Bartolo Costa, de Can Brodis, es un veterano de la hostelería. | Toni Planells

Bartolo Costa (Jesús, 1958), de Can Brodis, ha dedicado su vida a la hostelería. Buena parte de ella en el mítico bar de Jesús, Bon Lloc, pero también en sus propios negocios, el último de los cuales sigue llevando el nombre de su casa, Can Brodis, años después de su jubilación.

— ¿De dónde es usted?
— Soy de Can Brodis, el nombre de la finca en la que nací y en la que sigo viviendo, que está en Jesús. Se trata de una casa que debe tener unos 200 años, que heredó mi madre, Francisca, de mi abuelo, Bartomeu de Cas Sort. Allí nací y crecí con mis dos hermanas, Pepita y Paquita

— ¿Dónde iba al colegio?
— Iba al colegio de Jesús, con Don Vicent y Doña Margarita. Allí íbamos todos juntos y mezclados. Recuerdo que nos hacían beber una leche que estaba malísima y siempre que podíamos nos deshacíamos de ella tirándola por ahí. Éramos un grupito de tres con Miquel y Toni, ‘los tres mosqueteros’ nos llamaban, y hacíamos alguna trastada que otra. Una vez nos castigaron por tirar las orejas de un conejo al pozo de dónde se bebía, aunque la verdad es que yo jamás vi que las tirara nadie.

— ¿Eran buenos estudiantes?
— Ya te puedes imaginar. Yo fui el que más estudió, el único que se acabó sacando el certificado de estudios. Después estudié mecanografía y taquigrafía con las monjas de San Vicente. Trabajé durante un tiempo en una oficina y no me gustó.

— ¿Dónde trabajó entonces?
— Empecé a trabajar cuando solo era un chaval, no tendría 14 años cuando comencé en el bar Molins, que estaba al lado de la farmacia de Villangómez. Al cabo de un par de años me fui con Rafael al Don Pollo, en el Puerto, a la vez que en el Miramar (que era de los mismos dueños). Me acuerdo que, estando en el Miramar salí en una película que estaban rodando en Ibiza. No recuerdo cómo se llamaba, ’La isla de las cabezas’ creo, pero sí que nunca llegué a verla. Llevé el Don Pollo durante unos tres años, cuando me llamaron para hacer la mili.

— ¿Dejó el trabajo para ir a la mili?
— En realidad lo tuve que dejar para no hacer la mili. La cuestión es que mi padre, Xicu ‘Lluís’, tenía una incapacidad y alegué su dependencia para librarme del servicio militar. Tenía que cuidar de él y de la finca, así que tuve que dejar el bar para no tener que ir a la mili a León. Me costó unos cinco años de papeleo.

— A partir de entonces, ¿trabajó siempre en el campo?
— No. El campo siempre lo he trabajado, nunca dejé de cuidar de la finca ni de mis padres. Pero, a los pocos meses de haber dejado el bar, yo estaba labrando cuando vino mi madrina, Nieves, a buscarme. Me dijo que su marido, Paco, necesitaba a alguien que trabajara en su bar, el Bon Lloc. Así que, empezando como friegaplatos, acabé trabajando allí 12 o 14 años como encargado. Durante esos años conocí a Cati, que trabajaba en la tienda de al lado del Bon Lloc. Nos casamos a los dos años y tuvimos a nuestros hijos Alejandro y Núria. Núria ha tenido a mis dos nietos, Álvaro y Marc.

— ¿Qué hizo al dejar el Bon Lloc?
— Cogimos un bar en Vila, en la calle Obispo Carrasco: el bar Ronda. Cati y yo lo llevamos durante siete años y funcionó muy bien, pero no tenía salida de humos y tuvimos que buscar otro local. Fue entonces cuando montamos Can Brodis a pocos metros, en la calle Cataluña, donde estaba el bar Mundial, en 1991. Mantuvimos siempre el mismo estilo de negocio, un bar de barrio, familiar, con buena cocina y a buen precio. Cati estuvo en la cocina bastante tiempo, pero también pasó por la cocina mi hermana Paquita además de otras cocineras. Salvo alguna excepción, he tenido muy buenos trabajadores. De hecho, cuando me tuvieron que operar de la rodilla, ponerme una prótesis y me jubilé, fueron Sandra y su hermano Carlos, que habían trabajado como camareros, quienes se lo acabaron quedando hasta día de hoy.

— ¿Qué implica trabajar en un bar como el suyo?
— Muy buenos clientes, son casi como familiares. Eso sí, también mucho trabajo. Cada día abría a las 6:30 de la mañana y, por las noches, a lo mejor me iba a las dos o las tres de la madrugada. La verdad es que apenas tenía tiempo para mis hijos, cuando eran pequeños y Cati y yo estábamos en el bar, pasaban más tiempo con mi hermana o con mis padres que con nosotros. ¡Menos mal que ahora he podido disfrutar de mis nietos!.

— ¿Ha cambiado mucho la manera de trabajar en la hostelería?
— Ya lo creo. Ha cambiado en todos los aspectos. Antes no había ni horarios, ni ocho horas, ni días libres como ahora. No los había trabajando para otros, pero mucho menos trabajando para uno mismo, tenías que estar todo el día allí metido. Antes también se ganaba dinero, yo al menos tuve unas temporadas bastante buenas. Luego subieron muchos impuestos y, con la llegada del euro, la cosa cambió mucho. La verdad es que yo no me puedo quejar, además, siempre he hecho lo que me ha gustado.