Lydia Bourgeois. | Toni Planells

Lydia Bourgeois (París,1949) conoció Ibiza en los años 60 en unas vacaciones con su madre. Desde entonces no ha perdido la relación con la isla, que ha visitado año tras año hasta establecerse en ella hace un par de décadas.

— ¿Dónde nació usted?
— Nací en París, en una familia acomodada. Mi padre, Marcelle, era comisario del tribunal de cuentas, el mismo puesto que acabé desarrollando yo al cabo de los años. Mi madre, Mireille, era abogada.

— ¿Desde cuándo tiene relación con Ibiza?
— Desde que tenía 15 años. En los años 60 mi madre me trajo a Ibiza de vacaciones. Mi madre quería sacarme del ambiente de la Francia donde me crie y que conociera otros lugares distintos. Con mi padre, en cambio, no había manera de sacarle de su Francia, que era «el mejor lugar del mundo» (ríe).

— ¿Conoció un lugar distinto al llegar a Ibiza?
— Sin duda. Pero hay que tener en cuenta que la Ibiza de cuando yo tenía 15 años era otra Ibiza. La antigua Ibiza. Con el antiguo Puerto y la gente antigua de entonces. Era todo natural, más parecido a lo que hoy es Formentera, sin tanto asfalto ni tantos edificios por todos lados. Era un lugar magnífico.

— Habla en pasado de Ibiza como «lugar magnífico»
— Todavía lo es, pero era muy distinto. La gente interactuaba independientemente de su nivel social o económico. Se juntaban los que tenían mucho dinero y los que no tenían ni un duro sin que hubiera ninguna diferencia.

— ¿Se quedó en Ibiza?
— No, pero me gustó tanto que volvía todos los veranos mientras estudiaba Economía. Con una amiga alquilábamos una casa todos los años en el campo por 200 pesetas. Eso sí, no había ni luz, ni agua corriente ni ninguna comodidad moderna. Para conseguir agua, tanto para beber como para ducharnos, había que ir a sacar agua al pozo.

— ¿Cómo les recibía la gente ibicenca?
— ¡Muy bien!. La gente de aquí era amable y sana. Ellos no se drogaban, pero tampoco se metían con nadie. Era la época hippie y, aunque yo no tomaba nada, ya te puedes imaginar que todo el mundo tomaba drogas, hachís, básicamente (el LSD y todo lo demás llegó más tarde).

— ¿Durante cuánto tiempo estuvo viniendo a Ibiza cada verano?
— Mientras estudiaba, durante unos cinco años, si no recuerdo mal. Cuando empezó a desmadrarse la construcción en Ibiza dejó de gustarme y lo cambié a Grecia. Aunque, la verdad, es que siempre venía unas cuantas semanas a disfrutar de la fiesta ibicenca. Años más tarde, cuando ya trabajaba y tenía a más de 20 personas trabajando para mí, pude permitirme trabajar durante dos semanas en Francia y pasar, después, dos semanas en Ibiza. Pude vivir así durante bastantes años hasta que me compré una casa en la Calle de la Virgen, cerca de la Casa Bronner, con unas vistas estupendas. Estaba hecha una ruina y la acabé restaurando. Allí viví durante unos años y ahora es donde vive mi hijo, Jean Philipe, con su pareja. Ahora yo vivo en la calle Ramon Muntaner.

— ¿Ha cambiado mucho la fiesta ibicenca desde que la conoce?
— Ya lo creo. Ha cambiado todo mucho, ahora todo es muy caro por nada. Esto sucede en general en toda la isla. Es como si no quisieran que la gente de dinero se mezclara con la gente de Ibiza, al revés de lo que ocurría antes. Ahora la gente de dinero son bobos, creen que por tener dinero, todo el mundo tiene que estar por él. Por eso son capaces de pagar 4.000 euros por nada. Yo me he gastado mucho dinero, por ejemplo, en Pachá, pero no para hacerme notar ni para que la gente estuviera por mí.

— ¿Cuáles han sido las pasiones en su vida?
— Mi hijo, trabajar mucho y ¡la fiesta! (ríe)