—¿Dónde nació usted?
—Nací en Can Tunicu, que era la casa de mi familia, en plena calle Ignasi Riquer de Sant Antoni. Mis padres eran Catalina y Toni y, aunque mi padre tuvo hasta diez hermanos, yo fui su única hija. En aquellos años se nacía en casa y, ya se sabe, no siempre venía bien. Según me contó mi madre, de otra manera hubiera tenido un hermano menor. Entonces solo había un médico, el doctor Gasull, que era de medicina general y el que asistía a los partos. Hacía lo que podía.
—¿A qué se dedicaban sus padres?
—Cuando yo era muy pequeña, mi padre tenía un caballo con el que se dedicaba a llevar cosas de un lado a otro con el carro. Más adelante dejó el caballo y se puso a trabajar en ‘Ses Vigues’, una fábrica de materiales de construcción en sa Guai. Además de con mis padres, en casa vivían las tías de mi padre, María y Margarita. Siempre me mimaron muchísimo. Bastaba que llegara del colegio y dijera que había visto, por ejemplo, unos zapatos que me gustaban mucho, para que enseguida me preguntaran cuánto valían y me dieran el dinero para comprarlos. No tenían hijos y me querían y me malcriaban mucho (risas). En un tiempo se dedicaron a hacer zapatillas con las suelas de neumático de camión y la cubierta de lona.
—¿Cómo recuerda el Sant Antoni de su infancia?
—Muy distinto al de ahora. Apenas había unas cuantas casas alrededor de la mía y siempre estábamos jugando en la calle. Me juntaba con las amigas y vecinas en s’Hera d’en Manyà para leer e intercambiar esos cuentos pequeñitos que venían en los chocolates Tárraga. Jugábamos con cualquier cosa; hasta una caja de cerillas nos servía como juguete. Hasta que tuve unos 11 años apenas salí de las inmediaciones de casa. En aquella época, cuando caía la tarde, tanto en mi casa como en las de casi todos los vecinos sacaban las sillas a la calle para tomar el fresco y charlar. Era todo muy tranquilo y seguro. De hecho, en casa solo había una llave, una de esas antiguas, grandes y de hierro, que el último que salía de casa dejaba medio escondida detrás de la ventana o ni siquiera eso. Con dejar la puerta ‘empesa’ era suficiente. Tenías la seguridad de que nadie entraría a tocar nada. La cosa cambió cuando empezó a llegar cada vez más y más gente. También llegaron los primeros robos y todos empezamos a cambiar los paños de las puertas.
—Supongo que nos habla de la llegada del turismo.
—Sí, tanto del turismo como de gente que iba viniendo desde la Península. Ya no nos conocíamos todos y se perdió esa confianza que había antes. A los primeros turistas —recuerdo que eran unos franceses que venían a hacer pesca submarina y cosas de esas— les llamaba mucho la atención ver a los vecinos tomando el fresco. También les llamaba la atención una ‘figuera de pic’ que había en un solar al lado de casa. Cuando los extranjeros veían sus frutos y les echaban mano, acababan pinchándose y pegando unos gritos que no veas (risas).
—¿Iba al colegio?
—Sí. Antes de que construyeran el de Vara de Rey iba a la escuela en la calle Mallorca. Después, con unos 11 años, empecé a ir con las monjas. Al terminar, con unos 14 años, mis padres querían que siguiera estudiando en el instituto en Vila. Allí vivía mi padrino, José Bonet, que siempre me ofreció quedarme con él durante la semana para que pudiera seguir con los estudios. Pero a mí no me gustaba nada la idea de pasarme toda la semana en Vila, lejos de casa y de mis padres, y preferí no ir al instituto. Eso sí, me puse a hacer clases de Contabilidad, de Francés, Inglés… hasta que me puse a trabajar en Confecciones Roselló. Al lado de la tienda había un bar, el Modas, donde trabajaba un chico muy ‘emprenyo’, Pepe Puet. Solía arrancarse los botones de la camisa para venir a que se los arregláramos, llenaba una botella de cerveza con agua y jabón para hacernos creer que se podían limpiar los cristales con cerveza… ¡Era un pesado! (risas). Sin embargo, acabamos ‘festejant’ durante unos ocho años y, finalmente, nos casamos en el 73. Hemos tenido dos hijos, José Antonio y Alicia, tenemos dos nietos, José Antonio y Marcos, y todavía nos aguantamos (risas).
