María José Calvo es la única mujer en Ibiza que conduce una grúa. | Toni Planells

María José Calvo (Valladolid, 1980), es la única (tal vez la primera) mujer gruista en Ibiza. Con una personalidad inquieta, Maria José ha ejercido un gran abanico de oficios antes de subirse a la grúa. Natural de Valladolid, conoce Ibiza desde que, a los 15 años, el oficio de su padre le llevó a la isla para volver e instalarse definitivamente hace 17 años.

¿De dónde es usted?
—Soy de Valladolid, aunque conozco Ibiza desde que tenía 15 años, cuando trasladaron aquí a mi padre, Teodoro, que trabajaba con instalaciones de radiotrónica. Tengo un hermano, Teo, que es Policía en Barcelona. Mi madre es Ángeles, y se dedicó siempre a la casa.

¿Creció en Valladolid?
—Así es. En pleno centro. Allí fui al colegio, al instituto y, después, me saqué el título de peluquería. Estuve un año trabajando en una peluquería hasta que me cansé y entré en el mundo de la hostelería. De esta manera estuve trabajando en Santillana del Mar durante cinco años, luego a Loja, después a Cádiz y, de allí a Santander a trabajar en un hotel con una amiga. También estuve haciendo las temporadas de verano en Ibiza, en el hotel de Verdera, cuando venía a pasar el verano con mi padre.

¿Cuándo se estableció en Ibiza?
—Hace 17 años. Como conocía Ibiza después de haber estado yendo y viniendo desde los 15 años, cuando estaba trabajando con mi amiga en Cantabria, le dije de venir a trabajar aquí. Miré por internet y encontré que el hotel Cartago buscaba personal. Llamé y me dijeron que, si estábamos aquí en dos días, nos contrataban y nos daban alojamiento en el mismo hotel. Desde entonces, aquí me quedé. Al poco de llegar, mi padre tuvo Cáncer y le estuve cuidando hasta que murió cuatro meses más tarde.

¿Continuó trabajando en el hotel?
—No. Trabajé en muchas cosas distintas. Trabajé en restaurantes, en el Bingo y otros sitios de temporada. También he limpiado y pintado casas, he limpiado villas (que no veas como tiran el dinero a lo tonto)… Hasta que me saqué el carnet de autobús y empecé a trabajar en una empresa de transportes durante diez años. Soy una persona muy activa y me canso pronto de la monotonía, así que me gusta cambiar.

¿Qué hizo al cansarse de llevar el autobús?
—Pedirle al Señor que me ayudara a cambiar de trabajo. A los pocos días vi un anuncio en el que se buscaba gruista con carnet B y llamé. Al explicarle al jefe mi experiencia con el autobús, vino desde Palma para entrevistarme, me dijo que necesitaba una persona encargada y de confianza, me presentó a los compañeros y aquí sigo, un año después. Soy la única gruista de la isla.

¿Hay mucha diferencia entre trabajar con un autobús y hacerlo con una grúa?
—Ya lo creo. En el autobús iba hecha un pincel y con la grúa te llenas de grasa, cambias ruedas, arreglas pinchazos… ¡Yo no había cambiado una rueda en mi vida! (ríe). Tengo que reconocer que la primera semana fue un poco dura. Pensaba que esto es un trabajo para hombres. Pero pronto aprendí de mis compañeros y, a los dos días, ya me mandaron a por un coche de unos tíos borrachos en Cala Llonga. Por el camino le iba diciendo a Dios, «¡si tú me has traído hasta aquí, ya me puedes ayudar a cargar el coche, que yo no tengo ni idea!». Al llegar lo cargué y llegué a destino sin problema. Es un oficio en el que estoy a gusto, aunque, en verano es una locura. No despegas el culo de la grúa en todo el día. En invierno podemos ir un poco más tranquilos pero, en cuanto empiezan a llegar los coches de alquiler, comienza la locura.

¿Nota algún trato especial por el hecho de ser mujer en su oficio?
—A lo mejor, al principio llegabas al taller y les pedías que te ayudaran a descargar el coche, pero los muy cabrones te decían «tú eres gruísta, tú sabrás cómo lo tienes que descargar» (ríe). Se aprende rápido. También es cierto que, por el hecho de ser mujer, suelen ayudarte a empujar un coche o cualquier otra cosa que les pidas. Cosas que si las pide un hombre, seguramente que no le ayudarían. También es verdad que hay quién no oculta su machismo. En una ocasión fui a buscar un coche a San Carlos, era de un hombre mayor y, al haber cargado el coche y subirse a la grúa me preguntó, «¿no cree usted que está usted haciendo un trabajo equivocado?». Yo le dije que, si quería, le bajaba el coche y que viniera un hombre a buscarle. Me acabó pidiendo perdón y justificándose en que nunca había visto a una mujer trabajando con una grúa.

Ha hablado de Dios en un par de ocasiones, ¿es usted religiosa?
—No, una cosa es ser religioso y otra muy distinta, creer en Dios. Yo soy creyente, voy a la iglesia evangelista ‘Buenas Noticias’. La diferencia es que, si eres religioso, debes seguir una serie de reglas y normas para poder llegar al Cielo. Ser creyente no significa otra cosa que comunicarte con Dios de la misma manera que nos estamos comunicando nosotros. Un amigo, que iba al culto, me empezó a hablar de Dios y, aunque al principio yo lo rechazaba, empecé a ir al culto, a conocer cada vez más. Me bauticé hace diez años, el mismo día me llamaron porque a mi madre le había dado un ictus. Lo dejé todo y me fui a Valladolid con ella, Los médicos me decían que no iba a salir de esa, pero yo confiaba en Dios y aquí está. En cuanto se recuperó me la traje aquí, donde sigo cuidándola.