José Antonio Ortega. | Toni Planells

José Antonio Ortega (Vila, 1964) regenta, junto a su hermano, una de las tiendas de electrónica más veteranas de Vila. Un negocio que emprendió su padre hace 60 años en plena avenida España vendiendo las radios que fabricaba él mismo.

— ¿Dónde nació usted?
— Nací en Ibiza, en la calle León, entonces se nacía en casa. Allí viví con mi hermano, y mis padres. Mi padre, José Antonio, vino de Antequera a hacer la mili, conoció a mi madre, Fina, que era de Can Castelló, y se acabaron casando y aquí se quedó.

— ¿Dónde fue al colegio?
— A Juan XXIII, cuando el director era Don Vicente y estaban Don José Serra, Don Félix o Don Manolo, esos profesores míticos. Eran profesores duros y estrictos pero, aunque en el momento no me gustara nada, con el tiempo he aprendido a valorar la educación que nos dieron. Era la educación de un colegio de curas. No fui a clase con chicas hasta el instituto, ¡y éramos solo cinco chicos en una clase de 45!. Recuerdo que (se le escapa una sonrisa pícara), cuando íbamos a Juan XXIII, los primeros cuerpos de mujer que vimos desnudos fueron en unas revistas porno. Aparecían en el patio, en un rincón del jardín, envuelta y escondida entre los setos. Allí es donde alguien, nunca supimos quién pero que supongo que se las robaba a su padre, las escondía. Entonces se corría la voz y nos agolpábamos allí para verla. No es que se viera gran cosa, quitándonosla unos a otros sin que apenas te diera tiempo a ver nada. Pero en un colegio como aquel y para niños de la edad que teníamos, fueron las primeras tetas que vimos (ríe). En realidad era más la emoción de hacer algo clandestino y que no te pillaran que lo que pudieras ver.

— ¿A qué se dedicaban sus padres?
— Mi madre a la casa. Mi padre era técnico de radio, de ahí me viene a mí. Al venir a Ibiza para hacer la mili, ya era técnico. También era muy bueno jugando a fútbol y jugó en distintos equipos de la isla nada más llegar: en el Ibiza o en el Portmany, por ejemplo. Se casó con mi madre en el 63, el mismo año en el que abrieron Radio Avenida en el mismo local que mantenemos a día de hoy (aunque al principio era más pequeño), en la avenida España número 45.

— ¿Qué se vendía en una tienda de electrónica de 1963?
— Él empezó arreglando y vendiendo radios. En aquellos años apenas había unas cuantas tiendas de electrónica en las que se vendieran radios: Rafael Marí, que tenía la Philips; Casa Reyet, que era una especie de colmado, que también vendía electrodomésticos, Ribas y no sé si habría muchas más. Mi padre vendía algunas marcas, como Azcar, Radiola o Elve, por ejemplo, pero también vendía las radios que fabricaba él mismo. Hacía esas radios de capilla de madera, de las de válvulas. Tengo el recuerdo de él que, al llegar a casa del trabajo, se ponía a montar una radio que le habían encargado. Compraba los muebles hechos a un fabricante de Barcelona y él hacía todo lo demás.

— ¿Existe todavía alguna de esas radios que fabricó su padre?
— Sé que alguna todavía existe. Incluso alguna sigue funcionando que conserva algún cliente. Lo que pasa es que no hemos podido hacernos con ninguna. Es una de esas cosas a las que, en el momento no le das valor y, a medida que pasa el tiempo te arrepientes. Sí tenemos alguna de las que vendió, pero no hemos podido hacernos con ninguna de las que fabricó él mismo.

— ¿Aprendió usted a fabricar radios?
— La verdad es que no. Mira que también estudié electrónica. Siempre me gustó, pero hubo un momento en el que la electrónica empezó a crecer muchísimo. En cuanto salimos de las válvulas, todo lo que son circuitos integrados y demás evolucionó en un suspiro. La tecnología empezó a ir tan rápida que estás formándote continuamente y nunca estás formado al 100%.

— Esta evolución tan rápida, ¿ha sido para bien o para mal?
— Bueno. La verdad es que lo que antes te duraba diez años, ahora te dura tres meses. Hablo de la obsolescencia, pero también de los productos en general. La radio sigue funcionando, se sigue escuchando y comprando, pero todos los demás productos que salieron después de las válvulas, cada vez duran menos en el mercado. Recuerda la llegada de los CDs, en cuanto se pasó el boom, cayeron en picado. Lo mismo que el vídeo, el DVD… Los productos cada vez duran menos en el mercado antes de que salga uno nuevo que mejora (teóricamente) al anterior.

— Además, los aparatos se estropean más rápido, ¿qué opina de la obsolescencia programada?
— Visto desde el lado del consumo, es verdad que va bien que se tenga que sustituir el aparato cada cierto tiempo, pero se pasan demasiado con la obsolescencia programada. Es demasiado poco tiempo el que te duran los aparatos. Para mí, la clave es que los aparatos, los que sean, deben durarte unos cuantos años sin darte ningún problema. No puede ser que enseguida se estropee una cosa u otra. Por decir algo, donde antes te aseguraban una conexión con dos tornillos, ahora te lo pegan con un pegamento mucho más barato que uno de los tornillos. Entonces, claro: lo que debería durarte 10.000 veces, cuando lo has enchufado 1.000, ya se te ha estropeado. Es así de triste. Los aparatos que salen ahora son más novedosos y hacen más cosas, pero yo no diría que son mejores. Solo hay que comparar un amplificador moderno, que tiene bluetooth y un sonido ‘brutal’ con uno de los antiguos, de válvulas, que te da un sonido que es mucho mejor. En eso no se ha mejorado, solo se han mejorado las prestaciones. Tampoco sé si son mejores, como aparato, los televisores planos, 4K, etc de ahora que los que había antes.

— ¿Trabajó siempre en el negocio familiar?
— Hubo un momento en el que mi padre nos dijo «yo he abierto un negocio para mí, pero también es para vosotros. Si lo queréis, tenéis la puerta abierta, si no, haced lo que queráis». Al principio hice un poco lo que quise, aunque sin dejar de estar vinculado nunca al negocio. Trabajé en una oficina o haciendo de DJ en los hoteles durante cuatro o cinco temporadas. Luego senté un poco la cabeza (ríe), estudié Administración de empresas y ya me puse a trabajar en la tienda hasta día de hoy y espero que hasta que me jubile. Con eso de sentar la cabeza, también me casé con Mari Paz, con quien tuve a mis hijos, José Antonio y Sara.