Ángel Yern (Porto Salé, Formentera, 1955) ha sido el único torero, ‘El niño de Formentera’, con apellidos pitiusos que ha ejercido esta profesión. Nacido en Formentera, se mudó con su familia a Sant Antoni para ser testigo de la evolución del pueblo a través de los años.

—¿Dónde nació usted?
—Según me decía mi madre, nací dentro de un romero. Y es que en esa época, en Formentera, los niños no venían de París (ríe). Yo soy el pequeño de ocho hermanos entre los que había dos parejas de gemelos. Mi hermano Remigio (†) y yo entre ellos, que nos llevábamos diez años con el mayor.

—¿A qué se dedicaban sus padres?
—Mi madre, Maria d’en Jeroni, bastante tenía con ocuparse de sus ocho hijos. En esa época, cuando eras de Formentera solo tenías dos opciones: recoger sal o enrolarte como marinero. Mi padre, Vicent d’en Joan Yern, decidió irse como marinero con la Naviera Mallorquina. Al venirnos a Ibiza, siguió trabajando con los barcos, pero con los de turistas en Sant Antoni, hasta que murió en un accidente de tráfico en el 78. Al venir a Ibiza, mi madre trabajó en el office de algunos hoteles o ‘enblaquinant’ casas.

—¿Dejó Formentera de niño?
—Cuando tenía 11 años, en 1966. Tal como decía mi madre, en Formentera no había más que piedras y ‘sargantanes’. Hasta que no nos fuimos, no nos dimos cuenta de lo maravillosa que era Formentera. En casa nunca hubo luz ni agua corriente. Para entretenernos, mi hermano y yo nos subíamos a lo alto de un pino que había al lado de casa a esperar a ver a lo lejos los dos únicos coches, dos taxis, que había en la isla. En cuanto los veíamos nos quedábamos más que satisfechos (ríe). Apenas había turistas. Solo unos cuantos hippies que no veas el miedo que nos daban. Cuando los veíamos vestidos con las túnicas y las melenas, los niños corríamos a escondernos (ríe), y mira que eran buena gente. Nunca dieron ningún problema.

—¿Pudo ver a los primeros turistas en Formentera?
—Sí. Vimos los primeros años de lo que llamábamos el ‘club d’es francesos’, lo que ahora es el Hostal La Savina. Allí trabajó mi madre echando unas horas antes de irnos a Ibiza. Allí también venían los pescadores de Ibiza, Melisa o Pep Ribas, por ejemplo, que traían unos meros enormes con los que se hacían ‘anfosades’ para todo en mundo: turistas, pescadores, trabajadores, familiares… Allí comíamos todos. En la misma época, en Sant Ferran, era donde estaban los hippies. Sobre todo en la Fonda Pepe.


—Sin embargo, decidieron venir a Ibiza.
—Así es. Unos hermanos de mi madre habían venido antes y le dijeron a mi madre que había mucho trabajo con los hoteles que empezaban a abrir por todos lados. Al principio vivimos en casa de mis tíos. Luego, en otras de alquiler hasta que mis padres vendieron sus tierras en Formentera para comprar un terreno en Sant Antoni. Allí construyeron unos edificios cuando la calle no tenía ni nombre. Mi hermana Pepita pidió al Ayuntamiento que. Si podían ponerle nombre para que llegara el correo a casa. De broma les propuso que le pusieran calle Formentera y, al final, se acabó llamando así.

—¿Tuvo que trabajar al llegar a Ibiza?
—Sí. Al llegar, trabajamos en los hoteles hasta nosotros, que éramos unos niños. Cuando llegaban las vacaciones del colegio, hacíamos de botones. Yo empecé en el hotel Helios. Con 11 años ganaba 1.200 pesetas de sueldo, que no estaba nada mal, pero es que, además, con las propinas, podía ganar hasta 5.000 pesetas más al mes. Allí, en el hotel, es donde vi por primera vez un cartel de toros. Yo no sabía ni lo que eran los toros, pero los carteles que ponían cada semana me llamaban mucho la atención. Así que el empresario que los traía me acabó firmando una nota para que me dejaran entrar con la excursión de turistas. El primer día que fui, con 11 o 12 años, toreaba Miguel Rojo en una novillada. No faltaba ningún lunes, que era el día que se celebraban las corridas, junto a mi hermano. Me causó tal sensación que no he dejado nunca mi afición por los toros.

