Enrique en la tertulia de la Peluquería Vicente. | Toni Planells

Enrique Represa (Valladolid, 1947) ha ejercido toda su vida su licenciatura en Turismo. Una licenciatura de la que fue una de las primeras promociones y que le llevó a trabajar a la Ibiza de los años 70. De esta manera, Enrique ha ejercido como director de hotel en el Puerto de Sant Miquel durante décadas, siendo testigo de primera mano de la evolución del negocio hotelero durante el último cuarto del siglo pasado y principios del presente. Una época en la que no solo ha evolucionado el turismo, también los métodos y prácticas de contratación del personal.

— ¿De dónde es usted?
— Nací en Valladolid, en pleno centro. Yo soy el segundo de los diez hijos que tuvieron mis padres, Plácida y Amando, aunque el mayor murió con 17 años y me tocó a mí el papel de hermano mayor. Mi padre era catedrático de la Universidad de Valladolid y llegó a ser el director del Archivo General de Simancas, donde está prácticamente la mitad de la historia de España (el resto está en Sevilla).

— ¿Qué ambiente se vivía en el Valladolid de su infancia?
— Había un ambiente muy universitario, todos los estudiantes de los alrededores, San Sebastián o Santander, por ejemplo, bajaban a estudiar a las facultades de Valladolid o de Salamanca principalmente. Con el tiempo, Valladolid se fue convirtiendo más en una ciudad industrial, cuando se creó Casa Renault y la población fue cambiando. En cuanto a la infancia en Valladolid, pues como en todos lados: jugando a policías y ladrones o a las canicas. ¡Se nos quedaban las manos heladas en invierno! Y es que no veas el frío que llegaba a hacer. He llegado a conocer hasta 18 grados bajo cero. Se dice que en Valladolid hay seis meses de invierno y tres de infierno. En esa época solo había un par de coches en el vecindario, un Biscuter y un Renault Daufine, al que llamaban ‘el coche de las viudas’. Tenían tanta facilidad para volcar, que muchos lo lastraban con sacos de cemento para evitarlo.

— En un ambiente tan universitario y con un padre catedrático, supongo que estudió.
— Así es. Yo y todos mis hermanos. Al terminar las clases con los padres jesuitas en el colegio San José, el bachillerato y la Preu, me matriculé en Derecho. Solo estuve el primer año. Me salió torcido, así que me matriculé en Turismo. La única Escuela Oficial de Turismo que había hasta entonces estaba en Madrid, pero a finales de los 60 fueron abriendo pequeñas delegaciones por toda España y el primer año que abrieron la de Valladolid fue cuando me matriculé.

— Al terminar Turismo, ¿empezó a trabajar?
— Cuando me licencié me di cuenta de que no sabía suficiente inglés. Estaba recién casado con Pilar y nos marchamos dos años a estudiar inglés y a trabajar a Londres. Pilar es maestra y se dedicaba a dar clases de castellano a los hijos de los españoles que vivían allí. La mayor parte eran hijos de gallegos y la mayoría no sabía hablar español. Yo trabajé como camarero y de todo, aparte de estudiar en la escuela de idiomas. Nos lo pasamos muy bien. Londres era una gozada, pero también ha cambiado mucho. Ahora hay Zaras por todos lados, antes paseabas por Oxford Street y todo eran Steack House y tiendas inglesas, ahora son todo franquicias. No sabes si estás en Londres o dónde.

— ¿Qué hizo a la vuelta de Londres?
— Encontrarme con la suerte de que, al volver Valladolid, un hotel de Ibiza había solicitado un recepcionista en la escuela de Turismo en la que estudié. Aproveché la oportunidad y llegué un 18 de julio de 1975 para empezar a trabajar en el hotel Greco de Portinatx. Estuve toda la temporada y, al año siguiente, me volvieron a llamar para ser jefe de recepción. Esta temporada ya se vino Pilar conmigo y estuve en ese puesto varios años antes de que la misma empresa me propusiera ir sus hoteles del Puerto de Sant Miquel, el Galeón y el Cartago. Allí empecé como jefe de recepción antes de que me nombraran director de los hoteles. Allí estuve hasta que me jubilé en 2012.

— ¿Ha cambiado la manera de dirigir un hotel con los años?
— Sí. Yo trataba de mantener al personal lo máximo posible. Si el trabajador es bueno es absurdo no volver a contratarlo. Aunque, al volver a contratarlo año tras año había que hacerlo fijo discontinuo y la empresa me insistía en evitarlo. A pesar de eso, a cualquier persona válida la volvía a llamar a la temporada siguiente, hubiera sido absurdo dejar que el personal bueno se fuera a trabajar a la competencia. En mi opinión, hoy en día el hotelero ya no valora al personal. Se le trata como si solo fueran dos manos que trabajan y a las que se trata de explotar lo máximo posible, minimizando los salarios lo máximo posible para seguir enriqueciéndose lo máximo posible. Por raro que suene esto viniendo de un hotelero.

— En su opinión, ¿tiene esto que ver con la falta de personal que se vive estas últimas temporadas en Ibiza?
— Así es. La gente ya no quiere venir porque, además, hay otro problema colateral, que es la vivienda. Una criatura que viene a trabajar por sueldos míseros euros a base de trabajar jornadas maratonianas, y tener que gastarse una buena parte del sueldo en alojamiento, no le merece la pena. En aquellos tiempos, el hotelero proporcionaba alojamiento y manutención a los trabajadores. Venían familias enteras con sus hijos desde Andalucía para trabajar la temporada al hotel. En los pueblos de Andalucía solo se quedaban el cura y el guardia civil (ríe). Yo, como era jefe de recepción, tenía incluso mejores comodidades que los demás. Hasta había un equipo de mantenimiento de las habitaciones de los trabajadores, incluida la lavandería de la ropa de trabajo. Con el tiempo, los hoteles se quitaron de encima estos gastos y, para mí, esto fue un error. Solo hay que ver que hoy en día se ven obligados a buscar bloques de apartamentos enteros para poder alojar al personal que, si no encuentra vivienda, no va a venir.

— ¿Estuvo siempre viviendo y trabajando en Ibiza solo en temporada?
— No. Solo hasta 1980, cuando nació mi hijo Enrique. A los 11 días de haber nacido nos vinimos a Ibiza, nos compramos un piso (con Dios y ayuda) tras el Mercat Nou y, desde entonces, aquí estamos. Mi nieto, Pablo, es ibicenco. Siempre me gustó mucho el ‘modus vivendi’ de la gente. También la amabilidad del payés que, aunque al principio fueran un poco reacios a admitirte, he acabado teniendo buenos amigos de gente de Ibiza. Tanto Pilar como yo estamos encantados de haber venido a Ibiza y esperamos estar muchos años más.

— ¿Cultiva alguna afición?
— Sí, me gusta mucho la astronomía y viajar. Sobre todo por Europa; París o Italia, por ejemplo. Nada de irnos a lugares como Cancún, donde llevan la misma palmera que han traído a Ibiza y, encima, te tienen rodeado de una valla para que no salgas. También he sido muy aficionado al ciclismo. Estuve en la junta directiva de un club ciclista de Sant Antoni, con Pitu, entrenando a los chicos y organizando carreras. Sin embargo, una de mis grandes aficiones es la tertulia que solemos montarnos en la barbería de Vicente.