Candy Partida tras su charla con Periódico de Ibiza y Formentera. | Toni Planells

Candy Partida (La Puebla de Cazalla, Sevilla, 1952) iba de camino a trabajar en Francia con su padre y sus hermanas cuando una visita a su tía, que vivía en Ibiza, cambió el rumbo de toda su familia. Tras una vida laboral que pasó desde la hostelería hasta el comercio de moda en la ibiza de los años 70 y 80, Candy se jubiló como técnica de Enfermería tras sacarse los títulos necesarios sin interrumpir su trabajo.

—¿Dónde nació usted?

—Nací en La Puebla de Cazalla. Yo fui la cuarta de los seis hijos, dos mellizas, que tuvieron mis padres, José y María. Allí tuve una infancia muy feliz, jugando todo el día en la calle con mis amigas y mis hermanos. Todas queríamos ser Marisol (ríe). Todavía recuerdo cuando fuimos a ver su película al cine y estaba lloviendo a cántaros. La calle era como un río y apareció nuestro vecino José, que nos cruzó una a una en brazos. Era José Meneses, que después se hizo muy famoso cantando. Y es que La Puebla es una de las mejores zonas de cante jondo.

—¿A qué se dedicaban sus padres?

—Mi madre a cuidar de nosotros, claro. Mi padre era emigrante. Tan pronto estaba en Francia como en Alemania. También estuvo trabajando un tiempo en Ibiza, como cocinero en el aeropuerto. Cuando yo tendría unos 12 o 13 años mi padre nos llevaba a mí y a mis hermanas a Francia para trabajar allí con él. Era Semana Santa y decidimos pasar antes por Ibiza unos días a visitar a mi tía Dolores, que vivía y trabajaba en la isla. Ni siquiera llegué a sellar el pasaporte: nos quedamos en Ibiza.

—¿Cómo les recibió la isla?

—A nosotros, los forasteros que empezábamos a llegar a la isla, nos llamaban murcianos. Al parecer, los primeros que vinieron eran de Murcia y eran muy poco soportables. Nada más llegar a Ibiza, venían los ibicencos a ofrecernos sus casas para alquilárnoslas. La primera casa que alquilamos fue en Sant Jordi y, después, nos fuimos a una casa en es Viver. Esa fue la época en la que tiraron un gran hotel en Platja d'en Bossa y empezaron a construir otros uno detrás de otro. La verdad es que los ibicencos nos recibieron muy bien. Por ejemplo, cada año mi madre iba a una tienda de ropa delante de Sant Elm, Medina. Allí nos compraba toda la ropa de verano o de invierno, según tocara. Como éramos tantos, no podía pagar todo de golpe y nos dejaban pagar poco a poco. Tuve la suerte de vivir una época muy bonita en Ibiza. Mi vida era Vara de Rey, el puerto, sa Penya y los bocadillos de atún y aceitunas del Mercat Vell. También ir a buscar almejas con mi padre o ir al gimnasio con Paquita Torres.

—Laboralmente, también era una época muy prolífica, ¿no es así?

—¡Ya lo creo! Los dueños y los directores de los hoteles venían a las casas, iban mucho a la casa de mi tía muy cerca de Pacha, a buscarnos para trabajar. Después, incluso llegaban a ir a los pueblos a por gente a trabajar. Yo empecé un poco más tarde, cuando cumplí la edad, en el hotel Ibiza, en Talamanca. El mismo director se presentó en casa para decirle a mi padre «si le daba permiso a sus hijas para que vengan a trabajar a mi hotel». Mientras se lo decía me vio y le preguntó por mí, aunque mi padre le dijo que yo era demasiado joven, yo quería trabajar y me fui como camarera de comedor.

Noticias relacionadas

—¿Se adaptó bien al trabajo?

