Conde posa en Vara de Rey en su paseo diario por el centro de Vila. | Toni Planells

A José Torres (Vila, 1933), prácticamente nadie le conoce por su nombre. En cambio, cuando en Ibiza se habla del Conde, varias generaciones de ibicencos saben perfectamente a quién se refiere. No en vano, este popular ibicenco ha dedicado 40 años de su vida a la docencia de Educación Física.

— ¿Dónde nació usted?
— Nací delante de la sacristía de Sant Elm, por eso cada jueves sigo yendo a tomar ‘la Comunión’ (ríe con complicidad). Mi padre, Agustín, fue el conserje del Club Náutico hasta que en el 47 lo dejó para comprar Can Pou. Mi madre, Antonia, murió muy joven y mi padre se quedó solo y con cinco hijos (yo era el cuarto).

— ¿ Tiene recuerdos de la Guerra civil?
— Muy pocos. Sí recuerdo que una vez vi a dos aviones que se ametrallaban, no sé si eran alemanes, ingleses o qué. Solo sé que apreté a correr hacia Can Pou. No recuerdo haber visto nada más respecto a la guerra. Lo que sí puedo decir es que, con Franco, he pasado los peores momentos de mi vida. Pero también los mejores.

— Con los peores años, ¿se refiere a ‘los años del hambre’?
— Así es. Nosotros tuvimos la suerte de que la familia de mi padre tenía una finca en Sant Agustí, allí me mandaron durante unos meses y, en casa, no nos faltó nunca de nada. Afortunadamente en Ibiza la gente se ayudaba unos a otros.

— ¿Pudo estudiar?
— Sí, hasta los 14 años, cuando mi padre compró Can Pou. Donde que sí estuve siempre es en el Frente de Juventudes, desde los 10 o 12 años. De allí pasé a la guardia de Franco y después pasé al Movimiento. Pero la cuestión es que desde el Frente de Juventudes hacía formación para convertirme en profesor de Educación Física, que era mi ilusión. Con 18 años, el delegado provincial me ofreció una beca para ir a Granada seis meses y poder sacarme el título. Sin embargo, no podía dejar a mi padre solo en Can Pou durante ese tiempo y no pude irme. Eso sí, iba a Palma cada vez que salía un cursillo y, el 69 pude ir a Barcelona a sacarme el título nacional y europeo de profesor de Educación Física.

— ¿Fue entonces cuándo pudo ejercer como profesor de Educación Física?
— La verdad es que ya había empezado mucho antes. Me estrené en el 58, en Dalt Vila, como ayudante de Don Jesús Núñez y Pérez-Galdós y de Don Vicent Jordá. Recuerdo que mi sueldo era de 910 pesetas, eso sí, sin ‘inseguridad’ social (ríe), hasta el año 1969. No fue hasta la llegada de Felipe González, que a los interinos que veníamos de la secretaría general del Movimiento nos convirtió en funcionarios de carrera. Eso sí, recolocaron a quienes estaban más significados políticamente.

— ¿Se dedicó siempre a la docencia profesionalmente?
— Sí, he estado 40 años dando clases de Educación Física en el instituto, pero también pasé nueve en el Ayuntamiento. En todo ese tiempo pasé por cuatro alcaldes; Abel Matutes, Enrique Ramon, Tur de Montis y Cardona. Fui teniente de alcalde y el delegado inspector de la Policía Local (mi secretario, Ventura Catany, siempre fue como un hermano para mí) y nunca cobré ni un duro por ello. En cambio, sí tuve algún problema.

— ¿Qué tipo de problema?
— Relacionado con la cárcel (ríe). Resulta que la cárcel de Ibiza era peor que tercermundista y eso casi me cuesta un expediente. Lo sacaron en el Diario, se supo que fui yo quien lo había contado y pretendieron tomar alguna represalia. Menos mal que, cuando vino el gobernador civil, un tal Palencia, y vio el estado en el que estaba la cárcel, me cogió del hombro, me dio la razón y me dijo que no me preocupara por ningún expediente. Ya se lo dije yo al alcalde que me quiso echar: «Cuando el mando lo crea conveniente, volveré a la zona de penumbra de donde procedo». A los tres meses volvía a ser teniente de alcalde (ríe).

— ¿Tuvo relación con el deporte, más allá de la docencia?
— Sí, con 23 años fui entrenador del mejor equipo de fútbol que ha habido en Ibiza: el Ebusitano (se pone a cantar el himno): «Ebusitano, equipo ideal/ Cada jugador, un animal/Su entrenador, un palaquero/ por eso siempre vamos los primeros... ¡tatachín tatachín!».
También entrené al Juventud, al Rundalla, al Ibiza juvenil, al Hospitalet y a la Selección Laboral, con la que fuimos campeones de Baleares. ¡Ah!, también fundé y entrené al Ràpid de balonmano. De hecho, el portero que teníamos, Alfonso ‘Funoll’, fue el portero de la selección balear. El campo lo teníamos enfrente de la clínica de Alcántara.

— Hay una pregunta obligada: ¿por qué le llaman Conde?
— De los cuarenta años que he estado dando clases, dudo que haya más de diez alumnos que sepan mi verdadero nombre. Todo el mundo me conoce como el Conde. Esto viene de la pandilla de chavales (Miró, Ferragut y los demás) de cuando éramos jóvenes. Entonces, había unas películas, ‘El Conde de Montecristo’ y ‘El manantial’. En esta última, de Gary Cooper y en la que salían los ‘cuáqueros’. La cuestión es que un día que estrenaba traje nuevo, alguien me dijo que parecía un conde, yo seguí la broma y contesté que sí, que era el Conde de Cuáquere. Desde entonces todo el mundo me conoce por este título, y como título que me ha otorgado la sociedad, así lo he reclamado por carta a la Casa del Rey. Todavía no me han contestado, eso sí. Lo que sí tengo son cartas de la Dirección General de Seguridad (las saca de su bolsillo) que mira que ponen: «Señor Conde de Quáquere». (Ríe)

— Se le ve orgulloso, tanto de su título como de su carrera.
— Así es. Pero de lo que más orgulloso estoy, es de dos cosas. La primera son mis cuatro hijos (Mari Carmen, Juan José, María José y José María) y haber podido pagarles una carrera a todos. Tengo dos que son maestras, un abogado y un graduado social. Además tengo tres nietos y dos bisnietos. Mi mujer y madre de mis hijos, Mari Carmen, era una persona maravillosa. Venía a Can Pou con 14 años y ya me gustaba. Cuando tuvo 18 ya empecé a salir con ella, eso sí, para ir al cine íbamos con la escolta de la suegra (ríe). La segunda cosa de la que más orgulloso me siento es de que, tras 40 años como maestro de Educación Física, jamás he suspendido a nadie. Yo estaba allí para ayudar, si había un chaval que estaba gordo y que no podía saltar el plinton, siempre le decía que no se preocupara, siempre que no pensara dedicarse al deporte. Eso sí, me hacía respetar y, si había que castigar, castigaba, Sin embargo nunca pegué a nadie, ni en el instituto ni en casa. Todavía hoy, cuando voy a cualquier restaurante, hay algún ex-alumno que me recuerda y que me saluda.