—¿Llegó a torear alguna vez?
—Sí. El primero que se tramitó el carnet fue mi hermano, Remigio Yern, ‘El Pitiuso’. Había que pedirse un carnet para poder entrenar. No llegó a torear más allá de alguna becerra, pero era muy bueno con la izquierda. Lo que pasa es que tuvo un accidente con una Mobilette, se partió dos vértebras y tuvo que dejarlo. Yo también traté de sacarme el carnet, pero a mi padre no le hacía ninguna gracia el tema. Como era marinero y le gustaba el vino, lo que tuvimos que hacer fue esperarle a que volviera a la hora adecuada y en las condiciones adecuadas para decirle que, si nos firmaba eso, podríamos entrar gratis a las corridas. Se lo creyó y firmó sin mirar nada.

—¿Cuándo toreó por primera vez?
—La primera vez fue como torero ‘sobresaliente’ (suplente), el 8 de junio del 75, en una novillada con Felipe Garrigues y Ricardo Menes. Llenamos tres cuartos de la plaza. Vino gente hasta de Formentera. A partir de allí empecé a entrenar con Constantino, que venía de Madrid, o con Ricardo Menes, que era el conserje de la plaza de toros. Debuté de luces en septiembre del mismo año en una novillada con Ricardo Menes y con ‘El Cortijero’. A base de revolcones y volteretas aprendí a torear (ríe). También hacíamos fiestas camperas para los turistas, les dábamos de comer, mucha sangría y, después, echábamos unas becerras. Todos corrían de acá para allá y, al terminar, les dábamos un certificado de ‘matador’ (ríe). También se hacían cosas para turistas los jueves en el Festival Club, que era de Cuevas, allí estaba ‘El Macareno’, que era de Palma. Como las autoridades no dieron permiso para asfaltar el camino de acceso y los autobuses apenas podían llegar, se acabó abandonando.

—¿Hasta cuándo torreó?
—Toreé hasta que se cerro la plaza de toros de Ibiza. El 24 de septiembre de 1985. Ese día toreé con Roque Morán, ‘El Perdonao’ y Juan Ramon Abad, ’El Rociero’. Él mató al último novillo en la plaza. Luego toreé fuera en un par de ocasiones, en Sueca y en Cuenca. Allí vestido de luces, en el 95, en unas jornadas de hermanamiento entre Formentera y Santa Maria el Campo Rus.

—¿Había afición taurina en Ibiza?
—Mucha más que ahora, claro. Había peñas en distintos lugares, aunque a los ibicencos lo que más les gustaba eran los caballos. Antes de los novilleros o los toreros había un rejoneador con su caballo y era lo que más les gustaba. Antes se ligaba siendo torero, causaba admiración. Mi hermano gemelo usaba una foto mía para ligar con las guiáis diciéndoles que era él. Ahora la tauromaquia causa rechazo, aunque está viviendo cierto resurgimiento gracias, creo yo, a Ayuso, que ha sido la que se ha atrevido a romper el hielo contra el antitaurinismo. A partir de ella, otros políticos están saliendo del armario.

—¿Se llegó a ganar la vida como torero en algún momento?
—No. En ese momento se vivía muy bien aquí, se ganaba dinero y salir fuera era muy difícil. En la Península la gente se hacía torero para ganar dinero y mandarlo a la familia. Ya había estado trabajando de botones, después de camarero, más adelante como mecánico de Mobilettes en Can Torrent Fondo antes de irme con Bofill, Cries y Bartolo ‘Graó’ a Autos San Antonio, el negocio de coches de alquiler que montaron. Tras la mili monté una empresa de alquiler de Bultacos con Bartolo. En esa época, el turismo en Sant Antoni era, sobre todo, sueco y noruego, y eran muy buenos pagadores. Era la época de los escandinavos y el west era un lugar hasta romántico. La gente bebía, sí, pero tranquilamente, sentados a la mesa con una vela. No se rompía ni un vaso. Cuando llegaron los británicos cambió el comportamiento. No es que sean malos turistas, nunca intentarán engañarte, pero cuando beben se vuelven violentos. Tras las Bultaco y una temporada repartiendo y alquilando motos de agua, estuve con los barcos (de taxi boat) y jamás tuve problemas con los británicos. Mientras tanto, me casé un par de veces. La segunda vez con Catalina, con quien tuve a mi hijo Óscar.

—¿Volverá a torear?
—Si te contesto con el corazón, te diré que sí. Si lo hago con la cabeza, debo decirte que no.