—¿Dónde nació usted?
—Nací en Córdoba, en el que llaman ‘el pueblo del anís’: Rute. Lo llaman así porque había muchas fábricas de anís. Todavía queda alguna, pero ya han desaparecido la mayor parte. En casa vivía con mis hermanas, Filomena, la mayor, y Josefa (†), la pequeña. Yo era el del medio. Mis padres eran Esteban e Isidora, quienes se dedicaban a hacer tareas del campo.
—¿Trabajaba usted en el campo con sus padres?
—No. Yo trabajaba desde muy niño en una de las fábricas de anís, ‘El Machaquito’. Es una de las pocas que todavía sobreviven. Empecé a trabajar allí con solo 12 o 13 años y no hice otra cosa hasta los 30. Allí hice de todo: desde limpiar las botellas, llenarlas, colocarlas en las cajas, hasta ayudar en la destilería.
—¿Pudo ir al colegio?
—Sí. Tengo hasta el certificado de Estudios Primarios. Primero fui a la escuela ‘normal’, pero como trabajaba y no podía ir todo lo necesario, iba muy retrasado. Así que también iba a un maestro particular, don Félix, todas las noches junto a otros niños del colegio. Don Félix era el típico maestro de antes, que arreglaba las cosas con un buen ‘cogotazo’, pero yo era un buen niño y nunca tuve problemas en ese sentido. En el pueblo jugaba con los demás niños, pero tampoco hacíamos diabluras. Lo que más nos gustaba era hacer una pelota con periódicos viejos o trapos para jugar al fútbol en la calle.
—¿Qué le llevó a dejar de trabajar en la destilería?
—La verdad es que allí trabajaba muy bien y estaba a gusto, pero cuando volví de la ‘mili’ me di cuenta de que se ganaba muy poco dinero: no más de siete u ocho mil pesetas. Aguanté unos años más, pero decidí dejarlo para ir a trabajar a Ibiza. Decían que allí se ganaba más dinero.
—¿Cómo supo que en Ibiza se podía ganar más dinero?
—Mis tíos Francisco y Carmen ya habían venido y estaban trabajando en la hostelería. Fueron ellos quienes me trajeron a Ibiza en 1973 o 74. Nada más llegar, empecé a trabajar en el hotel El Corso. Estuve mucho tiempo trabajando en el economato. Cada día me encargaba de coger el camión e ir a por todo lo que se necesitaba en la cocina o en el bar del hotel. En aquellos años, los proveedores no te traían el género al hotel; tenías que ir tú a buscarlo. Cada mañana cogía la furgoneta, me iba al Mercat Vell a comprar toda la fruta y verdura a los payeses, sobre todo a los hermanos Palerm. Desayunaba siempre en el bar Maravillas y, de allí, me marchaba a comprar el pescado y la carne a Nutrimax, un almacén en el que tenían de todo. El único que nos lo traía era el panadero Antonio Planells, que entonces ya tenía varias furgonetas de reparto.
—¿Trabajó durante mucho tiempo en el hotel?
—Sí, unos 25 años. El primer año solo hice la temporada de verano, pero al segundo ya me hicieron fijo y no me marché más. Los últimos años trabajé en el mantenimiento del hotel, hasta que tuve un accidente laboral con 55 años, me dieron una incapacidad y me jubilé.
—¿Cómo fue su llegada a Ibiza?, ¿le sorprendió la isla de alguna manera?
—La verdad es que no sabía mucho de Ibiza y, aunque había visto alguna playa en Málaga, apenas había visto el mar. Lo que no había visto nunca eran playas tan impresionantes como las de Ibiza. También me impresionó lo que había en la playa: ¡las extranjeras! (Ríe).
—¿Qué hizo usted, tan rodeado de extranjeras?
—Solo alguna vuelta por la playa los primeros días. ¡Nada más! La novia me la eché el primer año en el mismo hotel. Allí conocí a Leonor, que trabajaba como camarera, y nos casamos tres años después en su pueblo, Priego de Córdoba. Siempre vivimos aquí y tuvimos a nuestra hija, Ana, en Ibiza.
—¿A qué ha dedicado su jubilación?
—A hacer prácticamente nada (ríe). Durante unos años estuve cuidando un huerto junto a unos amigos, hasta que los dueños vendieron las tierras. Pero hoy por hoy me dedico a vivir lo más tranquilo que puedo: paseando, viendo a los amigos que he cosechado durante los años y estando en casa.
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