María José Cardona, en el Hogar Ibiza. | Toni Planells

María José Cardona (Argel, 1954) mantiene un dulce acento francés heredero de una célebre aventura ibicenca de mediados del siglo XX, la de los ‘seis del Planisi’. De esta manera, su nacimiento en el norte de África es producto de la emigración que emprendió su padre siendo adolescente, junto a cinco amigos más, a bordo del llaüt ‘Planisi’. Una embarcación que ‘tomaron prestada’ y con la que navegaron sin más experiencia que un par de consejos de un viejo marinero hasta Argelia. Al venir a su tierra de origen, con apenas 10 años, Maria José y sus hermanos tuvieron que adaptarse al cambio radical que supuso la mudanza de su familia.

— ¿Dónde nació usted?
— Nací en Argelia. Allí es donde se conocieron mis padres, Joan de Can Gabriel y Marianette, que habían emigrado desde Ibiza y desde Francia respectivamente, aunque la familia de mi madre era de Alicante. Allí es donde nacimos todos los hermanos, Juan Francisco, que es el mayor y Cristina, la pequeña. Yo soy la mediana.

— ¿Cuándo emigró a Argelia su padre?
— Emigró cuando no era más que un adolescente, con 14 años. Él, Daniel Costa, Laieta, y cuatro amigos más. Dijeron en casa que se iban al cine, dejaron una nota explicando sus intenciones reales y, lo que hicieron en realidad fue ‘tomar prestado’ un llaüt, el ‘Planisi’, y marcharse los seis hasta Argelia, en 1947, para ganarse la vida. Cuando aterrizaron allí los detuvieron enseguida, piensa que, al menos mi padre, era emigrante ilegal y menor de edad (ahora se llaman MENAS). Aun así, y habiéndole reclamado su padre desde Ibiza, decidió quedarse. Allí conoció a mi madre, cuyo padre trabajaba allí como constructor, fundó una familia y una carnicería de carne de caballo.

— ¿Estuvo mucho tiempo en Argelia?
— No volvió a Ibiza hasta 1962. La situación política del país estaba muy complicada y tuvimos que volver de manera un poco precipitada. Había bombardeos y tiros por la calle, ya no podíamos jugar ni tener una vida tranquila como habíamos tenido hasta entonces. Al llegar aquí, lo primero que hizo mi padre fue comprar el horno de Can Bernat, al lado del Mercat Vell. Más adelante, consiguió hacerse con su propia carnicería ‘Cas Francés’, que es como nos llamaban. Pasó de la carne de caballo a la carne ibicenca. Le ayudábamos a hacer sobrassada, a llevar pollos a Formentera, a la Joven Dolores, a ligar salchichas…

— ¿Pudo ir al colegio al llegar a Ibiza?
— Sí, aunque lo primero que tuvimos que hacer, fue la comunión. De otra manera, no nos hubieran admitido en el colegio. Fuimos a las monjas de San Vicente de Paul un par de meses antes de poder ir a Sa Graduada. Allí es donde pudimos aprender a hablar castellano y ‘eivissenc’. También nos ayudaron mucho los niños y vecinos con los que jugábamos en la calle, Juana María, José Ángel y Javier Víldez…

— ¿No hablaban ni castellano ni eivissenc?
— Hasta que vinimos, no. No teníamos ni idea. Además, mi madre nos continuó hablando siempre en francés, para que no lo perdiéramos. La cuestión es que, nada más llegar, estuvimos una temporada en casa de mis abuelos, a las afueras de Sant Carles, y nos teníamos que comunicar con señas. Lo único que sabían decir mis abuelos era ‘manger’ para que comiéramos.

— Entiendo que, idioma aparte, el contraste entre su vida en Argelia e Ibiza fue importante.
— Ya lo creo. No fue nada fácil para nosotros. Piensa que veníamos de vivir con todas las comodidades en el centro de una capital que, entonces, era moderna y dinámica. Nada que ver con la Ibiza a la que vinimos, la casa payesa de mis abuelos no tenía ninguna comodidad, ni agua corriente, ni luz… Recuerdo perfectamente lo primero que nos dieron para comer con todo el cariño de su corazón: un trozo de pan payés con un pimiento abierto, tomate, cebolla y un aceite que sabía a rancio. Era lo mejor que nos podían ofrecer. Pero es que nosotros estábamos acostumbrados al ‘brioche’ con mermelada y mantequilla. La diferencia era considerable.

— Al terminar el colegio, ¿siguió estudiando?
— Sí. Soy la única rebelde de los hermanos que no continuó el oficio de carnicero (ríe). Al terminar en Sa Graduada fui al instituto de Santa María y, después, estudié Administración y Educación Infantil. Así que me he dedicado, principalmente, a la educación infantil. Mi primer trabajo fue en la guardería de las monjas, que ahora es la escoleta del Consell, donde estuve un par de meses haciendo las prácticas. Después estuve en varios centros privados para pasar la última época en ‘Angelets’, durante nueve años, hasta que me jubilé.

— ¿Cambió mucho la educación infantil durante su carrera profesional?
— Me jubilé hace siete años y, la verdad, es que sí que ha cambiado. Antes eran guarderías, donde se ‘guardaban’, literalmente, a los niños de dos a tres años, antes de que empezaran el colegio. Durante los últimos años la cosa cambió mucho. Los niños y niñas ya salen de la ‘escoleta’ educados, con conocimientos sobre colores, números, habiendo aprendido canciones… Hasta se les hace una fiesta de ‘graduación’ para celebrar que pasan al ‘cole de los mayores’. Antes, esto no se hacía.

— ¿Echa de menos el oficio?
— La verdad es que sí. Desde que mis nietos ya son más mayores no me puedo desquitar (ríe). Tengo cinco: Nerea, Alma y Lucas, de mi hija Sílvia, y Gudula y Leonardo, de mi hija Míriam. Su padre es mi amigo y exmarido Pepe Pérez.

— ¿A qué dedica su jubilación?
— Me gusta nadar, hacer deporte, viajar y bailar. También me votaron para entrar en la directiva del Hogar Ibiza y me dedico a organizar, decorar y dinamizar las fiestas y celebraciones que hacemos aquí.