Cristobal en el parque de la Paz. | Toni Planells

Cristóbal Ramírez Miranda (Rute, Córdoba, 1931), forma parte del perfil de gente de Ibiza que ha pasado toda su vida a caballo entre su pueblo natal e Ibiza. De esta manera, Cristóbal ha ido alternando las temporadas estivales en Ibiza con los inviernos en su Rute natal desde los años 60 hasta su jubilación.

— ¿De dónde es usted?
— Nací en Rute. Éramos seis hermanos: Isabel, Pilar, Mariana, Vicente, Carmen y yo, que era el quinto. Mis padres eran Juan y Mariana.

— ¿A qué se dedicaban en su casa?
— En casa éramos arrieros. Los transportistas de la época. Teníamos un par de borricos al principio, pero acabamos teniendo algunos más. Cargábamos leña para los alambiques, llevábamos piedras o arena para las obras... También trabajamos mucho haciendo carreteras, por ejemplo de la Rute a Carcabuey. Para eso nos íbamos moviendo con el campamento a medida que avanzaban las obras. Dormíamos bajo los olivos usando los aparejos del borrico como cama.

— ¿Pudo ir al colegio?
— Sí. Pero solo hasta los diez u once años. A partir de entonces, ya empezamos a trabajar como arrieros. Íbamos con 12 o 13 años solos con el borrico.

— ¿Era un trabajo duro?
— Ya lo creo. Teníamos que cargar las piedras nosotros mismos en la cantera o en las fincas y, después, descargarlas en los bordes de la carretera. En una ocasión, mientras esperábamos nuestro turno para cargar en la cantera de arena, hubo un derrumbe en el que murieron cuatro personas. Dos primos hermanos, ‘los Tordillos’, les llamaban, y un padre y un hijo. Aparte de los dos borricos, claro.

— ¿Hasta cuándo trabajó como arriero?
— Hasta 1966, cuando mi mujer, María Josefa, y yo fuimos a trabajar a un hotel en Cataluña. Era el boom del turismo y necesitaban gente. Eso sí fue duro porque, durante la temporada, teníamos que dejar a nuestro hijo Juan con su tía, Bruna. Allí hicimos tres temporadas hasta que mi primo, Vicente, que se había venido a Ibiza, nos dijo que aquí se ganaba más y se trabajaba más a gusto. Así que vinimos a trabajar al Hostal Talamanca. Allí trabajé como cocinero hasta que el segundo año me dio una apendicitis y el médico me prohibió trabajar en la cocina por los calores. De esta manera, nos fuimos a trabajar al hotel Argos, en la lavandería durante el día y, por las noches, de sereno en la recepción del hotel. María Josefa trabajaba como camarera de habitaciones y cuando tuvo unos 16 años también enchufamos a nuestro hijo, que estuvo trabajando de pinche y así no pasábamos tanto tiempo separados.

— ¿Sabía idiomas?
— La mayor parte de los clientes eran alemanes y me tuve que aprender por lo menos los números de las habitaciones. Era un turismo muy distinto. Muy amigable y familiar. Para que te hagas una idea, como yo estaba toda la noche en la recepción los clientes me traían cubatas. Como no iba a beber trabajando, los guardaba bajo el mostrador. ¡Podía llegar a juntar hasta 10! Era una gente muy amable con la que llegábamos a hacer mucha amistad. No faltaba una felicitación cada Navidad. Venían cada año los mismos, que querían siempre la misma habitación y siempre les esperábamos para las mismas fechas. Conforme fue pasando el tiempo y cada vez fue llegando más gente y más trabajo, el trato con el turismo se ‘industrializó’, por decirlo de alguna manera. La gente también cambió mucho.

— ¿Dónde vivían?
— Vivimos todas las temporadas en el mismo hotel. En aquellos años se reservaba un espacio en el hotel para el personal. A nosotros, como éramos matrimonio, nos reservaban una habitación doble, mi hijo estaba en las habitaciones de los solteros. Estuvimos así siempre, haciendo la temporada en Ibiza y, en octubre, volvíamos al pueblo a hacer la aceituna. Que con lo que ganaba haciendo la temporada en el hotel, lo invertía en olivos hasta hacerme con un buen patrimonio.

— ¿No llegó a establecerse en Ibiza?
— No. Siempre alternamos las temporadas entre Ibiza y Rute y, en Ibiza, estuvimos siempre en la habitación del hotel. Al jubilarnos, a primeros de los 80, nos establecimos en Rute. Veníamos a Ibiza para visitar a nuestro hijo, que es militar y estaba aquí destinado, y a mis nietos, Juan Francisco y Rosa María. ¡Hasta tengo dos biznietas!, Sofía y Celia. La cuestión es que, cuando mi esposa murió, hace 15 años, me vine a vivir a Ibiza con mi hijo. Ahora me dedico a ir al Hogar Ibiza o a acompañar a mi hijo a su palomar y a cuidar de un huertecito que tengo allí.