Como se ve en la imagen, Clea necesita la ayuda de otra persona para acceder a la oficina. Foto: VICENÇ FENOLLOSA.

«Todo son escalones y puertas, Me tienen que ayudar». Las quejas de Clea Waske, una mujer austriaca residente en Santa Eulària, tienen un nombre: barreras físicas.

Clea es madre de dos hijos, una niña minusválida, de cinco años, y un bebé de siete meses, con los que tiene que desplazarse habitualmente por Santa Eulària, municipio en el que reside. Sin embargo, cada vez que tiene que realizar una gestión en Correos se encuentra con varios obstáculos: dos puertas para acceder al interior de la oficina que le impiden sujetar el carro de uno de sus hijos y la puerta de entrada. «Quiero que permitan el acceso fácil a los lugares públicos a personas discapacitadas o que van con carritos. No creo que la solución sea que pueda ir a un estanco a comprar un sello», señala esta mujer que es tesorera de la Asociación de Personas con Necesidades Especiales.

Clea se quejó ante la oficina de Correos de esta situación, pero no le ofrecieron ninguna solución. El problema estriba en que la primera de las dos puertas accede a una pequeña sala que, por cuestiones de seguridad, es donde se encuentra el cajero automático. Sin embargo, esta respuesta no convenció a Clea: «Entiendo que tienen que proteger el cajero, pero me parece que tienen espacio para otro acceso y hacer una rampa», sostiene.