—La verdad es que duré muy poquito. Era un hotel muy pequeño y familiar, en una de esas que no me trataron como debían, me marché. De allí estuve un invierno en el hotel Ebeso. Don Cándido y don Vicente eran el primer y el segundo metre y yo era bastante espabilada. Cuando el primero se puso enfermo y ascendieron al segundo, me pusieron a mí a hacer las funciones de segundo metre. Pero no era más que una niña y no me respetaban. Vi un cartel de ‘se busca personal' en una tienda que se llamaba ‘Casa Costa Shop', entre la avenida España y la calle Navarra. Entré y al día siguiente ya estaba trabajando allí. Me pasé toda la temporada vendiendo souvenirs, perfumes de calidad o discos hasta que me vino a buscar mi amiga Marisa, para ofrecerme trabajo en una tienda de ropa de una señora francesa en la Marina. Si en Casa Costa me pagaban 2.500 pesetas, en la tienda de ropa me pagaban 3.500 más un 2 % de comisión de las ventas. Así que ni me lo pensé.

—Cambió de sector laboral de un día para otro.

—Así es. Además, en la tienda de ropa, que era de un matrimonio francés que tejía sus propias telas y lanas, me enseñaron a usar el telar con el que hacía bufandas con los restos. Llegaron a grabarme con el telar para TVE. Trabajando en esa tienda conocí a los primeros grandes artistas que empezaron a venir a Ibiza. Por ejemplo, venían las azafatas del ‘Un, dos, tres…': Agata Liz, Victoria Abril y las demás con Kiko Legard. Hasta Rafaela Carrá venía por la tienda.

—¿Estuvo mucho tiempo en esa tienda?

—Unos dos años. Hasta que me vinieron a buscar de otra boutique de otros franceses. ‘Leonieve' se llamaba la tienda, estaba muy cerca de la otra tienda y, justo al lado, había un ‘puticlub'. Al principio, me ponía a hablar con las trabajadoras de al lado cuando no había trabajo, hasta que me llamaron la atención. En aquellos tiempos no estaba bien visto que hablara con las prostitutas, te comparaban con ellas y ya no te miraba nadie. Los primeros clientes que venían a la tienda eran lo primeros hippies que vinieron a la isla. Los de verdad. Los que se gastaban 3.000 o 4.000 pesetas en ropa sin pensárselo. Muchos de ellos eran españoles, de familias bien, que estaban aburridos de la represión que había en la España de entonces. En Ibiza se encontraba la libertad. Después empezaron a venir de todos los lugares del mundo, muchos argentinos, y montaron los puestecitos en la calle Mayor. Una gente que no tenía nada que ver.

—¿Hasta cuándo trabajó en la boutique?

—Hasta el primer año en el que se celebró el desfile de la moda Adlib. Se hizo en el Glory's y participamos con la tienda. Fue un desfile precioso. Después me casé y lo dejé durante unos años. Me casé en el 74 con Mariano y tuvimos tres hijas: Mari, Vero y Jessi. Ahora tenemos cuatro nietos. Unos años después volví a trabajar en una boutique de la calle Mayor antes de sacarme las oposiciones de lo que entonces se llamaba auxiliar clínica.

—¿Cómo consiguió sacarse las oposiciones?

—Se estudiaba Auxiliar de Clínica en la Cruz Roja y yo hice las prácticas en Can Vilás. Después me especialicé en Geriatría. Recuerdo que mientras daba el pecho a mi Vero, estudiaba para aprobar los exámenes. Entonces empecé a trabajar en el Hospital Insular, donde ahora está el Consell. Ya tenía dos niñas cuando me puse a estudiar Técnico de Enfermería en FP mientras seguía trabajando. Cuando abrieron el hospital Can Misses empecé a trabajar allí tras unos meses en el hospital antiguo, el que estaba donde ahora está la Policía. Ese mismo año se cayó el edificio de Can Ballet, que era donde vivíamos. Menos mal que no hubo desgracias personales y pudimos recuperar todas nuestras pertenencias. Me jubilé después de que inauguraran el nuevo hospital de Can Misses, así que he trabajado en todos los hospitales de Ibiza.