—¿Salía usted por los bares y locales que se fueron abriendo en Sant Antoni?
—A la hora de salir de fiesta, entre que Puet trabajaba de noche y yo solía cuidar de mis tías, salía poco. Pero una o dos veces cada verano salíamos, eso sí, siempre acompañadas por alguna persona adulta. En nuestro caso venía la madrina de una de las amigas, Catalina ‘Figueretes’, que era una mujer mayor pero muy moderna para su época y que nos dejaba un poco de manga ancha. Ella disfrutaba tanto como nosotras cuando íbamos a Ses Guitarres, Sa Tanca o donde fuera. ¡Era una marchosa! A la vuelta, nos acompañaba a todas y cada una de nosotras hasta casa.
—¿Estuvo trabajando durante mucho tiempo en Confecciones Roselló?
—Unos dos años. Después también estuve trabajando en la perfumería Dues antes de que mi padre construyera un local en el solar de nuestra casa. Una de sus hermanas, Pepa, había abierto un ‘souvenir’ en la entrada de Sant Antoni y me convenció para abrir uno en el local. Era la época del ‘boom’ del turismo y, al lado, estaba el hotel Tropical. Mi tía Pepa me ayudó mucho a la hora de contactar representantes de bolsos, sombreros, bisutería… y, con 18 años, abrí la tienda: Selecciones María. Desde el principio mi marido siempre me echó una mano en lo que necesitara, pero también tuve empleadas. Marieta estuvo desde el primer día hasta que se jubiló. También estuvo mucho tiempo otra empleada, Mari. ¡Éramos ‘las tres Marías’! (risas).
—¿Fue siempre una tienda de souvenirs?
—No. También teníamos ropa, también de niños, y pensé en tener unos cuantos juguetes para que, mientras las madres elegían la ropa, los niños pudieran encapricharse de alguno. Tuvo tanto éxito que se convirtió en la primera tienda de juguetes de Sant Antoni. Teníamos una fila de bicicletas de juguete y ¡no veas la que se armaba con las madres mirando ropa y los niños dando vueltas con las bicicletas por la tienda! Al final tuvimos que atar las bicicletas porque eso era un caos (ríe). Cada año íbamos a la feria de juguetes de Valencia donde, en la época de La guerra de las galaxias, había gente disfrazada de los personajes de la película o de cualquier juguete que estuviera de moda, como He-Man, por ejemplo. La gente nos encargaba los juguetes para Navidad en verano y nos los iba pagando poco a poco hasta entonces. Todavía tengo la libreta en la que iba apuntando. Para cuando llegaban los Reyes, ya lo tenían pagado… si es que lo pagaban, porque también había gente que nunca llegó a pagarlos. Por eso tuvimos que dejar de hacerlo. También lo seguimos haciendo cuando dejamos los juguetes para dedicarnos solo a la ropa, y había quien se llevaba toda la ropa de la temporada de la familia y lo iba pagando a plazos. Aunque no les conociéramos de nada, porque eran familias que venían de fuera. La mayoría de la gente era honrada, pero tuvimos que dejar de hacerlo.
—¿Por qué dejó de tener juguetes?
—Porque los tiempos cambiaron. Abrieron otras tiendas de juguetes, pero el momento clave fue cuando abrió el Hiper Centro. Desde entonces hemos seguido teniendo ropa, calzado, ropa de cama… No podíamos tener tantas cosas. Desde hace unos años ya he empezado a reducir el horario y ahora ya vamos a cerrar definitivamente el próximo 31 de mayo. Siempre he estado muy a gusto y reconozco que no tengo muy claro qué haré a partir de ahora. Creo que me aburriré (ríe), como mínimo me ‘anyoraré’. Sin embargo, mi marido asegura que me va a sacar cada día para ir a algún sitio. ¡A ver si es verdad! (María estalla en una risotada mirando cómplice y fijamente a su marido).
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