ca na Pura (al lado del Oli) y organizábamos unos ‘foguerons’ preciosos. También nos juntábamos mucho para coser. Yo me juntaba en Ca na Catalineta Cosmi.

— ¿Dónde iba al colegio?
— A Jesús. Íbamos todos cada día caminando hasta el colegio. No había ni un coche ni nada. Lo único de lo que íbamos pendientes, era de si pasaba algún carro de camino a la cantera, así nos subíamos en él y nos llevaba el resto del camino. Hay que ver cómo ha cambiado todo en este tiempo. Es impresionante haberlo visto con unos 12 años de esta manera, y verlo ahora con mi edad, con toda esta revolución que ha habido en Ibiza. Antes no se veía ni un coche, más allá de ese autobús cuadradito que pasaba una vez por semana hacia Sant Joan. Ahora no se puede pasar de la cantidad de tráfico que hay en todo momento. De poco, hemos pasado a demasiado en muy poco tiempo. Con esto pasa como cuando ‘festejavem’ (ríe).

— ¿Qué pasaba cuando ‘festejava’?
— (Ríe) Pues que no podías ir a ningún lado si no era acompañado de tu padre o de tu madre o de una amiga detrás ‘aguantando la vela’. La verdad es que mi padre fue siempre muy severo y estricto conmigo en ese sentido. Más que el resto de padres. No sabes cómo me amargó la juventud ver que mis amigas se arreglaban para ir a pasear a Vila o a bailar a Sa Gavi, mientras yo no podía salir. Ni siquiera al baile que organizaban mis amigas en Nochevieja en Can Suldat, ¡justo delante de casa!. Yo no podía salir de casa si no era con ellos o con mi hermano, con quién solo podía ir, por ejemplo, a la playa. ¡Y cuidado con llegar 10 minutos más tarde de la hora que te dijera!. Cuando ‘festejava’ con Juanito, tenía que venir a buscarnos en su coche y tenía que llevarnos a todos a Vila. Mis padres se quedaban en el Mar i Sol con familiares y amigos y, Juanito y yo, podíamos pasear a solas un momento. Eso sí, del Muelle a Vara de Rey, pasando por delante del Mar i Sol cada media hora, que si no. A Juanito nunca le gustó el cine, nunca llegó a ver una película sin dormirse. ¡Pues no veas la de películas que se tuvo que tragar porque mi padre quería ir al cine!. Mi padre compraba las entradas y teníamos que ver la película, en el Cine Católico, los cuatro. Así cada domingo. Por lo menos, en la oscuridad de la película, Juanito y yo cruzábamos los brazos para tocarnos los dedos sin que pudiera vernos mi padre (hasta que Juanito se quedaba frito, claro). Ni siquiera cuando estaba preparando para mudarme antes de casarnos (me casé con casi 22 años) podía ir a su casa sin que me acompañara alguien. Mi hermano, en cambio, pudo hacer lo que le dio la gana.

— Toda una demostración de lo mucho que le quería Juanito.
— Y lo siguió demostrando cada día. Estuvimos así, ‘festejant’ de esta manera durante cuatro años. Menos mal que, cuando a mi padre le tocaba turno de tarde (de 14 a 22), podíamos dejar a mi madre (que era muy buena persona) en Vila e irnos tranquilos al Nito’s, en Sant Antoni. Total, que nos casamos en 1971 y tuvimos a nuestros tres hijos, Ana, Juanvi y Marta, que nos han dado a Marta (de Ana), Inés y Joan (de Juanvi) y Laia (de Marta), nuestros nietos. Pero no te creas que, al casarnos, tuvimos una casa solo para nosotros. Vivimos en Can Cantó, donde sigo viviendo, pero con sus padres (Vicent y Francisca) y sus tres hermanos, dos chicas y un chico. Mis cuñadas estudiaban fuera, pero venían a casa siempre todas la vacaciones. Normal, era su casa, además eran buena gente, no me quejo de eso, pero, si lo sé, ¡no me caso! (ríe). Estuvimos así durante 22 años, hasta que mis suegros se fueron a un piso con su hija. Una década después, mis suegros volvieron a casa.

— ¿Me hablaría de Juanito?
— El pobre (se emociona), por que nos dejó demasiado joven, con 66 años, era de Can Cantó. A él le hubiera gustado ser mecánico pero su padre le dijo que, o estudiar, o a trabajar en casa. El dinero también se lo gestionaban en casa, claro, así que se las apañaba para sacarse algo de dinero para él. Cogía el tractor y se iba dos horas al puerto, a descargar contaminers y mercancía del Joan March o del Santiago de Compostela cuando amarraban, cada martes, jueves y sábados. Él era el primer varón de la familia, el ‘hereu’ y, mientras los demás hermanos estudiaban o se dedicaban a otras cosas, él se dedicó a trabajar en las fincas de su casa y a trillar trigo por otras fincas con una máquina que tenían. Con 14 años se llegaba a pasar una semana en Corona, trabajando con la máquina y durmiendo en alguna casa de la gente de allí, para sacar algo de dinero. Trabajó muchísimo y es que, aunque tenían muchas fincas y muy grandes, había que trabajar duro para llevar dinero a casa. Una cosa era tener tierras y otra era tener dinero. La cosa cambió cuando mi suegro comenzó a vender algunas tierras, hacer permutas y así tener locales.

— ¿Trabajó usted?
— Sí. Ayudé mucho a Juanito. Una de las fincas de mi suegro era Can Vinyes (en Buscastell). Allí había unos mayorales (lo únicos que conocí) que la habían trabajado durante generaciones. El último de ellos, Toni de Can Vinyes, se jubiló justo cuando nos casamos y Juanito asumió el trabajo de esa finca. Ese mismo año ya estaba allí, recolectando almendras y algarrobas. Era una tierra muy seca y era lo único que se podía cultivar. Una finca muy grande pero con ‘feixes’ pequeñitas con almendros y algarrobos. La cosa cambió cuando Juanito hizo una perforada y encontró agua. A partir de entonces pudo hacer huerto y sembrar de todo. También le estuve ayudando siempre que lo necesitaba, recogiendo tomates o patatas, cargando sandías en el Land Rover, preparando pedidos… hasta hace no mucho tiempo. Ahora es mi hijo, Juanvi, el que se ocupa de la finca. Nunca me han visto pululando por peluquerías y tiendas todo el día, he estado más tiempo en el huerto que en otros lugares. Ahora puedo hacer ‘el señorito’ y no dar ni brote (ríe). Pero, si puedo ‘hacer el señorito’ ahora, es que me lo he ganado.