La comerciante María Ramon.

Maria Ramon (Sant Rafel, 1957), mantiene su tienda, Koket, en la calle Obispo Huix de la misma manera que el día que entró a trabajar en ella, hace ahora 50 años. Desde allí ha visto crecer y evolucionar la ciudad de Vila durante un medio siglo en el que su paisaje ha sufrido una revolución que sigue activa.

¿Dónde nació usted?
—Aunque me crie en Sant Jordi, nací en Sant Rafel, en Can Pep Parra. Mi padre, Rafel, era de Can Cuina d’Es Fornas y mi madre, Catalina, era de Can Blai, de Sant Mateu. Pero ya te digo que mi hermana, Paquita, y yo crecimos en Sant Jordi. Al principio en Sa Plana d’en Fina y, después, en Can Miqueleta.

¿Qué recuerdos guarda de su infancia en Sant Jordi?
—Los normales. Éramos una gran ‘colla’ de amigos y amigas. Jugábamos por el campo, a la goma, a la xinga, íbamos en bicicleta, nadábamos al lado de la torre de la Sal Rossa… Una vez, uno de los amigos, Toni, estaba cavando con la azada, yo estaba detrás, no me vio y me pegó un ‘azadazo’ que me abrió la cabeza. El pobre se asustó más que yo (ríe).

Supongo que fue al colegio en Sant Jordi.
—Así es. Fui a las monjas. Al principio estaban en una casa que hay en el camino de detrás del hipódromo. No sé cuanto tiempo fuimos allí antes de que se hiciera la escuela. Sí que recuerdo que, los fines de semana, los padres iban a ayudar a hacer la obra del nuevo colegio. Mi padre fue a echar una mano alguna que otra vez. En esos tiempos todos los vecinos se ayudaban entre ellos. La mayor parte de estas casas ibicencas cuadraditas que se hacían entonces, que no son ni payesas ni modernas, se hacían entre amigos y vecinos que iban a ayudarse unos a otros. Mi padre hizo la nuestra de esta manera, igual que ayudó a otros muchos. Pasaba igual con el huerto, cuando tocaba ir a recoger patata, hoy ibas al huerto del vecino y mañana el vecino venía a ayudarte a ti. Hoy en día esto ya no pasa, los vecinos ni siquiera se conocen entre ellos.

¿A qué se dedicaba su padre?
—Trabajó siempre en el campo hasta que entró en los almacenes de construcción de Can Fita, con el padre de Juanito Fita. Primero en la calle Argón y, después, se fue a las naves. Mi madre, salvo unos meses que estuvo trabajando en Can Jurat, trabajó siempre en casa y en el campo

Al terminar el colegio, ¿siguió estudiando?
—No hice el bachillerato, no. Hice algo de mecanografía y cosas de esas, pero no me acabó de gustar. Como mi primer trabajo, con 16 años, que fue en una tienda pequeñita al lado de Can Cabrit que se llamaba Picolino. No tardé en empezar con Juanito y Mercedes (que son los padres de Vitorí Planells, del grupo Uc) en la mercería Koket. Juanito trabajaba en la farmacia y Mercedes en la mercería conmigo. Me quería muchísimo y trabajamos juntas hasta que se jubiló. Entonces me lo traspasó a mí, y aquí sigo, 50 años después de que me contrataran. La tienda sigue exactamente igual que el primer día. Solo he cambiado la caja registradora, aunque sigo conservando la antigua. Siempre digo que me he criado aquí, conozco a más gente de este barrio que del mío.

¿Sigue viviendo en Sant Jordi?
—No. Desde 1980 vivo en Casas Baratas. Me mudé allí cuando me casé con un andaluz que se llama Antonio, con quien tuve a nuestra hija Estefanía, que nos ha dado a nuestros dos nietos, Luca y Tiago. Pero ya te digo que saludo y conozco a más vecinos de la tienda que de mi casa.

Dice que la tienda es igual que hace 50 años, pero el entorno, el negocio y la clientela sí que ha cambiado mucho, ¿no es así?
—Así es. Hoy en día la gente joven, ya se sabe, lo compra todo por internet. Nosotros nos mantenemos a base de otro tipo de clientela más clásica. Gente a la que le gusta tocar y comprobar la calidad del producto y que no está acostumbrada a comprar por internet. Cuando se acabe esta gente, cerraremos y que compren todos por internet. Ya les da igual la calidad de las cosas, es verdad que los precios tampoco son los mismos: antes te comprabas un abrigo y te costaba un dineral, eso sí, te duraba 20 años. Ahora son muy baratos, pero, de un año al otro ya está para tirar.

En estos 50 años, ¿cómo ha visto cambiar la ciudad desde la tienda?
—Ya te puedes imaginar. Cuando vine, la calle estaba llena de socavones y de hierbas hasta que, por fin, lo asfaltaron. Justo delante de la tienda, antes de que hicieran el edificio, había una casa payesa, la de Ses Canyes, recuerdo que tenía gallinas y animales y los chavales se colaban dentro para hacer de las suyas.

Tras tantos años, ¿ha pensado en jubilarse?
—Algún día tendrá que llegar, pero la verdad es que no tengo muchas ganas de momento. Mientras tenga fuerzas y ganas, aquí seguiré. De hecho, cuando llegué a la edad de jubilación, se pasó mucha gente preguntándomelo, pero no. De momento, no tengo ninguna prisa.